Sasona

28/07/2017 – Ese día nació mi sobrino y ahijado, tan esperado, tan soñado, es increíble cómo un día cargado de felicidad puede tornarse en uno cargado de incertidumbre y miedos, sobretodo miedos, desconocidos hasta ese momento, en mis entonces 38 años de vida.

Antes de ir al Sanatorio a conocerlo, sentí una molestia y automáticamente me llevé las manos hasta esa zona de la que provenía el dolor, y sin poder creer aún como eso había crecido dentro mío y sin siquiera dar indicios, palpé una masa dura y compacta en la mama derecha, del tamaño de una pelota de golf. Lo primero que hice, casi en forma automática, fue llamar a mi mamá, esperando en realidad que no atendiera el teléfono porque algo me decía que lo que me había detectado no era nada bueno. Hija de una médica clínica, y apasionada por la medicina desde siempre, habiendo escuchado miles de historias que ella me contaba de sus pacientes, repasé mentalmente posibles diagnósticos que hicieran que el bulto fuera nada, nada de qué preocuparme. Pensé, displasia mamaria, pero si nunca tuve, un nódulo, pero de ese tamaño y que hubiera crecido tan exponencialmente desde la última visita al ginecólogo cuatro meses atrás, muy raro. Agotados los diagnósticos por lo menos que yo conocía, intenté no pensar en lo peor de lo peor…cáncer.

Finalmente me atendió, le conté lo que me había detectado, y luego de un silencio corto, me dijo que una vez en el sanatorio me revisaría, pero que seguramente no era nada de qué preocuparse. Fue tanta la felicidad y la emoción por el nacimiento de mi sobrino, que ninguna de las dos nos acordamos del bulto. Al otro día, ella me llamó temprano a la mañana y me recordó que no me había revisado, que cuando fuera más tarde a su casa lo haría. Nunca me voy a olvidar su cara luego de revisarme, intentando disimular su preocupación, claramente sin tener éxito.

Al otro día, ya estaba yendo a hacerme una ecografía y mamografía de urgencia, asustada y preocupada, es poco. A los pocos días, la llamaron a ella para pedirle que fuera a buscar los resultados porque no había tiempo que perder. Con los resultados en mano, la llamé por teléfono, me pidió que le leyera y le repitiera un solo dato que fue el que la quebró mediante un silencio que me pareció eterno, el que decía 4 C. Me di cuenta que lloraba, no sé por qué pero lo supe, y fue su llanto el que me anticipó que no podía no ser nada, era todo. La biopsia sólo confirmó lo sospechado, aportando el tipo y el estadío del tumor, Carcinoma Invasor, Grado 3, con invasión en ganglio axilar. Fue mi mamá quien abrió el resultado, yo solo pude ir a buscarlo y limitarme a no abrir el sobre hasta que llegara a su casa, según lo prometido, ya que no había podido acompañarme a buscarlo.

Fue abrir el sobre, leer y llorar, repitiendo una y otra vez cuánto lo lamentaba. No puedo, por más que trate, poner en palabras lo que sentí en ese momento, de repente, todo era oscuridad y angustia, aunque en el fondo, algo me decía que lo superaría.

En un abrir y cerrar de ojos, ya tenía turno con el cirujano primero y con el oncólogo después, quienes coincidieron en que el mejor esquema de tratamiento sería: quimioterapia, cirugía y radioterapia. Recuerdo la noche anterior al turno con el cirujano, pese a que me habían sugerido que no buscara en internet, obviamente lo hice, cuyo resultado fue sumamente desalentador. Esa noche apenas dormí pensando y preguntándome si realmente lograría superarlo, sin siquiera tener la más mínima idea del infierno que me esperaba.

Los cambios en mi vida empezaron, sin esperar, en varios aspectos. El primero en llegar fue, en lo laboral, dejar todo en orden y al día, sin saber cuánto tiempo estaría de licencia fue difícil, más para alguien que disfruta de su trabajo y sin dudas, en el mejor año desde que empecé, fue un golpe muy duro. Ya sabiendo el diagnóstico, decidí hacer el último viaje con el equipo de trabajo, viajé a Neuquén, pude hacer mi trabajo y al volver a la oficina me tocó despedirme de mis compañeros. Fue muy raro, mezcla de sensaciones y sentimientos, porque sabía cuándo me iba pero no cuando volvería.

En lo personal, hablar con mis dos hijos y contarles que su mamá estaba enferma, y que después de un largo tratamiento se curaría fue cuanto menos desafiante, aguantando el llanto, mostrándome fuerte y convencida de que así sería, a dos niños de 10 y 9 años. Luego de consultarlo con el pediatra, quien me recomendó hablarles con la verdad, les expliqué etapa por etapa todo lo que iba a ocurrirme a nivel físico durante todo el proceso.

06/09/2017 – Pronto llegó la primera sesión de quimioterapia, serían dos ciclos, el primero de ellos serían 4 aplicaciones cada 21 días, con 2 drogas, y el segundo sería 1 vez por semana por 3 meses con 1 sola droga. Arrancando con las 2 más potentes, una de ellas, el famoso “diablo rojo”, culpable de la pérdida del cabello, y el protagonista de uno de los momentos más duros del tratamiento. A esa primera sesión fui muy acompañada, por mi papá, una amiga y mi marido. Llegué algo nerviosa, y sin ganas, por suerte la enfermera fue muy amable y cariñosa, debe haber visto el miedo en mi expresión porque rápidamente me ofreció que alguno de mis acompañantes entrara a la sala. Miré a mi alrededor, preguntándome dónde entraría esa persona, ya que el lugar era muy pequeño, y estaba ocupado por otros cuatro sillones con pacientes en mi misma situación. Supongo que sólo quería ver una cara conocida que me ayudara a pasar el mal trago, así que accedí. Por ser la primera vez, me permitieron que entraran de a uno y solo por unos minutos.

Fue realmente un momento de impacto, al ver el suero teñirse de rojo y que eso entrara a mi organismo. En cuanto me lo aplicó, mirándome el pelo, que en ese entonces lo tenía muy largo, la enfermera me confesó: “este es el que hace que se caiga el pelito, y vos que lo tenés tan largo, por qué no te lo cortás cortito, así no es tan grande el cambio cuando se te caiga”, y agregó: “podés ir a donarlo a un lugar en Baradero adónde hacen pelucas para pacientes oncológicas que no pueden comprarse una, con donaciones de pelo que reciben de todas partes del país, y de paso te comés un rico asado con la familia”, y en ese momento pensé, ¿por qué no?, mientras me resistía a creer que realmente lo perdería TODO, cuando siempre pensé que lo único que no se me caería con el paso del tiempo sería el pelo porque tengo en cantidad.

Después de estar cincuenta minutos recibiendo la dosis, me pude ir a casa, nunca me voy a olvidar el dolor en el brazo donde me hicieron la aplicación, además del cansancio y el malestar, pero ese era solo el comienzo. En retrospectiva, puedo decir que la primera aplicación, fue la peor de todas. Al malestar, que era imposible de describir, se le sumó afortunadamente un cansancio extremo que me llevaba a dormir muchas horas por día, digo afortunadamente porque de lo contrario no sé cómo hubiera hecho para sobrellevarlo, hubiera sido imposible. El cuerpo, que desde ese momento lo pensé como una entidad aparte, con vida propia, estaba librando una batalla increíble, no tengo dudas que así fue. Imposible olvidar al cuarto día de la primera aplicación, un episodio muy feo que me tocó pasar. Si bien la oncóloga me había avisado acerca de los diferentes síntomas que podría llegar a padecer como consecuencia de las drogas, ese episodio no estaba en esa advertencia. Ante algo tan simple como una necesidad fisiológica, terminé desmayada en el piso del baño, recuerdo antes de desmayarme sentir el corazón latiendo rápidamente y mi cabeza a punto de explotar, realmente, creí que me moría, mientras lo único que podía pensar era que ese no podía ser el fin, no estaba dispuesta a rendirme, no sin antes haber librado todas las batallas a las que me enfrentaría. Me costó mucho estabilizarme nuevamente una vez que logré despertarme, me temblaba el cuerpo y la cabeza seguía doliéndome mucho, sumado al miedo que me produjo esa situación.

 

Creo haber estado casi 5 días en cama, solo me levantaba unos minutos para comer algo, y volver a acostarme, no me daba la energía para nada mas, no podía, era como si una fuerza externa me tirara para abajo sin poder controlarla.

Una vez pasada la primera semana, empecé a pensar en la caída del pelo, que según mi oncóloga, y luego de haberle preguntado reiteradas veces, ocurriría alrededor del día 20 de la primera aplicación. Calculando los días, me alegró saber que si ocurría como ella había dicho, pasaría mi cumpleaños (22 de septiembre), con pelo, ya que los 20 días se cumplían recién el 26. Con esto en mente, decidí ir a Baradero a donar el pelo, ya que si indefectiblemente se caería, ¿por qué no hacer el bien de algo tan malo?. Así que, allá fui, con mis hijos que quisieron acompañarme sintiendo intriga por un lado y emoción por otro.

Las chicas de Baradero resultaron ser muy cálidas, y si bien están acostumbradas a realizar distintas pelucas, el pelo lo reciben ya cortado, en mechones. Por esto, es que no entendían nada cuando me vieron entrar y les dije lo que me pasaba y para qué venía. Ninguna es peluquera por lo que primero fue complicado conseguir una tijera, y segundo, cortarlo de modo tal que se pudiera donar en su totalidad pero que quedara prolijo al mismo tiempo. Finalmente lo lograron, y si bien fue gratificante formar parte de ese proyecto tan lindo, tan noble, fue un momento muy difícil para mí porque el lugar es muy concurrido, y ese día se produjeron varias situaciones que me emocionaron hasta las lágrimas, hombres que acompañaban a sus mujeres y se alegraban de verlas más contentas con la peluca que se llevaban, mujeres que venían a devolverlas porque ya les había crecido el pelo y no la necesitaban más, y otras tantas que venían a ofrecer su ayuda con lo que se necesitara, haciendo todo tipo de donaciones. Mi situación hasta unos días después era diferente, tenía mi pelo aún, por lo que fue raro estar ahí esperando para que me atendieran.

Una de las chicas, había pasado por lo mismo que yo, y me mostraba orgullosa su cabellera, larga ya y me incitaba a que le agarrara el pelo porque mi cara de incredulidad era contundente.

Llegó el día 26, finalmente, y como me había adelantado mi oncóloga, empecé a perder mechones de pelo uno tras otro, y parecía no tener fin. Ese día tenía que ir a sacarme sangre. Llorando lo llamé a mi marido, y le pedí que por favor cuando volviera del trabajo me rapara, no soportaba vivir eso una y otra vez, recordándome una de las cosas más crudas del tratamiento, que si bien, lo sabemos, es algo meramente estético y síntoma de que el tratamiento está haciendo efecto, no deja de ser un golpe muy bajo para las mujeres.

Después de llorar y llorar, decidí que era suficiente y que tendría que enfrentar la situación, ya que ese era recién el comienzo, y pasaría casi 7 meses pelada.

Fue raparme y de alguna forma renacer, desde lo más profundo y lo más simple del ser humano, sentí de repente un alivio enorme, no soportaba más perder el pelo de a mechones y verme agujeros enormes, adónde antes había pelo sano y fuerte.

Rápidamente me decidí por los pañuelos para salir a la calle, y me reservaba para la intimidad de mi casa y de mi familia, la confianza de lucir la pelada, de hecho me sentí muy orgullosa de mí misma, estaba librando una lucha nunca antes conocida.

Unos días después, cuando el pelo o la falta del mismo, mejor dicho, ya no fue más una de mis preocupaciones, recibí el llamado de mi mamá que me pedía que me sentara porque tenía que contarme algo, me acuerdo el escalofrío que me recorrió todo el cuerpo, sin querer escuchar lo que tenía para decirme.

Mi papá, que se había hecho una biopsia por una lesión que llevaba varios meses en la cabeza y que no terminaba nunca de curarse, tenía cáncer, melanoma invasivo grado 5 con metástasis en hígado, ya éramos dos en esta batalla.

Pasado el shock de saber que mi papá tendría que afrontar algunas situaciones similares a las que me estaba acompañando y apoyando pensé: ¿cómo es posible que padre e hija se enfermen de cáncer al mismo tiempo?, pero no podía distraerme mucho con esa inquietud ya que pronto llegaría el tercer diagnóstico oncológico en la familia. Recuerdo haber pensado, no hay dos sin tres, y en este caso no era la excepción, lamentablemente.

Las siguientes sesiones de quimio se sucedieron una tras otra, y aunque no hubo sorpresas, luego de cada aplicación me dejaban una semana en cama. Sin embargo, ahora tocaba acompañar a mi papá y ver cuál era el tratamiento para él, que era un hombre muy joven aunque con sus 60 años ya había pasado muchas situaciones duras en su vida, pero nunca como esta.
En esta oportunidad, el panorama era diferente.

No pude acompañarlo a la primera consulta con el oncólogo porque mis defensas estaban muy comprometidas y no podía arriesgarme. Le propusieron realizar inmunoterapia, pero sólo para evitar que siguiera creciendo, no para curarlo.
Después de recibir la primera, estuvo en cama unos días por lo que hablábamos mucho por teléfono preguntándonos cómo estábamos compartiendo síntomas y sentimientos.
Al poco tiempo, le dijeron que no estaba surtiendo efecto por lo que el oncólogo en la consulta a la que fuimos mi mamá, mi hermano y yo, le planteó dos opciones más, una de esas experimental pero sin muchas esperanzas y la otra una especie de quimioterapia. Su vejiga ya había empezado a fallar y las metástasis avanzaban por sus órganos uno a uno. Salimos de la consulta y nos sentamos en el hall del hospital los cuatro a pensar en cuál sería la mejor opción. Él quiso saber qué opinaba mi mamá, apelando a sus 36 años de experiencia como médica, pero por primera vez, ella no supo qué decir, por lo que yo tome la palabra y le hablé desde el corazón: “Pa, yo arranqué con la quimio desde cero, mi cuerpo estaba fuerte, vos ya estás mal, te sentís mal, la quimio va a ser devastadora para vos, yo no haría más nada y trataría de pasar el tiempo que queda con nosotros, tu familia, en tu casa”.
Nunca supe de donde salieron esas palabras, pero él sabía que yo sólo podía entender lo que implicaba el tratamiento y me veía a diario pasar por eso. El oncólogo le había dado unos días para pensarlo, pero sólo le llevo uno decidirlo.

Para mediados de noviembre llegaría el tercer diagnóstico de cáncer en la familia mi prima hermana, de 43 años, le diagnosticaron cáncer de colon estadio 1, se sumaba a la lucha. Mi mamá estaba devastada, en cuatro meses su hija, su ex marido (padre de sus hijos) y su sobrina, enfermos de cáncer.

Estuvimos muy unidos en todo ese tiempo en el que me tocó apoyarlos y acompañarlos día a día, devolviéndoles todo el amor que me brindaron siempre, pero más en ese último tiempo.

Mi prima estaba muy angustiada y asustada afrontando los fantasmas que ya me habían visitado unos meses antes pero que ya no me acechaban ni me perturban. Para ella, el tratamiento fue diferente, había que operarla y sacarle una parte del intestino y esperar el resultado de la biopsia que finalmente arrojó que no necesitaría ni rayos ni quimioterapia. Luego de operarla y sacarle 10 cm de intestino, pasando por un posoperatorio sumamente doloroso que le llevo varios días de recuperación, afortunadamente su pesadilla había terminado.
En cambio la mía, parecía no tener fin. Una mañana de noviembre, y a raíz de un cambio de celular que me llevó a hacer una copia en la PC, descubrí varias fotos de mi marido con otra mujer, y por las fechas, llevaban algo más de un año de relación. Si bien era algo que sospechaba, verlo ahí concretado, real y crudo, fue un golpe durísimo. Sumado a que no me acompañó en ningún momento del tratamiento, sólo lo había hecho para los primeros estudios y la primera quimio, el resto, decidió hacer de cuenta que lo mío era “como una gripe“, según me dijo y que me curaría. Después de 20 años juntos y dos hijos maravillosos esperaba otra actitud de parte suya. Sólo esperaba que me acompañara en este proceso, y si ya no podía o no quería hacerlo hubiera preferido que me lo dijera antes de hacerme pasar por tantos momentos desagradables y humillantes. Debería haberlo sabido ya cuando me rapo unos meses antes y no tuvo mejor idea que criticarme la pelada y luego no querer estar conmigo porque le daba impresión.
Sobraban los motivos para decidir separarme y empezar una nueva vida, a pesar del tsunami en el que me encontraba inmersa, lo único que supe pensar fue que por algo sería, ya que probablemente de no haber encontrado esa fotos y, como en varias ocasiones, hubiera seguido con él amparada en cualquier excusa, siempre convencida de que era válida.
Al otro día de haber encontrado las fotos lo confronte, se las mostré y con una calma  sorprendente le dije que se había terminado. A pesar de pedirle que se mudara, me llevó varios meses lograr que se mudara, con todo lo que eso implica.

No pasó mucho tiempo para que mi papá empeorara lo suficiente como para internarlo ya que tenía varios órganos comprometidos. Una mañana de enero se descompensó, lo que lo llevó a estar una semana internado, en la que nos turnamos para acompañarlo, yo tomando todas las precauciones ya que estaba atravesando el segundo ciclo de quimio, que era una vez por semana y me faltaba un mes más para terminarlo. Pasada esa semana tuvieron que darle el alta porque al haber decidido no hacer más nada, necesitaban la cama para otros pacientes. Entre mi mamá mi hermano y mi tía (su hermana), decidimos que lo mejor sería llevarlo a la casa de ella para que pasara el tiempo que le quedaba rodeado de su familia cómodo y acompañado. Alquilamos los equipos necesarios y acondicionamos el cuarto para que tuviera todo lo necesario. Ayudó mucho el hecho de que mi mamá supervisara todo y nos acompañara en la toma de decisiones, las más duras.

Los primeros 15 días no necesito casi oxígeno así que deambulaba por la casa, comía con nosotros y salvo por algunos altibajos estaba todo lo bien que su estado le permitía. La mayor parte del tiempo era yo quien lo acompañaba ya que todos tenían que ir a trabajar, así que en la casa de mi tía entraba y salía gente a toda hora con tal de no dejarlo solo. Una vez por semana me ausentaba porque si bien el segundo ciclo era con otra droga, más leve, por dos días me sentía muy mal. A los 20 días de estar ahí empeoró mucho, ya no se levantaba prácticamente de la cama, por lo que decidimos bajarlo al living y que estuviera en el sillón así no subía y bajaba las escaleras. El deterioro era evidente, ya no era mi papá, era otra persona, estaba irreconocible casi no hablaba, no comía, y le había cambiado por completo la expresión de su rostro.
El principio del fin fue la falla respiratoria, no podía estar sin la mascarilla de oxígeno, dolor no sentía porque estaba con una dosis muy alta de analgésicos, y era mi mamá quien velaba por eso ya que le había pedido unos días antes que no lo dejara sufrir. Ésos días no me volví de su lado y el destino quiso que un 6 de febrero a las 4 am se fuera en paz, rodeado de su familia, mi mamá, mi hermano y yo. No habíamos dormidos los tres junto a él, unas horas antes hasta que él hizo un ruido más fuerte del que ya hacía porque respiraba con mucho esfuerzo que hizo que me despertara sobresaltada, y lo mismo mi hermano y mi mamá.
Mi hermano vio que yo lo estaba mirando a mi papá y me preguntó qué había pasado, le dije que papá había hecho un ruido raro y él me dijo que también lo despertó eso, igual mi mamá. Sin embargo, todavía respiraba pero muy pausado. Me ausenté unos minutos y cuando volví lo supe, con solo contemplar la escena me di cuenta que se había ido, justo cuando yo no estaba ahí. Creo que fue porque él no quería que lo viera partir. El único consuelo, era que se había ido en paz, rodeado de amor y que ya no sufriría más.

Al mes de su partida se acercaba mi operación.
Un tiempo antes me habían hecho la marcación, habían colocado un clip dentro del tumor para que al momento de operar, el cirujano supiera bien en detalle donde estaría el tumor, o más bien lo que quedaba de él, ya que se había reducido en un 70%.
Unos días antes de la fecha de la cirugía, me agarre una conjuntivitis viral muy fuerte, que empezó en el ojo derecho lo cual dilató todo El día anterior a la cirugía, tenían que marcarme con carbón en donde debía estar el tumor, para que la cuadrantectomía fuera lo más precisa posible.
Estaba yendo a la marcación, una tortura más, una de tantas, cuando me llamo el cirujano para decirme que no me operaría al otro día porque no era prudente hacerlo con la conjuntivitis. Recuerdo llegar llorando encontrarme con mi prima y contarle que no me operarían, estaba tan cansada, y por primera vez pensé ¿porque a mí?, ¿no era suficiente ya por todo lo que había pasado?.
Lo único que pensaba era que esto retrasada todo y yo sólo quería que terminara de una vez y para siempre. La conjuntivitis no sólo me duró 20 días más si no que me agarró en el ojo izquierdo, así que como casi no veía sólo me limité a dormir y llorar.

Cuando por fin me curé, podría operarme así que allá fui el día anterior a marcarme, aunque a pesar del dolor que sentí nada me importó ya que las imágenes mostraban que no había más tumor, ahí estaba el clip solito, la quimio había hecho todo el trabajo.

Es imposible explicar la felicidad que me invadió, y que aminoró todos los miedos que me habían aceptado de cara la cirugía el día después. La operación salió muy bien, me sacaron el cuadrante y al tener un ganglio de la axila tomado sacaron el ganglio centinela más otros tantos. Lo peor fue el drenaje no sólo por lo incómodo si no por lo molesto y doloroso, para todo.

Todos incluyendo mis médicos, no podían creer lo bien que había salido todo, mi cirujano no paraba de decirme que mi caso era milagroso.

Al mes de la cirugía, empecé con kinesiología para rehabilitar el brazo derecho, lo que me hizo muy bien, lo cuidé mucho para que no se me hiciera el famoso edema, y lo logré.
Me dejaron descansar un mes, para arrancar radioterapia.

Desde el comienzo fui una excelente paciente, muy obediente y dedicada, pero para los rayos estaba negada, sabía que era para cerrar el tratamiento y por si hubiera quedado alguna célula dando vuelta, pero yo no quería saber más nada, de nada.
Supongo que esa misma energía fue la que hizo que me pasara de todo en ese mes y medio que duró el proceso. Primero, los tatuajes (seis), y después saber que no podría ir al centro especializado sino al hospital, estaba ya fastidiada con todo y con todos.
Sin embargo, tomé fuerzas y fui a la primera aplicación, adonde me informaron que me tendrían que hacer dos tatuajes más.
Después de estar 45 minutos acostada en el equipo, desnuda de la cintura para arriba, con aire acondicionado en 19° cuando afuera hacía menos de 10°, fue lo que terminó con mi paciencia. Obviamente, no era la culpa de nadie, pero ese día no podrían tatuarme lo que faltaba ni aplicarme, tendría que volver al día siguiente. Como era de esperar me desperté con laringitis pero al no tener fiebre pude ir nuevamente, a poner el cuerpo, una vez más.
Después de ver desfilar médicos, técnicos y físicos, me hicieron un tatuaje más porque el otro justo coincidía con lo con un lunar. Me pedían que me quedara muy quieta pero la tos me lo hacía muy difícil y ni hablar de que había perdido toda la vergüenza que me quedaba.

Al ser muy blanca, me habían indicado que empezara un mes antes a ponerme una crema, pero de todos modos luego de algunas aplicaciones ya tenía la piel muy quemada e irritada, me ardía mucho, por lo que tuve que suspender algunas aplicaciones.
Fue un mes y medio en el que estuve muy contrariada, pese a eso, al ir a los mismos horarios, nos encontrábamos siempre las mismas mujeres, éramos seis o siete que teníamos una máquina sólo para nosotras. Y así fue como empezamos a compartir momentos, experiencias, y a conversar sobre todo lo que habíamos pasado, de nuestros miedos, deseos, proyectos. Hoy seguimos compartiendo y nos seguimos acompañando. Hace unos días y después de ocho meses nos juntamos a reír y charlar de todo, pero ya no en la sala de espera de un hospital y con pañuelos en la cabeza, si no luciendo nuestras atrevidas melenas.

A los 10 días de terminar los rayos volví a trabajar porque lo necesitaba, ya había pasado un año y estaba más que lista. Hoy mirando en retrospectiva estoy feliz por haberla luchado, no haberme rendido y orgullosa por la familia, los amigos y principalmente por mis hijos, sin los cuales no hubiera podido ni siquiera arrancar.

Todos me dicen que con todo lo que me pasó y en tan poco tiempo, estarían tirados en una cama, y yo pienso que nunca se me pasó rendirme, no iba desaprovechar la oportunidad que me daba la vida, de vivirla y ser feliz. No me alcanzan las palabras para agradecerles a todos y cada uno por el apoyo y el amor que me brindaron, nunca lo voy a olvidar.

LO MEJOR ESTÁ POR VENIR, ALLÁ VOY!