Magna

Que miedo, si, terror, es angustia, incertidumbre. Me levanto, salgo de ese mal sueño. Miro a mi alrededor y recupero la realidad. Voy hasta el baño, me paro frente al espejo y aún no me encuentro, se que soy yo, no se si estoy ahí. Miro de nuevo, más profundo, de a poco aparezco. Pongo pasta en mi cepillo y comienzo a programar mi día, enumero lo que tengo que hacer, sin poner horarios, solo títulos, tantas cosas!
Si yo no estuviera quien haría todo eso, supongo que nadie. Somos parte de un mundo lleno de agendas, horarios, obligaciones.

Tengo dos hijos que llenan mi corazón de felicidad. Desde el primer momento, desde que fui madre, mi vida dio un giro, hasta ahí mis deseos eran propios, hoy ellos son mi motivo, mi andar, mis pensamientos.

Tengo a mi lado al hombre ideal, somos un gran equipo, armamos y desarmamos los días, a la hora de ir a dormir, soñamos y movemos las fichas del juego.

La vida corre, pasan los días, pero te puede tocar que la batería falle, o no. Ese día me encontré parada en la línea que separa lo conocido de lo irreal, la vida de la muerte, el acá del más allá, mi cerebro se convirtió en una cámara de fotos, comencé a retratar un sinfín de imágenes, de momentos felices, de abrazos, besos, de amores pasados, encuentros actuales, de miradas, carcajadas que lograba escuchar, como si tuviera un álbum y lo expusiera a un viento fuerte, estos cuadros pasaban a tanta velocidad que los momentos se mezclaban en los tiempos, las épocas no seguían una línea histórica, todo de repente se convirtió en emociones que parecían tomar vida, usando como vía de transporte, mis venas.

Nací un 26 de octubre, época de calorcito, de chica siempre con mi mochila llena de vergüenza me la fui rebuscando para pasar desapercibida en momentos de exposición y cuando no quedaba otra, llenaba el pecho de aire y salía a dar batalla, con ánimo de number one, como última opción. Era de las que preferían el hogar, elegía de alguna manera la protección, en una época la terapia guio mi camino, por momentos era como un bastón y en otros mi mente no lograba validar lo concluido en las sesiones.

Mi vida podría, hasta aquí, dividirse en dos, mi juventud, donde me dediqué a buscar mi estabilidad, sin siquiera saber lo que era, incursioné consiguiendo lo que muchos llamarían un buen trabajo, estudié una carrera, y ahí me convencí de que me había convertido en una mujer cuya estructura cumplía perfectamente los estándares básicos de los requisitos sociales.

Y la segunda parte, sería mi adultez, casada con dos hijos, aferrada a un concepto de felicidad que vaya a saber cómo, dónde y con qué esquemas lo había construido.

En este momento, de alguna manera la vida me había otorgado el honor o el lujo de colocarme ahí, en ese lugar incierto, de pararme en esa famosa línea, entonces miré al cielo y sentí que lo que yo llamaba “mi vida” era algo desconocido, ajeno, lejano a mi. Sentía que todo lo que creía poseer no era mío, salvo, esas fotos que aparecían y de repente se desvanecían, y esa emoción que corría por mi cuerpo. De eso si era dueña. El resto se me escapaba, se secaba, se apartaba.

Empecé a sentir que les faltaba el respeto a mis hijos, a cuestionarme una y otra vez quién era yo para enseñarles algo, para definir un límite, para exponer un reto. Toda esa mágica estructura se me caía encima y me lastimaba con justa causa, dándome puñaladas por la falta de conciencia de haber tenido una vida y haberla creído propia.

Toda esa sensación duró el tiempo en que me hice los estudios para definir si mi cuerpo había convertido mi mal vivir, definido por angustias, rencores y enojos, en un cáncer que me dejaría seguir o no, en el camino. Pensé que fue un privilegio la oportunidad de vivir que me dieron esos resultados. Si bien, el tratamiento que describían los médicos era pesado, molesto y agresivo, me inventé creer que esa invasión era un sinónimo de transformación y decidí embarcarme con toda mi energía en ese barco que navegaría hacia mi sanación.

Todo transcurría a gran velocidad, pero debía hacer foco en mi realidad, mis células se estaban consumiendo, y yo debía salvarlas. Eso creaba emociones desconocidas, comencé a ordenarme mentalmente, hacia cálculos innecesarios, agendaba todos los turnos, como si ese orden me regalara una rutina que me permitía adueñarme de algo, como una necesidad de poder asentarme, crear una nueva estructura donde apoyarme. No podía seguir levitando.

Lo primero fue contar. Percibía las emociones de la gente más cercana, mi familia, comencé a observarlos, a ver sus ojos, todos estaban como embotados en lágrimas, eso me apenaba, yo tenía planeado seguir viviendo. Dale! A ponerle energía! Vamos que ellos están apoyando desde donde pueden, eso me repetía y me convencía.

Mis hijos eran mi prioridad, ellos tenían que recibir de mi el mejor ejemplo de superación, es como si fuera un libro y les tocara leer el capítulo “cómo superar un cáncer y ser feliz en el durante”, yo quería darles la mejor lección, desde el amor, el compromiso y la responsabilidad. Así quería superarlo y así quería mostrarles un posible camino de escape.

Todo comenzó con una operación y siguió con más y más aplicaciones de un líquido raro y pesado llamado “quimio”, que debilitaba mi cuerpo, apagaba mi energía y mis enojos no eran una opción para resguardarme de mi misma. El calendario era como un monstruo, focalizarme en el mes de septiembre era mi puerta a la salvación, no quería pensar demasiado sobre lo que estaba ocurriendo en el durante, ya que sentía que eso me apartaba de mi objetivo, de mi nueva meta, estar sana completamente.

Comencé a sentirme una heroína, estaba dando batalla, como cuando era chiquita, esta vez pensaba disfrutarla, sentía que todo era una elección, podía pasarla mal o bien, no había más. Era todo tan simple, ir con la verdad de lo que estas sintiendo, acá nada se podía ocultar, ocultar era lo que me había generado esta cosa tan fea.

La familia me daba todo, como si la enfermedad que asustaba a muchos, hubiera hecho mostrar lo mejor de cada uno, no había ninguna onda negativa, nada malo, todo era amor, los conflictos ya no eran tan importantes a la hora de compararlos con este resultado, la alegría aparecía por cada paso dado, la sensación de tranquilidad porque todo marchara bien. El ser humano en transparencia! Me di cuenta de la gran frase “en equipo todo se puede”, era así, sola no era nada.

Mi mayor preocupación era preguntarme en qué voy a hacer cuando esto termine. Me daba una sensación de incertidumbre el volver a cometer los mismos errores y terminar en la línea de partida de nuevo. Pensar en el día que recibí el resultado era muy feo, pero imaginar que ocurriría de nuevo era peor, debía transformar algo para que las células tuvieran otra opción que convertirse en malignas.
Dejar de trabajar fue como traspasar una puerta que al darme vuelta me mostraba que el tema era serio. El pensar que fui más de una vez enferma a la oficina era una lejanía, ahora me había transformado, como por arte de magia, en prescindible, en un segundo.

De chica pensaba que solo el ratón Pérez veía en la oscuridad, en ese instante aprendí que los seres humanos lo damos todo cuando somos conscientes de que nada nos pertenece realmente. El tratamiento era tan incierto que sentía que me había convertido en no vidente y estaba atravesando una gran una tormenta.

El proceso era largo, las aplicaciones eran duras, esas mañanas eran como vestirme para ir a una guerra, enfrentar al enemigo, que paradójicamente me sanaba y me destruía al mismo tiempo.

Descubrir a los médicos oncólogos fue toda una revelación, desde mi cirujano hasta la médica que indicaba los rayos, puedo decir, afirmar y convencer que se trata de personas que todos los días se encuentran con situaciones indefinidas. Reciben del paciente todas las inquietudes, miedos, angustias y reflexiones de una manera asombrosa, yo a todos mis doctores los reconozco en una lucha por la vida nunca vista, ellos están siempre, cada revisación o diagnóstico es un antes y un después en la vida del paciente, ellos están ahí, como si su casa fuera el consultorio, como si fueran Jueces que determinan el camino y el futuro, sus palabras resultan mágicas en el avance del tratamiento. Agradecida cien por ciento.

El comienzo del tratamiento vino acompañado de consultas terapéuticas, creyendo que me sentiría con más fuerzas y sumaria herramientas si le contaba a un profesional lo que iba sintiendo. Los días duros eran terribles, sensaciones de malestar constantes y cansancio extremo, caída de cabello, y demás balas que ingresaban a mi cuerpo para lastimarme. Decidí sanar cada herida improvisando la mejor manera, probando y aprendiendo de cada una.

El psicólogo me propuso que vaya reconociendo que tipo de tumores estaban afuera de mi cuerpo, qué era lo que me afectaba y necesitaba ser extirpado, siguiendo con mi foco de sanación completa. Esto se refería a sucesos o sujetos que me estaban afectando, cosas y personas que no sumaban, las que me producían angustias, esas que no eran necesarias. En principio fue fácil, con la noticia la mayoría de esas cosas y personas desaparecieron, fue como salir airosa y hasta podría describirlo como un alivio de gran magnitud en el medio de la niebla.

Cuando noté ese bulto raro alojado en mi mama izquierda me encontraba entrenando duro, disfrutaba mucho de cada desafío que iba encarando, pertenecía a un grupo de corredores donde todos aspirábamos a mejorar tiempos, juntarnos y disfrutar de la buena y sana compañía. Durante ese tiempo descubrí las carreras de aventura y comenzaron a ser mi mayor sueño. Disfrutaba mucho correr con mi marido, cuidándonos el uno al otro, yo lo admiraba por cada una de sus metas, y él me alentaba a mejorar día a día. Él y yo éramos un gran equipo. Claro, que todo eso se vio interrumpido, de hecho de un día para otro dejé de entrenar, siendo eso brusco y repentino, ya que lo hacíamos tres o cuatro veces por semana, anulando esa satisfacción tan hermosa de amarnos y admirarnos en cada entrenamiento.

El correr, elegir las carreras y entrenar era parte de nuestra rutina y nos daba mucho placer y bienestar. Todo comenzó en el año 2013, mi mamá tuvo un infarto, del que salió sana y salva, a partir de eso la familia comenzó a dar un primer giro, nadie siguió el mismo rumbo que traía, mi esposo dejo de fumar y comenzamos a correr.

Cuando la familia se fue enterando de lo que me pasaba, aparecieron los prudentes, los que no sabían que decir, los mensajes de amor, los abrazos que cruzaban el charco, todo fue afecto, acciones de apoyo y de gran ayuda. Luego se sumaba tomar decisiones impensadas, en el sanatorio me recomendaban no estar en contacto con mascotas, primer puñal, nuestro perro se fue de viaje, despedir a Ciro fue fuerte, rápido y brusco. Otro llamado de atención de lo que se venía, las indicaciones de prevenir posibles contagios e infecciones me asustaban.

Quiero hablar de mis amigas, el apoyo era constante, se ocupaban de mi energía, la mantenían siempre arriba. En este tiempo la vida de las personas sigue, es como si la mía se hubiera detenido, y el mundo girara a más velocidad, ellas son dueñas de mis recuerdos, son las primeras actrices de mis vivencias, aunque esas experiencias hayan sido frívolas o profundas, ellas son protagonistas desde que tengo uso de razón, son las que sacaban a jugar a mi niña, y las que me convertían en filósofa, psicóloga y fundamentalista, en tantas noches de diversión, en tantas tardes de mate, café, facturas y masitas. Siento que ellas son las que han escrito páginas y páginas de mi vida. Son las que han aportado en la construcción de mi personalidad y me han puesto tantas veces en el camino cuando he descarrilado. Ellas son el amor de mi vida, son parte de mi corazón, son una parte mía, como si yo no fuera yo del todo, sin ellas. Hablan de mi como si yo fuera importante, como si fuera una parte de ellas también.

Penas, alegrías, secretos, recuerdo, noches, días, tardes, carcajadas, tragos, bailes, colas de boliches, previas, todo eso hoy es mi mejor trofeo. Todas esas acciones me trajeron hasta acá, como si fuera una carrera y lo que falta para la meta es un recorrido largo que estoy dispuesta a transitarlo con esta compañía.

Tengo que contarles sobre mis hermanos. Somos siete en total. Ellos son como una red, cada uno sostiene una parte, uno vive muy lejos, pero se las ingenia para sentirlo cerca.

Somos muy distintos e iguales a la vez, según la ocasión nos acomodamos.
Mi madre fue mi foco de sanación, ella quería estar en mi lugar, y yo quería que ella este en el suyo.

En un apartado quiero hablar de mi abuela materna, ella me enseñó mucho de lo que soy. Ella me daba amor, franca, cuando la conocí no tenía la energía que tenía cuando se me fue. Hoy la sigo extrañando, la siento muchas veces cerca mío. Hubo momentos claves en los que solo ella me ayudó a superar. Era de las que te abrigaban de más, te abrazaban hasta asfixiarte y te cantaban la justa. Personaje importante, se bajo antes de lo deseado, se me escapó y mi corazón quedo incompleto.

Mis hijos aparecen en último lugar, como si fuéramos a cenar y nos sirvieran un sabrosísimo plato, la cucharada final siempre es la mejor. Ellos fueron el oxígeno justo que necesité en esta aventura, me daban la fuerza exacta, recuerdo mis ojos entreabiertos dibujando sus caritas, sus sonrisas salvan, sanan, reconstruyen y pintan.

Todas estas personas fueron mi escudo, mis seres queridos, mi equipo, los dueños de mi corazón. Los que están y los que me cuidan desde el cielo. Por mi, por ellos, me salvé.

El secreto está en querer quedarte, en aprender a perseguir tus sueños, en vivir con alegría, el secreto está en respetar la vida, la propia y la ajena. Está en disfrutar, todos cruzaremos la línea, espero hacerlo de viejita y llena de experiencia compartida.

Me queda solo agradecer la compañía, el amor y el aliento. A veces pienso que soy una privilegiada, este tratamiento me mostró que vale la pena vivir, no sobrevivir.