Muñeca

Allí estaba, con mis treinta y cinco años en la piel, por primera vez, sentada en la sala de espera del consultorio de  la ginecóloga, esperando el turno. Si… la primera vez… Hija y hermana de médicos, aun así, era la primera vez. Quizás desidia, o tal vez una tonta vergüenza,  inconciencia de juventud, o como quieras llamarle. Ese sentir  que nada va a pasarle,  porque hacía más de una década que ni dolor de garganta ni de panza, nada de nada.

Allí sentada, con la mirada perdida en algún punto fijo de aquella sala, no podía entretenerme ni con el celular ni con la televisión que estaba a un volumen ensordecedor en la novela de la siesta, ni siquiera esas revistas viejas deshojadas o las propagandas medicas del autoexamen. Autoexamen, sí, eso fue el disparador de aquella visita al médico. Primero de forma causal sentí como un bulto del tamaño de una almendra que me llamó la atención. Pero me dije a mi misma “en la próxima menstruación, esto se va, es solo congestión por el cambio hormonal del ciclo”. Y el periodo pasó y aquella pelotita seguía, aunque ahora con el tamaño de una nuez pequeña. En un mes, no solo que continuaba sino que había cambiado de tamaño.

Sin pensar en nada, saque turno. Obviamente, la idea era que como la mayoría de las mujeres podía llegar a tener calcificaciones o nódulos benignos que iban a desaparecer con algún tratamiento, todo fruto de no haber recurrido en una temprana edad a realizar mis controles anuales como una mujer responsable.

Salí de allí, cargada de tarea! Estudios completos de sangre, mamografía, ecografía, PAP, colposcopia, etc.

Al regresar a la consulta, contenta como buena alumna que había sido, porque el chequeo lo había realizado con inusitada diligencia, me quede mirando con avidez la cara de mi médica, que observaba uno a uno los estudios. Leía en voz alta los resultados, que hasta ese momento no le había prestado atención. A mi juicio, todo era normal, con términos que aún no conocía, nunca pensé que algo raro estaba sucediendo en mi cuerpo.

Algo le llamo la atención en el informe de la ecografía mamaria. Me volvió a revisar y me dijo que ese nódulo era algo inestable, que no podíamos dejar pasar más tiempo y que iba a hacerme una punción para sacarnos la duda.

Salí tan confundida, sola, con una punción en mi mama derecha, ya esto me empezaba a inquietar. “Será que no estoy acostumbrada a todo esto”, “será que es rutina una punción”, me dije. Pero bueno: “ya es el último estudio y se acaba”.

Esperar unos quince días más… se hacen eternos, pero en mi mente no se me cruzo ni por un momento que era nada malo. Aunque seguía allí, esa bolita dura casi  que  ni me animaba a tocarla para no pensar.

Y llegó el día, nuevamente en aquella sala, una larga espera, pensando que tenía miles de cosas que hacer luego de aquel turno.

La ginecóloga me hizo pasar y sentar mientras amorosamente me decía: – “No son buenas noticias”. Y con voz resignada le conteste: – “Era una posibilidad”.

Comenzó a explicarme con términos muy médicos lo que tenía, que debía operarme lo mas rápido posible, que no debía esperar más tiempo, que tenía un crecimiento muy rápido, etc. etc.

Salí aturdida de allí, de pensar que solo era un trámite más, a ver que mi vida había hecho un giro completo. Que todo lo que tenía que hacer después de la consulta, se había vuelto completamente irrelevante.

Volviendo en el auto con mi hermana que me había acompañado, supe que era lo que me había enfermado. Fue así, en mi interior sabía que algo había detonado esta enfermedad. Por supuesto que las predisposiciones genéticas que tenía de padecer cáncer y más de este tipo eran superiores a la media normal y un “Porque no a mi” también, pero más allá de eso, uno se para en medio del tsunami que está viviendo y piensa, piensa… miles de cosas que antes no se detenía a pensar: en la vida, en la muerte, en los afectos, en su propia realidad y piensa y se replantea, hay tanta información desordenada que hay que ordenar,  que clasificar…

Y es así como me puse a trabajar, me sentía responsable de lo que me estaba pasando, que si no me ocupaba de aquello, nadie más podía ocuparse. En definitiva era mi cuerpo, estábamos los dos con aquel problema, se habían prendido las alarmas y me estaba dando un aviso.

Me operaron en aquel otoño frio del 2007, me realizaron una cuadrantectomía para extirpar el tumor y luego esperar los resultados de la biopsia, ya todo podía ser… bueno, malo,  me daba igual, realmente me daba igual, porque todo aquello sin lugar a dudas ya me había cambiado la vida: Si era bueno, era una lección para no dejarme estar con los controles,  y si era malo, ver como sanar, de adentro hacia afuera, pero bien de adentro primero, sanar mi mente y mi cuerpo.

Estaba preparada, para escuchar cualquier resultado. El diagnostico era “Carcinoma in situ”. Gracias a Dios, es uno de los tumores con mejor pronóstico, eran muy alentadores los médicos con respecto a ese tipo de cáncer, lo que no me parecía alentador era que en la descripción de la biopsia decía que los márgenes de la muestra no estaban libres de enfermedad, es decir que había que operar nuevamente y ver si los ganglios estaban comprometidos

Sin dejar pasar más tiempo, nueva operación, quitaron el resto del tumor, el ganglio centinela y algunos más. Por fortuna nada se había extendido y pude conservar parte de la mama. Tengo grabada en mi mente como un láser lo que me dijo el médico mientras salía de la anestesia: “Viniste a tiempo, si te demorabas más, no contabas el cuento”.

Mención aparte es el trabajo interno que uno hace solo después de pasar lo que viví. A partir de aquello y como dije anteriormente, no quería que mi vida siga siendo como hasta ahora. Le di gracias a la enfermedad, ella me apuntó: “O cambias o sigo acompañándote y me instalo en tu cuerpo.”

Ya no quería que los problemas llegaran a ocupar todo el espacio en mi cabeza y llegaran a enfermarme otra vez. Quería que el trabajo fuera una bendición y no una carga, que tanta responsabilidad de mi propia exigencia de ser buena hija, buena hermana, buena amiga, buena empleada, etc. no comprometiera mi salud, mi necesidad de disfrutar de los pequeños placeres de la vida, o de llegar a casa y que sea mi refugio,  mi lugar de paz y alegría y no la prolongación de los problemas y del ponerme al día con lo atrasado del trabajo. De ser yo misma, ser buena persona pero no querer agradar a todos, ser servicial, pero no cargar con la vida de los que te rodean. Todos somos únicos e irrepetibles, todos tenemos nuestros sueños.

A partir de mi enfermedad, todo había cambiado, tanto en mi entorno familiar como en el laboral. En algunos casos para bien, en otros quizás no. Pero todo era un aprendizaje. Debía aprovechar el cambio, porque seguramente, todo iba a volver dentro de un tiempo a ser lo mismo, la misma rutina. Estaba con la sensibilidad a flor de piel, todo me conmovía, aun las cosas tontas o aquellas pudieran solución.

Con respecto a mi cuerpo: todos me preguntan cuándo me iba a colocar  las prótesis pero cuando veo mis mamas y aquella con esa cicatriz gigante que a cualquiera le causaría espanto, yo veo una marca de guerra, la amo así tal cual está, la veo victoriosa, la llevo con orgullo, ella me recuerda todos los días la batalla ganada y los cuidados que mi cuerpo necesita. No quiero que nadie borre nada de su aspecto. Quiero que pueda decirse la palabra CANCER con todas las letras, sin hablar bajito, cuchicheando, que no sea hable de “esa cruel enfermedad” como la nombran, porque si se quiere,  cualquier  enfermedad es terrible, depende de cómo uno la enfrente. Quiero que cuando te miren, no lo hagan con pena, con compasión, sino acompañando, preguntando, todos podemos aprender de todos y de todo. El hablar del tema ayuda al que está enfermo y al que está sano.

Aproveché las sesiones de radioterapia para pensar. Mientras esperaba mi turno, mientras me aplicaban los rayos, mientras veía a los demás pacientes en mis mismas circunstancias o peores aun y mientras caminaba de vuelta al trabajo luego de las sesiones.

Y es así para querer cambiar cosas de mi vida,  para poder relacionarme con gente, para despejar mi mente de los problemas diarios, para hacer algo creativo,  llegué a hacer un curso de cocina. Dicen que los trabajos manuales son terapéuticos y vaya que lo fue. Luego de terminar el curso, hice la carrera de gastronomía. Me recibí de chef y convive esta pasión con mi profesión de abogada. Luego creé mi propio emprendimiento de repostería, algo que comenzó como hobbie, pero creo que quizás en algún futuro cercano sea tiempo completo y si sueño un poco más,  me veo envejecer en una casita en las sierras de mi Córdoba, cocinando en mi propia casa de té.

Claro que sigo mis controles rigurosos todos los años, sigo cuidándome, cambiando hábitos, alimentación y tomando la medicación prescrita por los médicos y la enfermedad no ha vuelto a manifestarse.

Una vez escuche una de las más hermosas canciones revolucionarias de la historia en la que describe el tiempo de las cerezas: ellas recuerdan, por su color, la sangre pero también evocan la dulzura y el verano, dice que la época de las cerezas dura muy poco, pero que siempre habrá un tiempo de cerezas, ese tiempo fugaz que todos añoramos vivir algún día. Ese es el tiempo que quiero vivir de ahora en adelante: “mi tiempo de cerezas” reivindicar la alegría cuando hayan dominado la tristeza y el hastío. Llenar de amor y ternura las manos con las que cocino para poder ayudar a otros que han pasado o pasaran por lo mismo.