Cuando hablamos de oncología, solemos pensar en tratamientos, resultados y protocolos médicos. Pero hay un factor que atraviesa todo el proceso y que muchas veces pasa desapercibido: el tiempo.

Desde el diagnóstico hasta el final del tratamiento (o incluso más allá), el tiempo se convierte en un eje central que puede influir tanto en las decisiones médicas como en el bienestar emocional de pacientes y familias.

1. Desde el diagnóstico:

El tiempo se vuelve urgente. Educar al paciente y acompañarlo emocionalmente desde el primer momento permite que las decisiones sean más conscientes y menos impulsadas por el miedo.

2. Durante el tratamiento:

Optimizar los tiempos médicos —evitando demoras innecesarias, mejorando la coordinación y facilitando el acceso a estudios— no solo mejora la atención, sino también la calidad de vida.

Y es clave recordar que el paciente necesita tiempo para vivir, no solo para tratarse.

3. Los cuidadores también necesitan tiempo:

El acompañamiento constante puede generar agotamiento. Ofrecer espacios de apoyo, herramientas prácticas y contención emocional es una forma de cuidar también a quienes cuidan.

4. El tiempo como experiencia subjetiva:

Muchos pacientes sienten que “pierden tiempo” durante el tratamiento. Acompañarlos a resignificarlo —a mirar cada momento como parte del proceso y no como tiempo perdido— puede ser profundamente reparador.

5. En etapas avanzadas:

El tiempo adquiere otro valor. Ya no se mide en cantidad, sino en calidad. Cómo se habita ese tiempo puede transformar la experiencia del paciente y su entorno.

 

El tiempo no solo se mide en días o semanas. En oncología, se mide en experiencias, vínculos y decisiones compartidas.