Pez globo

Los últimos dos años forman parte de mi nueva vida, porque uno renace continuamente cuando ella te sorprende (cuando quiere, cuando lo dispone, sin tener en cuenta tu opinión).

Te deja solito con tu alma y te desafía o te prueba a que te desvíes de ese camino seguro, donde vos crees que dirigís, para abrir un devenir inmenso en el que con lo puesto dejas que otros dirijan tu vida (nada más ni nada menos), sin la menor certeza, sólo la esperanza.

Por eso no me preocupé cuando me llamaron para una ampliación de mama, no me preocupé porque llevaba mis controles todos los años, me sentía bien y completamente segura de que estaba sana.

Después de varios estudios, la especialista me lo dijo: “es un cáncer muy agresivo, te tengo que operar en unos días”.

Otra mujer me dijo: “quiero hacer unas fotos para documentar tu paso por el tratamiento”

Me pareció un antojo artístico de alguien que nos quería fotografiar como conejillos de indias, después acepté, quién era yo para aislarme de un proyecto que involucraba a muchas mujeres.

En una foto se ve parte de la mama enferma, encubierta con una luz de sombras que forma un enrejado; en otra se ve el catéter cerca de la clavícula, mis mamas al descubierto y mis manos sosteniendo una madeja de lana que alguien ovilla en torno a mi cabeza, en la tercera me veo de espaldas rodeada de agua con un lienzo negro enlazado en la mano izquierda que a modo de flagelo atraviesa mi espinazo, parece la fusta que me sacará de ese pozo.

Cada foto es el símbolo de lo que pude verbalizar, porque poder contarlo es también sanador.

Yo llevaba una existencia muy sana y activa: todo estaba arreglado como casi hacemos todos los que nos cuidamos: tres días por semana natación, comida frugal, gimnasia, caminatas, trabajo; sin embargo, tuve que decirles a mis amigos y familia aquella frase terrible: “tengo cáncer”.

Me sentía muy triste, abatida tal vez sea la palabra para expresar qué sentimos cuando de improviso nos encontramos en una ciénaga, que nos cubre hasta los senos y alrededor hay nada de donde aferrarse y salir.

Por fin me operaron. Era la certeza absoluta de que la enfermedad existía independiente de mis deseos: me sacaron el tumor, 8 ganglios, ya había metástasis en el centinela……………….

Luego, como una alumna ejemplar hice todo lo que me decían, pensando que del otro lado podía estar la muerte, y yo quería vivir.

Las circunstancias, los avatares te hacen conocer otros compañeros de ruta, es ahí donde descubrimos que no somos los únicos, que estamos expuestos a lo que nos horroriza y compadecemos en otros.

La quimio primero, y la sensación de estar en una nave con mis nuevos cómplices de lucha, tratando de cruzar el océano que repentinamente te atrapa. Seis meses: niños, jóvenes, adultos, los dientes apretados, todos los síntomas que habían dicho que tendría.

Un día dije: “no vuelvo más”.

Pero, “¿cómo dejar el barco habiendo tantos niños, jóvenes, viejos remando sin parar?”. Más tarde los doctores, la terapeuta: una quimio por vez, cada una como si fuera esa sola y así un escalón por escalón y si se  acaba la escalera, “trepate”.

La imagen de trepar que es la de subir, avanzar usando manos, piernas o tal vez ese lienzo de la foto que aparece de pronto.

Estas curando.

Soy otra cuando descubro un mechón de pelo en la mano, y corro a raparme para sentir que con esa acción puedo ganarle a la enfermedad, puedo controlar algo dentro del tembladeral.

Lloré tanto.

Paulatinamente te descubrís agradeciendo cuando ves el cielo después de una sesión de quimio o rayos, íntimamente te arrodillas en actitud de rezo, una oración propia que emerge de la esperanza.

Después de los 6 meses de quimio seguí con rayos. Increíblemente había alcanzado una claridad mental y alerta constante: el instinto de supervivencia se activa libremente, porque nadie quiere dejarse vencer.

El espejo me mostraba un rostro hinchado y color fucsia que hizo volver mi sentido del humor, me empecé a llamar el” pez globo” (aquel del video que me habían mandado, con su cara hinchada y sólo con las aletas formando su propio mándala en el fondeo del océano).

El cansancio y la fatiga, te hacen perder la conciencia de un tiempo cronológico de 24 horas, éste transcurre a veces suave como nadando, otras es una intranquila pesadilla, en la que mis manos desovillan una madeja de lana roja que voy enroscando en mi cabeza: es a la vez una red de personas que me sostienen: pareja,vecinos, clientes, amigos, familiares, alertas por mi estado.

Un ovillo es un embrollo que va tomando forma, que va ordenándose para un fin, una urdiembre que sostiene, abriga protege, nutre.

Supe más tarde que todo el pueblo de Salsipuedes pedía por mí, que me tenían presente y me observaban a distancia para aparecer cuando estaba a punto de caer.

Nací a la sensibilidad, a la empatía, a la emoción.

Y uno comienza a medir con una vara muy alta. Después de 2 años rememoro lo que pasó y si se presenta una dificultad, el recuerdo de ese ovillo de sangre me abre otra dimensión. Veo algo bello cada día, aunque sea oscuro: camino, trabajo, me ocupo de mis perros, mis plantas, mis seres queridos. Sí, siempre hay un lugar dentro, un altar de agradecimiento, siempre hay algo hermoso y bueno.

Y sale de dentro del alma un gracias a todos, médicos, hospital, amigos, pareja, vecinos, a la redecilla de la que somos parte, como puntos luminosos que a veces parpadean y parecen opacarse para luego brillar con todo su esplendor.

Y la foto con sombreado tenue emerge, como una advertencia.

No te descuides, seguí trepando.