No hay mal que por bien no venga, suele ser un refrán muy utilizado como para poder resignarse de algún contratiempo, el que haya inventado este refrán seguramente habría sufrido los inconvenientes que siempre se presentan en el diario vivir, pero ayudado con otro refrán que asegura “Dios aprieta pero no ahorca” tiene la esperanza de poder superar estas contingencias.
La gente del campo generalmente suele apelar al consuelo que le brindan estas simples visiones que le acarrean los refranes, que no se si son criollos o importados, solo se por propia experiencia que contienen algo razonablemente verdadero.
Lo que puedo contar, es lo que me tocó vivir con un problema de salud que surgió así, de improviso, en el momento menos esperado, estando de vacaciones en compañía de mi esposa y otro matrimonio amigo, con los cuales solemos compartir algunos viajes, solos o en contingentes, somos un matrimonio algo mayor y podemos aprovechar las promociones que ofrecen los centros de jubilados.
En esta ocasión, nuestro destino era la hermosa localidad de San Martín de los Andes, ya habíamos estado en ese lugar unos años atrás, y lo habíamos pasado tan lindo que se nos ocurrió volver a la misma cabaña, muy cómoda y que además contaba con una pequeña pileta de natación climatizada que curiosamente nadie utilizaba, y como a mi me gusta la natación, pasaba muy buenos momentos disfrutando las cálidas aguas del natatorio en completa soledad.
Los días transcurrían entre algunas excursiones o paseos con nuestro vehículo por los bellos parajes que abundan en la zona, el tiempo nos acompañó con unos días espléndidos que aprovechamos lo más que podíamos.
Pero toda esta belleza comenzó a disiparse para mi, no le dije nada a mi esposa ni a las amistades que nos acompañaban, porque no hay nada más feo que arruinarle las vacaciones a los demás, con problemas que aún no sabemos cuanto puedan tener de gravedad.
Son cosas que uno no se da cuenta o no quiere darse cuenta, son esas dolencias que se presentan como si estuvieran escondidas en algún remoto lugar del cuerpo, y silenciosamente van poniendo las bases para sorprendernos un día cualquiera y sin previo aviso, o quizá los avisos eran tan sutiles que no los apreciamos como tal
Así, fue como se presentó lo que sería el problema de salud más grave que tuve que soportar hasta ahora.
Un par de días antes de que finalizaran nuestras vacaciones, empecé a notar que tenía alguna dificultad para orinar, por suerte no me dolía nada, pero me daba cuenta que algo no andaba bien, porque tardaba demasiado en vaciar la vejiga, y además me quedaba una rara sensación de que no se había vaciado totalmente.
Como dije antes, no hice comentario alguno, pero me sentía preocupado, aunque ante la falta de otros síntomas, pensé que esto podría ser algo pasajero, quitándole importancia, o con un oculto deseo de engañarme a mí mismo.
Las dificultades continuaron sin que aparentemente se agravaran, hasta que llegó el día en que se terminaron las vacaciones, y comenzamos a cargar el equipaje en los respectivos automóviles, pero antes de partir fui nuevamente al baño y allí me di cuenta de que el asunto se había complicado un poco más con respecto a los días anteriores.
Tomando un poco de coraje, comenté que tenía ese problema de salud, me miraron un tanto sorprendidos preguntando algunas cosas, sobre los síntomas o desde cuando se habían manifestado, solo pude recibir algunas palabras de aliento ya que pronto estaríamos de vuelta en casa y podría consultar a un especialista.
Salimos por fin rumbo a Comodoro Rivadavia, el tirón es bastante largo hasta aquí, sin embargo tratamos de hacerlo sin mucho apuro, más que nada por razones de seguridad, ya estamos grandes y hay que cuidarse.
Avanzamos por el camino de los siete lagos viendo los hermosos paisajes del lugar, parando de vez en cuando parta tomar fotografías, estirar las piernas, y descansar un poquito.
Fue allí, en una de esas paradas donde se presentó el mal con toda su crudeza, porque además del descanso o la toma de fotos, uno siempre busca algún arbusto protector como para “echar una mirada” como se dice habitualmente sin mucho disimulo, el tema es que por más que lo intenté, no me fue posible orinar, tenía la vejiga llena y comenzaron las molestias cada vez más fuertes.
No quedó otra alternativa que comunicarle a nuestros amigos que deberíamos concurrir a un hospital, puesto que estábamos a muchísimos kilómetros de casa y una consulta médica era urgente.
Así fue que llegamos hasta Villa la Angostura y preguntando llegamos al hospital local.
Allí me atendieron muy bien y casi de inmediato, puesto que no había gente esperando, el médico de guardia me atendió enseguida, y lo primero que hizo al ver mi estado, fue colocarme una sonda para vaciar la vejiga, cosa que me produjo un rápido alivio, pero además acercó un tomógrafo portátil para tomar algunas imágenes de la zona afectada, pero no me comentó nada sobre un posible diagnóstico, aunque me dio una de las imágenes que había impreso.
Ya más aliviado y con una sonda colocada pudimos continuar el viaje que se me hizo realmente interminable, nunca creí que esa sonda fuera algo tan incómodo, pero era la única solución del momento para poder continuar.
El regreso parecía ser eterno, el camino cada vez más largo, una verdadera pesadilla, sin embargo la verdadera pesadilla recién estaba por comenzar, una cadena de inconvenientes se interponían a cada paso, haciendo que todo fuera más difícil de lo que normalmente debería ser.
Cuando por fin llegamos, fuimos hasta la Guardia de L.E., ya que para colmo de males era día domingo, y allí solo conseguí que me recomendaran consultar a un urólogo lo más pronto posible, el médico al ver la imagen de la tomografía seguramente intuyó el origen del problema.
Y es aquí en esta fatídica etapa donde comenzaron a surgir una serie de problemas totalmente inesperados que no tenían nada que ver con mi problema de salud, porque los profesionales urólogos, mantenían un conflicto con las obras sociales, y la única alternativa fue tener que abonar la consulta como particular, pero eso no era lo más grave, esto apenas comenzaba.
Apenas me revisó el especialista me dijo sin rodeos que lo mío era “sumamente malo” y que debería operarme, cuanto antes mejor.
Pero debido al conflicto con las obras sociales, debería costearme todos los gastos, del proceso y que además de los estudios clínicos de rigor, incluían una biopsia, todo muy costoso y sin cobertura.
Afligido, y asustado, antes de embarcarme en semejante lío, opté por hacer una consulta con mi médico de cabecera, que en esos momentos era el Dr. C, a quien le conté mis penurias sobre la salud y de las otras. Enseguida consiguió que me hagan una biopsia por obra social, y en cuanto vio los resultados me aconsejó que “ni se te ocurra operarte” venite mañana a Cabin me dijo, ahí veremos que se puede hacer, puesto que hay un tumor maligno en la próstata.
Allí fui con mis estudios y mis miedos, me atendieron la Dra. M. L y el Dr. C, y completaron los estudios con un centellograma.
Mientras tanto, esperando con ansiedad el comienzo del tratamiento, comenzaron a llegar consejos de amigos, parientes, conocidos o simples entrometidos con las recomendaciones más insólitas y descabelladas que jamás hubiera escuchado proponiendo remedios milagrosos con hierbas exóticas, o que me acerque a los cascotes sagrados del Himalaya y lo más desconcertante fue la propuesta de una técnica oriental asegurando que “escuchando el sonido de un gong tibetano” el mal desaparecería en cuestión de semanas.
Cosas de esta naturaleza llegaban por teléfono, redes sociales o correo electrónico, todo esto solo lograba aumentar mi ansiedad, pero por suerte desde un principio conté con el apoyo familiar que tanto me ayudó, fundamentalmente para evitar depresiones.
Por fin los profesionales de Cabin decidieron cual sería el tratamiento más adecuado, el mismo consistía en 40 aplicaciones de radioterapia y un complejo de comprimidos de efecto hormonal, que al cabo de unos tres o cuatro meses, ya estaba superado lo más grave de la situación, continuando hasta el día de hoy, desde hace 12 años con controles cada tres meses y la aplicación de un medicamento específico también cada tres meses
Por eso no me canso de repetir que “no hay mal que por bien no venga”, el conflicto de los urólogos con las obras sociales, fue un contratiempo que me acercó a los Dres C y M. L, y me salvaron de la operación que hubiera traído malas consecuencias y quizá hoy, no estaría escribiendo estas cosas.
Gracias Cabin, a su cuerpo médico, a mi familia,………. gracias a la vida.