Martha

Soy Martha, tengo ochenta años recién cumplidos, y hace diez años y ocho meses, ante una visita a mi clínico por un malestar, según mi opinión; recibí la noticia: “Desde ya le digo que esto es ginecológico y quirúrgico”. Por el tono y su rostro, capté la seriedad del caso. Volví a mi casa manejando y me descargué con mi nieto.

Los estudios confirmaron el diagnóstico del palpado: “Cáncer de útero”. Mi esposo se paralizó y mis hijos se dividieron las tareas, todos haciendo un frente común: salvar a mamá. Mi hijo se encargó de la parte médica, y las chicas, que viven en la provincia, lejos, se instalaron para acompañarme y entretenerme, mi marido, a mi lado. Me internaron.

Consultorios, cirujanos varios, y al fin fue elegido el Dr. T. del HIBA. Yo nunca dudé, o casi nunca, del resultado positivo de la operación. Y jamás pensé “¿por qué a mí?, antes dije: ¿Por qué no a mí?

Finalizó todo bien, y al salir de la sala de recuperación estaban todos en bloque, mi viejito y mis hijos, como una guardia pretoriana, felices como yo, y como el médico.

Quimioterapia, rayos, todo fue sin problemas y sin trastornos. La idea motora era la fiesta de los cincuenta años de casados, que haríamos en menos de cuatro meses: vestido, zapatos, peluca, souvenirs, arreglo de mesas, servicio de catering, D. J., fotógrafo, cantante, entretenimientos para los pequeños. Y el día de los enamorados de 2009, con la invalorable ayuda de todos, hasta del clima, disfrutamos mucho. Fui feliz.

Controles periódicos buenos, pero después de un año de la operación se me produjo una obstrucción intestinal: los rayos me habían “quemado” una parte del duodeno. Otra operación y extracción de un metro de intestino, lo que me provoca, hasta hoy, diarreas; tengo el intestino corto. Molesto, pero lo manejo con medicación y dieta.

Pudimos hacer viajes hermosos, paseos interesantes, disfrutes familiares, y ver crecer a todos los nietos. Eso da sentido a la vida, junto a los hijos realizados, llena de orgullo, y da paz al alma.

Tuve la suerte de no vivir la erupción de un volcán o un tsunami, pero, en el que sería mi último viaje con mi marido, comencé a sentir dolores, cada vez más fuertes, que me impidieron salir del hotel en SF. Me atendió una medica colombiana que me recomendó masajes. Al regreso, con silla de ruedas, mi hijo me llevó a su casa donde me esperaba mi clínico, e, inmediatamente, fuimos a la clínica I en LP.

Allí, un médico especialista en infectología, otro traumatólogo y mi clínico, después de varios análisis, tomografías y resonancias, diagnosticaron una infección generalizada. ¿Infección? ¿De qué provenía?

Al cabo de mucho antibiótico y dos toilettes de cadera derecha, con las correspondientes heridas y cicatrizaciones, mis hijos decidieron trasladarme al SF de BA porque veían disparidad de opiniones entre los médicos. Simultáneamente mi marido no estaba bien, triste, apocado, asustado, flaco.

En el SF me practicaron tres toilettes más, ¡CINCO EN TOTAL! Salí caminando con andador y con mi viejito con CANCER DE PANCREAS. A mi hijo le contaron que un médico del HA operaba con éxito ese tipo de enfermedades. Consultas, dudas, miedos. Un día mi marido me preguntó: ¿Vos te operarias? Yo le dije que esa era una decisión muy personal, pero ante la reiteración de su pregunta le contesté que sí, que yo me operaría. Tenía que engordar, fortalecerse, y lo hizo con entusiasmo, todo en casa de mi hijo porque yo estaba convaleciente. Mis hijas iban y venias como tantas veces lo hicieron después, y mi nuera, diez puntos. Hasta mi nieto Fran manejaba mejor que yo la alimentación parenteral del abuelo.

Llegó el día, la operación bien, pero la herida no cicatrizó. Él no aguantaba la internación, se quería ir, se sacaba las vías, me pedía que lo llevara, divagaba, fue horrible. Pero Dios fue generoso y en veintiún días se lo llevó. Por supuesto que lo lloramos todos, yo lo hago todavía, pero también, le hablo, le guiño un ojo a su foto y recuerdos miles me acompañan. Fueron cincuenta y cinco años, toda una vida, momentos difíciles y hermosos, pero el balance es positivo. Con mirar la familia que formamos, basta.

Después de todo lo ocurrido, yo creí que había terminado el alud, pero, tres meses más adelante, principios de enero de 2015, estando en la casa de mi hija menor, cerca del mar, una madrugada, me quise levantar, trate de aferrarme a mi inseparable compañero, el andador, y me caí; como pude me fui levantando y, ya en la cocina, tome un vaso para beber agua que se me cayó de las manos al suelo. Allí mi hija se despertó y, como siempre, me consoló, pero llamó a mi otra hija, que vive en otra ciudad, dándose cuenta ambas, que la cosa era seria. En pocas palabras, a la tarde de ese mismo día, no recuerdo bien cómo, estaba nuevamente internada en el F de BA, en el sector de aislamiento, atendida, primeramente, por mi clínico anterior, el Dr. CA, que llamó al médico especialista en infectología, Dr. P.

Mi hijo, desde el exterior, armaba la organización y mis hijas, como soldados, firmes a mi lado. Yo me dejaba llevar, bastante en el aire. Estudios y mas estudios revelaron una septicemia grave. Antibióticos fuertes y no se cuántas cosas más. Fueron cincuenta y tres días de internación. Nadie confiaba en mi sanación, salvo el Dr. P. y, por supuesto, yo.

Siempre acompañada, fui mejorando y hasta los nietos visitaban a la “abu”. Al fin salí, con internación domiciliaria, y seguí teniendo alumnos particulares, a veces desde la cama, ¡obviamente en mi casa!

Allí conocí al Dr. MM, médico del dolor, que desde ya, sigue siendo mi médico, ahora de Cuidados Paliativos. Calmantes fuertes, porque las últimas tres vertebras no me permitían estar sentada. Un buen dia me di cuenta de que había olvidado tomarlos, y ¡no me dolía! Se me habían soldado las vértebras. Estoy más baja de estatura, ¡pero no me duele nada!

De pronto me acordé que no me había hecho el control cancerígeno, que resultó alto, la oncóloga no le dio importancia, pero, meses más tarde, había subido más aún. Nuevamente al IF de BA, el Dr. CA llamó al oncólogo consultor Dr. S; tomografía, resonancia: METASTASIS EN EL PERITONEO. Quimioterapia larga y seguida, siempre acompañada por un hijo y hasta por las nietas. El índice bajo considerablemente, pero mis defensas también, estaba floja y me pescaba cuanto bicho pasaba cerca, hasta que me decidí y le dije al oncólogo que “entre durar y calidad de vida, yo no dudaba, ¡basta de quimio por vena!”, “¿no hay otro tratamiento?” Sí, me contestó, pero no sirven.

En definitiva, ahora me atiendo en LP en el IF, y estoy súper cuidada por el sistema de Cuidados Paliativos: médicos excelentes, psicólogas comprensivas, kinesióloga de primera, enfermeras y cuidadoras eficientes, hacen mucho más llevadero el proceso.

Yo, por mi parte, ingreso a quinto año de Italiano, voy, cuando puedo, al taller de pintura, imaginen lo que puedo hacer, con mi actual torpeza manual, pero hace veinticinco años que concurro con el mismo grupo de amigas y la paso re bien. Además vienen a casa un grupo de otros amigos, con los que leemos buena literatura, aprendemos y nos distendemos.

A esta etapa, la llevo bastante bien, no me quejo, tengo la convicción (suena un poco soberbio, ¿no?) de los deberes y deseos cumplidos y de que los que vengan también lo serán.

Quiero agradecer a la vida, a mi entorno familiar, y a la fuerza que Dios me dio. ¡Avanti!

¡Se puede!