El cáncer irrumpe con una verdad difícil de sostener: no todo puede saberse, ni controlarse.
Los estudios, los resultados, los tratamientos… cada paso trae consigo nuevas preguntas.
Y aunque el deseo de certezas sea humano, en los procesos oncológicos la incertidumbre se vuelve una compañera constante.

Intentar controlarlo todo —el cuerpo, las emociones, los tiempos— es una forma de buscar seguridad. Pero cuando el control se vuelve una exigencia, genera más angustia que alivio. La mente se mantiene en alerta, buscando respuestas inmediatas, mientras la vida pide paciencia, espera y confianza.

Aprender a habitar la incertidumbre no significa resignarse. Significa aceptar que hay aspectos que no dependen de uno mismo, y aun así seguir eligiendo vivir con sentido. Es poder estar en el presente sin anticipar siempre el futuro. Es confiar en los profesionales, en el propio cuerpo, y también en los recursos internos que cada persona tiene para atravesar el proceso.

A veces, lo que más calma no es tener todas las respuestas, sino poder sostener las preguntas sin sentirse solo.

Habitar la incertidumbre es, en el fondo, una forma de seguir eligiendo la vida, incluso cuando nada está garantizado.