Fátima

Era un día tibio de abril. Entré al grado dispuesta a pedir los trabajos prácticos de Matemáticas a mis alumnos. Cuando pregunté si les había resultado fácil hacerlo, dispuesta a aclarar dudas, uno levantó la mano y me preguntó: Seño ¿es verdad lo que dicen la mamás afuera? Sabía a qué se refería, pero preferí disimular. ¿Qué dicen las madres, Luisito? Que te vas a morir, Seño. Dejé la tiza. Miré a las treinta caras que me interrogaban con temor y le contesté: No pienso morirme por ahora.

No fue fácil. Traté de utilizar palabras sencillas y amables. Les expliqué en que constaba el tratamiento y que debía estar siete meses de licencia; que no podía estar con ellos, pero nos íbamos a comunicar en las clases de informática a través de la computadora.

También les prometí que a fin de año estaría con ellos en el acto de fin de curso y que redactaría una carta de despedida. Y con tono seguro agregué: ustedes saben que lo que prometo, lo cumplo. Mi último día de clase, antes de la licencia, mis alumnos me hicieron una despedida hermosa con carteles, besos y abrazos que guardé fuertemente en mi corazón.

Ese día, regresé a casa, tomé la medicación, la apreté fuerte contra mi pecho y la bendije pidiéndole que hiciera su trabajo y me curara (eso lo hice todas las veces que tenía quimio). Luego me maquillé y subí al auto rumbo al instituto.  Allí me esperaba una personita muy dulce, la querida enfermera que acompañó cada sesión con profesionalismo y dedicación, que me pidió que tomara asiento en el sillón. Recuerdo que me recomendó que me cortara el pelo porque en unos días se me iba a caer.

Frente a eso, decidí no usar peluca. Estaba convencida que el cabello me iba a volver a crecer, y apenas noté que se me caía, le pedí a un peluquero amigo que me pelara. Al finalizar el corte, me puse un pañuelo, y salí. En mi cabeza resonaba las palabras de mi médico: “yo pongo el cincuenta por ciento, el otro cincuenta lo pone usted”.

Así, pelada, con pañuelo, vulnerable, entendí claramente que debía realizar un trabajo interior. Además de tomar la medicación, debía cambiar. Estaba segura que iba a ser un tiempo de mirar hacia adentro y de corregir aquellas cosas que hacían falta para poder sanar.

Decidida al cambio, pedí a una amiga dueña de una librería, que me consiguiera libros de autoayuda. Leí mucho y empecé a poner en práctica todo lo que en ellos encontraba. Algo muy sanador, fue escribir a mi padre (con el que no había tenido una buena relación) varias cartas. Cartas virtuales, porque él falleció hace tiempo, con la intención de poder expresar aquellos dolores que impedían sanar el vínculo con él. Lo mismo hice con todas aquellas personas con las que había tenido algún conflicto. El objetivo de este ejercicio era poder decir aquello que tenía guardado y a la vez, poder perdonar. Cada vez que terminaba una carta yo decía: te perdono y me perdono. Y era liberador. Sentía que iba quitando capas que me pesaban y no me dejaban en paz, como si fuera una cebolla.

También, en uno de estos libros leí que la risa cura. Así que aproveché a ver películas cómicas o a jugar a las cartas. Me reía de todo cuanto podía. Con unas amigas empezamos a hacer caminatas y nos divertíamos mucho, yo con mis pañuelos cabeza en alto, sabiendo que cada día era un pasito adelante y que podía hacerlo.

En este proceso de evolucionar, de sanar física y espiritualmente, decidí dejar de lado tres palabras: rencor, bronca y odio. Las reemplacé por amor, perdón y gratitud, un trío sanador. Y cada vez que me sucedía algo adverso, daba gracias, y lo recibía con amor.

Pienso que todo depende uno. Si nos proponemos cambiar lo vamos a lograr. Si trabajamos duro para cambiar nuestra forma de ver la vida, las cosas dan un giro que no imaginamos. En aquello que la vida nos presenta puede haber obstáculos que superar, y si se busca la manera, seguramente se va a lograr. Nada es imposible para aquel que trabaja con amor, perseverancia y paciencia.

Y hablando de trabajo, en el transcurso de mi tratamiento conocí a varias mujeres, que como yo estaban recibiendo su quimioterapia. Nos hicimos amigas y empezamos por formar un grupo de wasap. Luego, comenzamos a caminar juntas por el Parque General San Martín, unas peladas, otras con sus pelucas, gorros o sombreros. Luego vinieron los cafecitos, las salidas al teatro, mientras compartíamos experiencias, sentimientos y muchas cosas más.

En octubre de 2016, organizamos un Evento enorme en el Parque Benegas de Godoy Cruz, junto con una kinesióloga que nos trataba a varias de nosotras. Pensamos en el lema dado que era en pos de la prevención del Cáncer de mama. Le llamamos “No lo dejes pasar, control anual”.

Necesitábamos un nombre para el grupo, ya que gestionamos la donación de todo:  desde la locución, pasando por los profesionales que colaboraron con clases de yoga, zumba, charlas sobre alimentación, etc. Así que elegimos el nombre “Las Mirasoles”, ya que elegimos mirar la luz, tener el coraje y la fe de apoyándonos unas a otras y salir adelante.

Realmente esa tarde todo salió precioso. Una empresa que comercializa agua mineral nos donó cien litros, una productora de nueces y almendras hizo otro tanto con kilos de frutos secos que repartimos en bolsitas. Al evento asistieron varios médicos y profesionales que nos atendieron, también familiares y amigos. Durante toda la tarde movilizamos a la gente que por allí pasaba. También tuvimos la presencia de la Reina y la Virreina departamental de la Vendimia con sus atuendos (corona y capa) que no dudaron en bailar al son de la música de la zumba.  Pudimos hablar sobre la importancia de hacernos los estudios, de prevenir y también, tomar conciencia que el cáncer de mama tomado a tiempo se cura. También, difundimos centros donde las personas se pueden realizar mamografías en forma gratuita. Un objetivo que teníamos, era charlar con las personas para que no le tuvieran miedo a la palabra cáncer. Hay que ocuparse de la enfermedad y no preocuparse para poder salir adelante sin problema.

El tiempo pasó, y hoy continuamos con el wasap de las Mirasoles. En él incorporamos a aquellas mujeres que están transitando por la enfermedad, intercambiamos experiencias y nos damos consejos y contención. Es tan importante contar con gente que haya pasado por lo mismo, para aclarar dudas o simplemente para saber que el pelo te crece, que con paciencia se puede.

Personalmente creo que cuando se trabaja para ayudar a quien lo necesite, se siente paz, alegría, porque todo lo que uno brinda para bien de otros, vuelve multiplicado.

En fin, comencé esta historia con la promesa a mis alumnos de leerles una carta de despedida en el Acto de colación. ¡¡¡Y cumplí!!! Jamás me voy a olvidar la cara de felicidad de mis alumnos y el inmenso cariño que me demostraron cuando les leí esto:

“Queridos chicos:

Hoy se cierra una etapa en sus vidas, se concreta el sueño de un grupo de niños que hace mucho, con cinco añitos, llegaba temeroso de la mano de sus mamás para quedarse con su primera señorita, la que con una sonrisa los invitaba a jugar. Con el correr de los años, muchas personas los hemos acompañado, los hemos visto crecer y nos sentimos muy orgullosos de este grupo de personitas que hoy se despiden de la escuela.

Queremos contarles que la vida es un libro que escribimos todos los días. En él, cada página tiene que ser una aventura. Lo importante en ella, es que cada desafío que se presenta difícil de superar no se convierta en obstáculo, sino en algo que ayude a crecer y ser mejor.

No permitan nunca que lo difícil los venza. Siempre van a haber obstáculos, lo importante es superarlos y seguir. No se detengan, jamás dejen de creer en sus sueños. Cuando nos despedimos de alguien siempre le deseamos lo mejor:  que tengan suficiente sol para mantener su espíritu brillante, suficiente lluvia para que puedan apreciar aún más el sol, suficiente felicidad para que sus almas estén vivas. Y, por último, les deseo suficiente amor porque el amor es el motor que nos mantiene vivos. Porque gracias al amor de ustedes y de muchas otras personas hoy puedo estar leyéndoles esto, y diciéndoles: se dice que toma un minuto para encontrar una persona especial, una hora para apreciarla y un día para amarla, pero toda una vida para olvidarla.

Hasta siempre, los queremos mucho”.

A partir de todo lo vivido, sana y de regreso a mi trabajo, puedo decir que valoro cada nuevo amanecer, porque aprendí que con él renace la oportunidad de ver el brillo del sol, y en sus rayos descubrir las cosas que hacen que la vida valga la pena ser vivida. Que se puede mirar y escuchar al otro sin querer cambiarlo; que se puede empezar y terminar cada día con una sonrisa; que se puede encontrar en todo lo que nos pasa, algo positivo. Que se puede superar el cáncer, evolucionar y sanar … si trabajas para eso.