Morena

Me encontraba frente a la vida, con 30 años, una familia constituida, esposo y una hija de 3 años de edad, profesionalmente había dejado de ejercer la abogacía para dedicarme a la crianza de mi pequeña hija, todo trascurría sin mayores sobresaltos,  por supuesto no me podían faltar los perros, la rutina se hacía sentir, como ama de casa el cansancio se apoderaba de mí y a veces hasta rozaba el aburrimiento, hasta que los primeros días de enero del año 2.017, mientras tomaba un baño descubrí una pequeña bolita en mi mama  derecha, raro, pero podría ser normal debido a que aún amamantaba. Por mis antecedentes maternos sentí una alarma que se disparaba en mi mente y me llevo a consultar al ginecólogo de cabecera de mi madre el cual le descubrió su cáncer de mama, que me dijo que no me preocupara, por mi edad, era algo normal, en pos a la lactancia. El tiempo paso, a mitad de año regrese porque los nódulos se multiplicaron, a modo de prevención, hicimos algunos estudios, de los que se decidió hacer una pequeña cirugía para extraer uno de los nódulos para examinar, la conclusión llegaría a finales del mes de septiembre. Desde la cirugía no pensé ni un solo día en el resultado, en mi interior sabía que algo andaba mal por lo que decidí preocuparme llegado el momento.

Siempre me gustaron los animales y sobre todo los perros, la mayor de mis perras con la cual tengo una conexión muy especial por llamarlo de algún modo, me miraba con mucha tristeza, la miré y le dije, ya sé que estoy enferma pero no me voy a morir, no te preocupes…

Los resultados fueron concluyentes: ¡cáncer de mama! Recuerdo que fui por el patólogo con mi nena, y aunque me esforcé por no llorar, las lágrimas salían solas de mis ojos, al punto que cuando mi niña me pregunto si estaba llorando, le respondí que solo tenía una basurita en los ojos.

Muchas veces pensé que si algún día me tocaba una enfermedad como esta me dejaría morir, me tiraría en el sillón a llorar y dejaría que me consumiera. Pero esa no era mi verdadera yo. Con el resultado en la mano tomé coraje y pensé ¿qué hago? tengo una hija pequeña, ¡no me puedo morir! ¡No me quiero morir! Con un esposo presente físicamente, pero lejos de mí en mi interior, ya que nadie sabe lo que sentís cuando te dan un diagnostico así, solo quien lo vivió puede entender, me pare ante la vida y pensé, ¡cáncer no me vas a ganar…tengo que vivir! No me sirve llorar porque solo pierdo tiempo, no puedo darme ese lujo, tengo que actuar. Sentí a Dios más cerca de mí que nunca, no le cuestione nada, solo le pedí que me ayude a salir de esto, que sabía que estaría conmigo, que confío ciegamente en él, y que daría todo lo mejor de mí, pero respetaría su voluntad.

Consulte con el oncólogo que atendía a mi madre, un profesional muy acogedor desde lo emocional, dispuesto a sacarme las dudas y el miedo, recuerdo que me dijo:  de esta vas a salir!, eso para un paciente es esperanza en estado puro.

En octubre empezó la vorágine de la quimioterapia, con sus consecuencias, las ampollas en la boca, en la garganta, no podía tragar y pensaba, ¿cómo voy a estar fuerte si no me alimento? Tengo que hacerlo de algún modo, compre una licuadora y como no podía masticar empecé a licuar todo, verduras, frutas, etc. Empecé a leer y a investigar como aminorar esos efectos, recetas, miles, a la mayoría las puse en práctica, ya que peor de lo que estaba no podía estar…el pelo me lo corte, pero igual empezó a caerse y un día mientras iba manejando mi hija me dice: mama se te cae el pelo…y eso me dolió…no por mi sino por ella que no entendía que le estaba pasando a su mama, por eso decidí ir a la peluquería y hacer que me rapen, fue dura la primera imagen pero le reste importancia. Durante el tratamiento estuve acompañada con una psicooncologa, una persona increíble, buena, hermosa por dentro y por fuera, que me escucho, me acompaño, y ese día también estuvo ahí, al salir de la peluquería mientras caminaba hacia el parque para ir al encuentro de mi hija a la que ya le había adelantado lo que iba a pasar, me cruce con mi psicóloga y le dije, mira lo que hice, tenía puesto un sombrero y abajo un pañuelo, algo tan característico como estigmatizante, el “pañuelo” y me dijo, que valiente eres!! ¿Cómo te sentís??? Me sentía bien, lo había hecho consiente, creo que me hubiera costado más ver que se me caía a cada rato los mechones, que la almohada estaba llena de pelos que estar pelada de una sola vez. –

Durante el tratamiento conocí gente que estaba casi al final del tratamiento y otra que recién empezaba, las que te alientan a seguir y las que se limitan a darte la bienvenida al club. –

Ya por la enfermedad de mi mama un año antes decidí entrar a un grupo de apoyo vía redes sociales que está formado por mujeres mayoritariamente españolas, lo cual me sirvió mucho en los momentos de soledad, cuando creer que nadie te entiende y necesitas que alguien hable tú mismo idioma, no es fácil para nada. Tienes que hacerte fuerte si quieres salir de esto, y si no salís también tienes k ser fuerte para soportarlo.

Logre pasar la primera etapa de quimios “rojas” como la llamamos cariñosamente por así decirlo, cuando debía empezar por el mes de enero con las “blancas” al principio no pude hacerlo porque mis defensas estaban un poco bajas, luego de subirlas fui para la primera aplicación, empecé a sentirme rara, la droga empezó a circular por mis venas y mi vista empezó a ponerse borrosa, veía burbujas de colores, alcance a decirle a la psicóloga que no me sentía muy bien, que no podía respirar, ella corrió y me cerro el suero, y llamo a las enfermeras que corrieron hacia mí pero yo sentía que me ahogaba, no podía abrir los ojos, el cuerpo no me respondía, llamaron a uno de los doctores de urgencia, quien ordeno limpiarme la droga con más suero, no podía hablar, casi no respiraba, era una experiencia horrible desde todo punto de vista, cuando lograron compensarme, pregunte que me había pasado y me explicaron que era una reacción alérgica…guau!!! Jamás lo esperábamos. tenía la costumbre de ir sola al tratamiento pero ese día me había llevado mi marido y mi nena, y no se habían vuelto a la casa, se habían quedado cerca y calculando e tiempo que podría salir fueron por el centro oncológico, como si dios los hubiera mandado ya que no podían dejarme ir sola, y las chicas, las enfermeras, me acompañaron hasta la puerta asegurándose que podía caminar y que realmente me había recuperado, si bien debía hacer reposo y tomar una medicación para frenar los efectos de la alergia fue como volver a vivir, sentí que Dios me dijo, aun no es tu hora.

Debido a este episodio se decidió cambiar la droga por otra similar, a la que también resulte alérgica, pero no me paso lo mismo porque se la detuvo con tiempo. Por ello mi oncólogo decidió que debíamos adelantar la mastectomía que en principio estaba programada para junio de 2.018, la cual se realizó en abril de dicho año. Antes de que me ocurriera este episodio de alergia, en el mes de diciembre viaje con mi familia a la ciudad de Buenos Aires a un reconocido hospital para realizar una interconsulta referido a la mastectomía, que la verdad me daba miedo y la idea no me gustaba para nada. No solo me hablaron de una mastectomía unilateral, sino que con el tiempo y por el tipo de cáncer, triple negativo, me dijeron en mi provincia que debería sacar ambas mamas, y posiblemente también el útero, lo que me pareció sumamente invasivo y emocionalmente devastador. Le pregunte a mi médico que sería de mí, que me quedaba, nada, sería como una caja vacía, sin vida, capaz para él era fácil decirlo porque es hombre, pero para mí era ser como una planta. Agradezco a Dios que hasta ahora solo me sacaron un pecho. El día de la cirugía llego, viaje con mi marido, mi nena de 3 años y medio, y con mi suegra quien cuidaría a mi hija en mi ausencia. De paso acompañaría a mi esposo por si algo llegaba a salir mal. Llegamos a retiro el 8 de abril, con todo el miedo y la angustia no solo por la cirugía sino por lo que significaba estar lejos de nuestra casa, de nuestra gente, en una ciudad inmensa y con todas las malas noticias que vemos por televisión de esa ciudad presente en nuestras mentes. Nos instalamos en un departamento cercano al hospital, para que al día siguiente pudiera realizarme todos los estudios pre quirúrgicos que se requieren. El día lunes 9 de abril, todo empezó a ponerse en marca, análisis, medica clínica, electrocardiograma, radiografía con la típica pregunta, ¿estas embarazada? Por supuesto que no, respondí. El día termino cuando me hicieron la punción para la marcación tumoral, para detectar el ganglio centinela. Esa noche me recomendaron no dormir con mi hija por el líquido que me inyectaron en la marcación. Casi no dormí esa noche, el miedo me invadía, veía a mi niña dormir y las lágrimas me recorrían las mejillas. Me levante a bañarme, tenía que estar a las 6 a.m. para ingresar a quirófano más tardar a las 8. Me despedí en silencio de mi hija, quien sabía que a su mama la iban a tener en el hospital un día por lo que se despertó inmediatamente. Antes de irme con mi esposo, nos reunimos para elevar a Dios una oración dejando mi vida en sus manos, y pidiendo que intervenga a través de los médicos para que todo saliera bien y que sobre todo me la paz que necesitaba en ese momento tan difícil. Mi marido pudo ingresar hasta donde te preparan para llevarte a quirófano, nos despedimos, al menos yo tenía un nudo en la garganta, aunque quería parecer fuerte, no lo soy. Cuando te preparan para ir a quirófano, te sentís tan inseguro, ahí, desnuda, ante los ojos de tanta gente desconocida, te sentís violentada en tu intimidad, al pudor tienes que hacerlo a un lado porque te revisan tantos médicos, residentes, anestesiólogos, enfermeros, jefes de quirófano, que pareciera que tu cuerpo deja de ser tuyo y pasa a ser una pieza de exploración para todos, al menos es lo que sentí en esos momentos y en varias oportunidades más. Llegando a quirófano sentís el frio que te congela el alma, típico de los quirófanos, aunque estoy muy agradecida a Dios por el equipo médico que me toco, ya que me contuvieron emocionalmente todo el tiempo, si bien mi cirugía esta una mastectomía, conllevo una reconstrucción inmediata con la implantación de un expansor, trabajaban en quirófano dos equipos médicos, el del mastologo, genio total, y el plástico otra eminencia de la medicina.  Cuando estuvo todo listo, emprendí el camino final hacia el quirófano 23 que se me había designado, mire el reloj al salir de la sala de preparación, eran casi las 8 a.m. en punto, hice mi última oración, entregando a Dios mi vida, recordándole que yo como humana insignificante había hecho todo lo mejor posible para que el tratamiento funcionara, era el 50%  y el otro 50% le correspondía a Él, si debía morir en esa cirugía, me sentía en paz con Dios, pensé en mi hija, que estaba con su padre y que él sería capaz de criarla sin mí, que ya no me necesitaba tanto, y lo que Dios decidieras para mi estaría bien. Sentía que iba camino a la milla verde que en alguna película de la adolescencia vi, llamaban de ese modo al pabellón de la muerte, donde se llevaban a cabo las ejecuciones de los presos condenados a muerte. Me dormí… no se en que momento paso. Al tiempo sentí una voz de un hombre que me llamaba por mi nombre, y la verdad que me molestaba, quería seguir durmiendo, tenía sueño, para mi estaba en mi casa, en mi cama y recién me había dormido. Me dijo que era el anestesista y que todo estaba bien, que pasaría a sala de reanimación para recuperarme antes de pasar a la sala común. La anestesia siempre me hace temblar, son movimientos que no puedo controlar, como si tuviera mucho frio, que de hecho lo tenía, pero no podía parar de temblar. Volví a ver el reloj al pasar, y no entendía porque marcaba las 13.20 hs. Habían pasado 5 horas desde que me dormí. Alrededor de las 15 hs. me llevaron a la sala, en el camino vi de pasada a mi nena que estaba ahí esperándome, junto a mi marido y mi suegra. A pesar que les pedí que no la llevaran porque no quería que me viera así, pero ella les hizo la guerra para que la llevaran al hospital a ver a su mamá. Me sacaron toda la mama derecha, estaban los tumores arraigados en el musculo, por eso demoro tanto la cirugía y perdí mucha sangre. Me sacaron los ganglios linfáticos de la axila también. Me dejaron dos drenajes que debía controlar la cantidad de líquido que salía. No odia moverme, el dolor era inmenso. Mi cervical me pasaba factura, ya que al no moverme me contracturé y eso me producía vértigo, mareos nauseas, y demás malestares, algo conocido para mí. El día de la cirugía debía menstruar, avise, y me dieron apósitos por las dudas, pero nada paso, supuse que el estrés de la cirugía sumado al susto me la habían retenido o por la misma pérdida de sangre, aunque quizás no tenga ninguna relación. Al día siguiente a medio día me dieron el alta pero no me sentía bien, mi cabeza daba vueltas, típico de la cervical. Agarrada de mi marido llegué a la puerta del pasillo de internaciones, y mientras hacían el papeleo empecé a transpirar, y a decir que me sentía mal, no podía estar de pie. Me vio la señora de seguridad y pidió una silla de ruedas y la jefa de enfermeras me mando a la habitación de nuevo. Me controlaron y se dieron cuenta que no me habían hecho unos análisis esa mañana así que me tomaron una muestra donde detectaron que estaba anémica, consecuencia de la pérdida de sangre que tuve en quirófano, por eso me indicaron una bolsa de hierro, no sé bien como se llama. Como se lo debe colocar a través de una bomba que va pasando lentamente, estuve hasta la noche internada, me hacían comer a cada rato para que me recupere. Pude irme esa noche. No me sentía tan mal, pero tampoco era la misma de antes de la cirugía. Mi hijita estaba ansiosa por que volviera al departamento, sabía que volvería a medio día y no pude regresar, así que a la noche me esperaba con muchas ansias.  No tenía fuerzas, solo quería estar en cama, no podía levantarme, comía, pero no me satisfacía nada, quería comer a cada rato, pensé que por el cambio de lugar y por la forma de cocinar de mi suegra no me llenaba. Fuimos al primer control, intentaba caminar, pero me mareaba, empecé a tomar la medicación que tenía para los vértigos producto de la cervical, pero el malestar seguía. Un día antes de almorzar mi nena se fue con el padre al súper que quedaba a una cuadra, al regresar me comenta mi marido, que la nena le dice que ella quería tener un hermanito. Él lo asocio a que vieron en el camino a una señora con dos niños de la mano. Como ella estaba presente le explique qué mama no podía tener otro bebe porque estaba enferma. Me levante para ir al baño y ella seguía con el tema y se lo vuelvo a repetir, y ella corre hacia mí y me dice, ¡pero mama hay un bebe en tu panza! No hija, le respondí, mana solo esta gordita. ¡No mama, hay un bebe!! anda a comer que ya es tarde. Paso el tema, me seguía sintiendo mal, mi suegra se tiene que volver así que mi marido la acompaño a la terminal, la subió al colectivo y se vuelve al departamento. Esos días antes charlando con mi suegra ella me pregunto si tendría otro hijo a lo que respondí que para mí era imposible por mis condiciones, que me costó trabajo sacarme de la cabeza la idea de ser madre otra vez. Que había asimilado mi imposibilidad debido al cáncer. Al día siguiente que viaja mi suegra, le digo a mi esposo que vaya a la farmacia y me compre un test de embarazo porque no podía menstruar, me dolían los ovarios, manchaba, pero no me bajaba del todo. Mi marido me miro como diciendo, es un chiste. No le digo, solo quiero estar segura para ir al médico y que me hagan estudios para ver que me está pasando, tenía miedo a una metástasis. Así que mientras el lavaba los platos, después de comer fui al baño a hacerme el tés, sentí miedo y me fui. Le dije a el que fuera a ver y me dijo que no pasaba nada que era negativo. Entonces vuelvo al baño, lo miro bien y ahí estaba la segunda rayita, no tan marcada como la primera…

Dios mío, pensé. Salí y me empecé a reír de los nervios, recuerdo que era un viernes y diluviaba en Bs.As. y me pregunta mi marido, y yo no le decía nada, solo me reía, pensaba que era una broma, pero no el test decía positivo. Imposible pensé… será imposible?? No lo entiendo decíamos. Nos cuidábamos, hay un error. Me largue a llorar con todas mis fuerzas, tenía mucho miedo, a que fuera verdad y que debiera abortar. Y si solo era un error me estaba angustiando en vano. Le mande mensajes a la Dra. Que me hacia las curaciones, es una profesional muy amable, me acompaño mucho, me llamo al ver mi mensaje y lo primero que me dijo fue, ¡tranquila! ¡Todo va a estar bien… felicidades!!! Yo seguía riendo y llorando a la vez. No entendía nada. Es un Milagro, pensé.  Ese fin de semana fue duro, el miedo me paralizaba, tenía que hacerme los análisis para confirmar o descartar. La Dra. Me los prescribió, y el lunes me los hice. Tenía turno con la oncóloga a la que no le gustó nada el posible embarazo, y me hablo de los riesgos, nada nuevo, mi oncólogo de cabecera me había advertido que no podía embarazarme en los próximo dos años mínimamente, y me hablo de un posible falso positivo, aun no estaban los resultados así que todo era posible. Tenía cita con mi mastologo que después de ver que todo estaba bien, biopsia en mano, le conté lo del “posible embarazo” y no lo podía creer, estaba tan asombrado como yo. Empezó a reírse y me dijo que si yo me sentía con fuerzas para sobrellevarlo que no había impedimento para hacerlo. Que me quedara tranquila. ¡Me tocaba las curaciones, voy al consultorio y la Dra. me ve y me abraza, hablamos del tema, le conté mis miedos y todo lo que me dijeron los otros profesionales y como en el sistema salen los resultados en tu historia clínica, los reviso y me dice, me toca darte la noticia, no es ningún falso positivo, es totalmente positivo, muchas felicidades!!! Y corrió a abrazarme, yo sentía que me iba a desmayar. Mi peor miedo era a que pudiera tener alguna secuela por las quimios que hacía un mes había dejado de tenerlas. Estaba EMBARAZADA!!!! Oficialmente de 8 semanas. Dios me estaba dando otra oportunidad, me había prolongado la vida, no solamente la mía sino con la de este nuevo bebe que estaba en mi vientre. Mi mastologo me dijo que no necesitaría rayos, que me quede tranquila y le meta para adelante. Me hice los estudios para saber si tenía alguna malformación mi bebe y a Dios gracias todo estaba perfecto.  Fue un embarazo súper normal, muy tranquilo, era un placer sentir sus movimientos a cada rato como diciéndome: ¡mamá, acá estoy! Es un guerrero, mi guerrero. Hoy mi pequeño milagro tiene tres meses. Es la luz de mis días. Es la segunda razón por la que me levanto cada día, mi hija de 4 años y medio y mi bebe. Hoy mis días pasan entre lactancia exclusiva, gracias a Dios puedo amamantar con mi pecho sano, y cambiando pañales, felizmente. Ser mama es lo que mejor me sale hacer, agotadoramente feliz.

Entendí que las cosas malas pasan para hacernos más fuertes, para transformar nuestro carácter, pude darme cuenta que hay cosas más importantes por las que vale la pena vivir, y otras que se vuelven tan insignificante después de algo así. Aprendí a valorar mi vida, a valorar a los que tengo a mi lado. Aprendí a ser feliz a pesar de las circunstancias. No digo que sea fácil, no es color de rosa, aunque el lazo sea rosa con el que recordamos el día del cáncer de mama, o la lucha contra este, no es nada rosa, es duro, muy duro, aunque hoy lo vea de lejos, peleando con el fantasma que significa esta enfermedad que puede regresar en cualquier momento, pero hasta que eso pase voy a vivir todo lo que pueda, con todas mis fuerzas, y llegado el momento, veré como cruzar el puente. –

Sé que Dios existe, que él me dio una segunda oportunidad, que gracias a él hoy soy madre nuevamente, que mi hijo es el testimonio de ese milagro, sé que escuchó mis plegarias, y que permitió que todo esto pasara para hacer de mí una mejor persona, un mejor ser humano y sobre todo para valorar la vida y valorarme a mí misma.