Pablo T

Veo todo borroso, como nublado; siento el golpeteo de las ruedas de la camilla en los rebordes de los cerámicos mientras avanzamos hacia algún lugar.

-Este pasillo es muy largo-, pienso y suspiro suavemente.

Casi como reproduciendo el mismo golpeteo de las cerámicas mis ojos se queman al pasar de unos tubos fluorescentes y todo ello sucedía hasta que llegué a la habitación donde finalmente me dejarían internado.

-Sr., ¿Usted sabe de lo que padece? – me interroga una médica.

-Sí, leucemia  – le respondí.

Durante los días recibía las visitas de mi madre, mi pareja, hija y hermano. Más allá de una cientos veces que se abría la puerta para darle pasó a médicos, enfermeros, gente de limpieza y a los que me acercaban las comidas durante el día.

En las noches reina el silencio, la quietud y las luces bajas. Sólo había algo que interrumpía esa quietud y silencio, y eso sólo pasaba cuando se disparaban algunas de las alarmas de las innumerables bombas y monitores que me suministraban el suero y las dosis de quimioterapia.

Una noche después de haber pasado cinco días de estado en coma alguien abre la puerta de la habitación con un termo y un mate. Esto me sorprendió mucho porque me habían dicho que lo tenía completamente prohibido. Hay que entender que en ese momento me encontraba entre la terapia intermedia y la terapia intensiva.

Ese alguien que abrió la puerta era un hombre de unos 70 o 75 años de edad, un poco encorvado, con una altura de un metro setenta aproximadamente, ojos claros y lleva una nariz roja de payaso en la nariz.

Esa noche luego de pedirme permiso entró silenciosamente y mientras me sonreía y me miraba, caminaba dando pasos cortos y en punta de pie, marcando círculos con las puntas de los pies. Cuando se detuvo lo hizo repentinamente y señalándome me dijo:

– vos debes ser Pablo-  y continuó  diciendo

– Toranzo-.

Tan sólo tuve fuerzas para levantar el dedo pulgar derecho en señal de aprobación y luego señalé mi garganta y me dijo que era por el entubado que hicieron al haber estado en coma. Le volví a levantar el mismo dedo y continúa diciéndome que no me preocupara que los tubos del respirador siempre terminan afectando las cuerdas vocales.

– Por hoy no te molestó más.- Me dijo mientras se levantaba de la esquina de la cama mirándome fijo, sonriendo y repitiendo los pasos con los que entró a la habitación. Tan  sólo unos segundos antes de salir de la habitación se asomó nuevamente por el umbral de la puerta y me dijo, -nos vemos mañana.-

Cuando se fue y quedé completamente solo en la habitación me quedé pensando, qué carajo pasó con este paya-médico. ¿Quién era y qué representaba este tipo que de repente aparecía en mi habitación fuera de los horarios de visitas?.

Recliné la cama hacia su posición más horizontal e intenté dormir un rato. Pero lo cierto es que no pude cerrar los ojos para descansar tranquilo al menos por cuatro o cinco días seguidos.

Durante esos días de insomnio no dejaba de pensar un segundo en mi familia, en mi hija, preguntándome todo el tiempo por qué todo esto me estaba pasando esto a mí por qué, por qué y más por qués y lo peor de todo es que no llegaba a ninguna respuesta ni conclusión.

No hay nada peor durante esta enfermedad, desde que uno se entera que el cáncer invadió su cuerpo que la única respuesta que se tenga, es que no se sepa muy bien el por qué…; que no se sepan los orígenes y que la evolución sea durante un día no haya ningún pronóstico más alejado al del día a día.

Ese costado mezquino, avaro de sentimientos está mandado por el diablo que me ofrecía los mates quizás los mates más ricos que alguna probé.

Todas esas noches que representaban por un lado agonía y por el otro lado representaban cura el paya-medico pasaba por la habitación se acercaba me miraba mientras yo veía las fotos de mi hija y silenciosos, y tan silencioso como entraban y se retiraban pero uno de ellos nunca se iba sin darme un fuerte apretón de manos.

A llegar el quinto día de insomnio repentinamente me dormí, hasta que llegó el sexto día en el que me desperté con una voz que me decía “buen día, soy de laboratorio”.

Recién al octavo día comenzamos a hablar, intercambiar algunas ideas y aquellos prohibidos mates con ambos personajes al lado de mi cama.

Las charlas se basaban en mi historia de vida, las cosas que hice -desde mis gustos personales a lo laboral-. Por lo general durante dichas charlas ellos siempre preguntaban y yo respondía. Estas charlas por lo general duran poco; eran cortas porque las molestias del respirador aun persistían.

Habitualmente este paya médico me visitaba después de que se iba mi familia. Un día decido pasar un rato, un ratito antes diría mejor. En ese ratito nos pusimos a hablar de varias cosas yo estaba bastante afligido, la cabeza me daba vuelta con muchas imágenes de mi pasado, sentía ese gusto desagradable a estar muriéndome, a sentir que la vida se me iba.

Fue la única vez que sentí el verdadero pesar de lo me estaba tocando vivir, ya en este punto no había diferencias entre el bien y el mal, de lo que sucedía paredes adentro.

En más de una oportunidad sentí como que esta paya médico (por nombrarlo de alguna manera) me tenía medio cronometrado en mis visitas.

Al ver mi reacción y de forma muy repentina decidió preguntarme – ¿qué te pasa flaco, hoy estás susceptible, estás melancólico, estás extrañando? y yo medio que sin darme cuenta casi caí en una trampa de este viejo deambulador de pasillos de hospitales y sanatorios. Le respondí cuasi sobrándolo que dentro de toda esa amargura solo buscaba encontrar las felicidad.

Por otro lado, unos minutos después pensé que esa quizás era la búsqueda hacia una de mí respuestas más sinceras que di en mi vida.

Ese escueto y quizás mal deambulado camino dentro pensamiento entre los orígenes del pensamiento “aristotélico de felicidad y muerte”.

Aquello que pudo ser un buen o mal intento de recordar mis clases de filosofía de la facultad me hicieron descubrir cuál fue el único momento de felicidad de mi vida.

Y continúe diciendo – “Una pregunta muy fugaz y repentina sin darme tiempo a dudar acerca de la respuesta a la que podría haber llegado desde mí, hubiera sido la injerencia en la ley de Glaciares, haber escalado grandes y abruptas montañas, mis reportajes fotográficos, etc., etc., etc…

Lo cierto es que para ese entonces donde mi vida se debatía entre la vida y la muerte en lo único que conseguí pensar fue en una playa ubicada a unos 30 kms de la localidad sudafricana de Gaansbai. En esa playa estábamos Noelia, Irina y yo tan solo contemplando la paz. Esos 10 minutos fueron los más felices de mi vida.

La respuesta que hasta ahora Aristóteles descubrió entre la conjunción de felicidad y muerte la entiendo pero no comprendo que tengamos que llegar al final para disfrutar de la felicidad. O como me paso a mi” – y así me despedí de mi paya médico y del diablo aquella noche.

Unos días después le mostré algunos de mis trabajos fotográficos en áreas de conflicto, cárceles y villas miserias. En ese momento se sacó por primera vez la nariz el payaso y me dijo – ahí está en parte tu leucemia. El Diablo solo limpiaba sus dientes con las unas y poca importancia dio al tema.

Los días pasaban y pasaban y estos dos hombres que alguna vez aparecieron de repente ya se me transformaban en una necesidad y dada la puntualidad de ambos, que a veces era extrema, sabía perfectamente a qué hora a entraría por la puerta de mi habitación.

Sólo existían dos instantes que eran únicos aquellos en los que llegaba mi familia y en los que este desconocido entraba por la puerta de mi habitación. Ambos conseguían sacarme de la realidad que me estaba tocando vivir allí.

Al mismo tiempo sentía que cada vez su presencia se me hacía más familiar. Y su familiaridad no solo la veía en sus gestos y expresiones, sino en muchos sentidos que nos aproximaban y nos hacían por momentos sentirnos conectados. Como si los tres fuésemos uno solo.

En la primera internación estuve veinticinco días pero poco antes de que me vaya de alta, quizás unos minutos antes de la llegada de mi mamá y mi tía, apareció el paya médico para decirme que me estaba yendo que ya me lo iban a informar.

Luego de ese instante desapareció y hasta que no volví a verlo a diario hasta que fue me volvieron a internar para la primera consolidación.

Tengo que aclarar que aunque muchas breves me sentí observado a la distancia por estos dos entes, la sensación jamás fue de temor o desconsuelo muy por el contrario sentía el regocijo de la compañía que me brindaba esa risa pseudo-maquiavelica a la distancia.

Risa que nunca terminé de entender hasta más adelante.

La segunda y la tercera internación, o sea la primera y segunda consolidación de la quimioterapia, no fueron idénticas pero ya sabía por el camino recorrido en la primera quimioterapia que iría pasando y me lo tome con más tranquilidad.

Ello me dejo ver con otro nivel de caridad con que parte de mi ser decidía tener las charlas de paya médico y con qué otra parte de mi ser que se hizo visible desde aquí tomaba mates con el diablo.

Entendí rápidamente que ambas partes conformaban parte de mi ser y de la forma en que yo decidiría encarar este momento, enfermedad, circunstancia, porque, o como queramos llamarlo. Ambas partes eran tan tangibles e intangibles, cuantificables como no, todo entre esas posibilidades era inimaginable salvo una cosa, el resultado sería c1ompletamente distinto, un destino era seguir aquí entre los míos y otro era el abandono y desaparecer,

Hubo momentos en los que creí que tener charlas con el paya médico que eran de gran utilidad pero también hubo momentos que los que me senté a tomar mates con el diablo y fueron igual de gratificantes. Quizás haya sido esa extraña mezcla de valores por descubrir algo impensado.

Hace un tiempo, durante el  descanso antes del trasplante, en esas cinco semanas tuve la oportunidad de festejar el cumpleaños de mi hija. Lo festejamos cinco meses después por motivo de esta circunstancia que como familia nos está tocando atravesar.

En tal festejo en uno de los adornos vi la nariz de un paya medico ese que siempre me dio fuerzas y aunque ahora estoy ya internado y a días de un Trasplante de Medula Ósea y que aún me tienta tomar deliciosos mates con el diablo tengo la responsabilidad de preservar y hacer crecer “mi última esperanza – mi familia…”