Sasha

Si la involucraba con una nueva cruzada, sentía que podía perderla en el camino.

Mamá ya estaba grande, había sufrido demasiado, y cuando a mis 21 años el Dr. de familia, nos derivó al oncólogo, ella se cargó la mochila de las peleas por la medicación, organizar los viajes y acompañarme en los tratamientos de radio y quimioterapia en Bahía Blanca, y como si eso fuera poco, ver mi progresivo deterioro físico exterior.

Y aclaro… exterior, porque mi fortaleza física interna y mi filosofía de vida, me ayudaron a superar cada escollo. Pero ella era una madre viendo sufrir a su hija, que apenas arrancaba su sueño de estudiar y recibirse de abogada algún día.

Y fue en Córdoba donde todo empezó. Yo vivía en una pensión, y entre mis compañeras había una estudiante avanzada de Medicina. Cuando en septiembre de 1990 noté en mi mama izquierda un bulto extraño, no dudé en recurrir a ella, para consultarle. Sonia, con criterio casi profesional, luego de revisarme cuidadosamente, me recomendó ver a mi médico cuando regresara a casa, para las Fiestas.

Fue en Enero cuando finalmente, acompañada por mamá lo fuimos a ver al Dr. de mi pueblo. Después de su minucioso examen, el doc., que era un experto cirujano, y tenía ese ojo clínico cual oído absoluto tiene un músico privilegiado, concluyó que por sus características podría ser un quiste benigno, pero que él prefería tenerlo fuera, es decir operar, extraer y analizar, porque como cuerpo extraño que era, en cualquier momento, de bueno podía transformarse en maligno.

Como había un ginecólogo en una localidad vecina, allí fuimos por una opinión “más especializada”. Sorpresivamente, la visión fue algo diferente de la del Dr. de mi pueblo. Este médico opinaba que, dada mi displasia mamaria,  quitar este quiste, sería uno de otros tantos que se repetirían más adelante, y recomendaba hacer un seguimiento con estudios complementarios y quizás algún tratamiento hormonal.

De vuelta a casa, y dada la confianza que la familia tenía  al médico de cabecera, la decisión fue seguir su consejo y operarme. Pero antes volví a Córdoba, para rendir unos exámenes pendientes.

Llegó el mes de Julio y la cirugía en mi pueblo.

La biopsia dio mal, tenía cáncer y había que hacer rayos y quimio.

“¿Cuándo hay que empezar?” fue mi primera reacción, con un valor de quien no piensa demasiado en la dimensión de lo que se le venía encima.

Así fue que en Septiembre de 1991, al día siguiente de cumplir mis 21 años, que festejé junto a mis amigos del pueblo, viajamos al centro más cercano con mamá, para iniciar la radioterapia. Esto duró unos dos meses y medio aproximadamente. Durante esa etapa del tratamiento, pasábamos la semana en el departamento que nos prestaba una vecina y amiga del pueblo. El resto del día, paseábamos, mirábamos películas, leíamos, era todo muy tranquilo y relajado, porque los rayos no tenían en mí ningún efecto agresivo, más que el leve enrojecimiento progresivo de la piel, que iba aplacando con cremas o lociones.

Y luego empezaba la quimio, una aplicación cada 28 días.

Esta vez, mi madrina nos acogió en su departamento, supongo que para estar más acompañadas, por cualquier cosa…, más contenidas. Recuerdo una tarde, antes de comenzar la quimio, estar sentada a la mesa y quebrar en llanto diciendo que no quería que se me cayera el pelo!!!

El silencio y los ojos de todos, compartieron mi sufrimiento, con mamá a mi lado y papá desde casa, porque tenía que seguir trabajando. Siempre pensé que, frente a situaciones semejantes, debía ser más difícil para el entorno íntimo (familia, amigos) saber qué hacer o qué  decir. Poniéndome en los zapatos del otro, muchas veces me ha pasado el sentirme impotente, incapaz de encontrar una palabra con sentido para entregar al que sufre a mi lado. Sin embargo, para el enfermo, por lo menos para mí, bastaba con la compañía, el simple estar a mi lado aún en silencio, porque nadie más que yo podía reaccionar y tomar decisiones.

Así como siempre supe, desde lo más profundo de mi ser, el origen de mi enfermedad, igualmente supe que me iba a sobreponer. Porque siempre hay, luego de reconocer y asumir un problema, al menos dos caminos a tomar, detenerse y entregarse (… y perder) o respirar profundo y avanzar en la lucha, con el espíritu alto, apuntando a triunfar y con la fortaleza del junco que se dobla, pero siempre sigue en pie.

Porque no hay peor fracaso que no haber intentado superar el problema. Y si hay un problema, hay una solución, ergo si el problema tiene solución deja de ser un problema.

Y porque “las patadas en el c… siempre te empujan para adelante” (ésta es mía pero vale), y vaya si esta era una flor de patada de los pies a la cabeza, por eso y mucho más allí fui, para adelante con mi lucha.

De las seis aplicaciones de quimio, la primera fue soportable, fue por la mañana. Cuando volví al departamento me acosté, y recién a la nochecita comencé a sentir como un hormigueo en las palmas de las manos. A la mañana siguiente tuve algunos vómitos. Y al otro día nos volvíamos a casa hasta la próxima. Claro que con  cada aplicación que pasaba, los efectos se potenciaban, y me golpeaba con más fuerza.

Pero casi desafiando esa realidad, para mí volver al tercer día a casa, significaba dejar atrás lo pasado, pedirle a mamá que me preparara un sandwich de jamón crudo y queso y después organizar los grupos para jugar al paddle tres o cuatro veces en la semana.

Por supuesto, el pelo comenzó a caer, y fue un proceso muy desagradable… y doloroso también. Mamá me había comprado una peluca, pero casi no la usé, no me sentía cómoda. Prefería llevar un pañuelo a lo pirata o simplemente una gorra tipo deportiva.

Así llegué a la cuarta aplicación, que fue la peor. Ya no soportaba el dolor que me producía cada vómito, el esfuerzo me desgarraba por dentro. Por ello, las dos últimas aplicaciones las recibí internada, con más controles, me aplicaban antieméticos para reducir los vómitos y calmantes por el suero. Fue casi una fiesta, comparada a las inmediatas anteriores!!!

Y entre cada aplicación mi rutina continuaba con el suculento sandwich de crudo y queso, los desafiantes y divertidísimos partidos de paddle y las reuniones con amigas.

También durante el tratamiento que fue prolongado, tuve muchos momentos para pensar, y desde que recuerdo, siempre me sentí fuera de tiempo y espacio, como si hubiera equivocado mi entrada en escena. Quizás ello, me ayudó a procesar en mi mente, de una manera más natural causas y consecuencias de lo que me pasaba y reordenar mi escala de prioridades.

Uno de mis personajes admirados ya me lo había revelado cuando lo leí “lo esencial es invisible a los ojos”, y de pequeñas gotas de agua está formado el mar. Todo se volvía relativo e importante a la vez, el tiempo tenía otra duración, los colores, la música, las palabras…

“La vida está compuesta de insignificancias; el año de instantes y las montañas de granos de arena. Por lo tanto no subestimes nada, por pequeño que te parezca”. Esta frase es de Lin Yutang, y resonaba en mi cabeza.

Era tiempo de volver….  En el medio de todo este proceso, habían quedado  en suspenso mis estudios en Córdoba. Mis amigos me mandaban cartas, grabaciones, videos, y así los sentía más cerca, y me daban aliento. No sabía cuando iba a poder regresar, pero mi energía, también se alimentaba de mis deseos de volver a estudiar y recuperar cuanto antes el tiempo perdido.

Y así, el tratamiento llegó al final, y con los estudios de rutina, pude volver a Córdoba. El oncólogo me había recomendado a un colega de allí, para tener a quien recurrir.

Mi vida recuperó su ritmo normal, la facultad, los amigos, y los fines de semana entre el paddle, el parque y las salidas en bici por las sierras.

De la pensión nos fuimos, con mi amiga Cristina, a vivir a un departamento.

Un domingo de Julio de 1994, compartíamos un asado y guitarreada en casa de unos amigos, cuando de repente comencé a sentirme aturdida, mi brazo izquierdo me pesaba toneladas y cada vez estaba más rígido, como acalambrado. Me levanté y me fui al baño, no quería alarmar a nadie, pero casi de inmediato, también el cuello se entumeció y el brazo me empezó a temblar, también el cuello, era como una convulsión cada vez más fuerte. Asustada llamé a mi amiga, quien enseguida reaccionó y preocupados me llevaron en auto a la guardia del hospital más cercano.

Allí  el diagnóstico concluyó en la recomendación de ver a un traumatólogo. Por supuesto que al día siguiente concurrí a la consulta, y el diplomado luego de ver las placas, me informó que todo se trataba de una tensión entre vértebras y nervios y me indicó diez sesiones de fisioterapia. Las convulsiones continuaban y cada vez eran más frecuentes e intensas, así que una tarde  fui a ver al oncólogo recomendado. Me ordenó una tomografía, en la que apareció una imagen en la meninge que podía ser, a primera vista, desde un quiste hidatídico, un tumor benigno y hasta metástasis. Lo que fuera me devolvía unas cuantas casillas para atrás y cuanto antes tenía que volver a la ciudad donde había realizado el primer tratamiento. De inmediato apareció en mi mente el  neurocirujano que en 1991 había operado a papá cuando tuvo su primer ACV. A él recurrimos y fue quien en agosto de 1994 me operó. Resultó ser un meningioma que me estaba presionando el nervio motor del brazo izquierdo, y por eso las convulsiones. El tumor era benigno, pero según estudios del momento, relacionado hormonalmente con el cáncer de mama.

El tratamiento indicado fue tomar un tiempo anticonvulsivantes y recibir radioterapia por al menos 30 ó 40 días.

¡¡¡Otra vez pelada!!! por el efecto de los rayos aplicados directamente en mi cabeza.

Esta vez, con la experiencia vivida, me adelanté. Crucé a la peluquería y me hice pelar! Ja!

Aún zanjada esta etapa, no pude evitar las descomposturas y los vómitos, ya que los rayos me provocaban malestares importantes producto de la inflamación que producían en el cerebro.

Una nueva oportunidad, esta vez para compartir con mis amigas de la infancia, Anahí y Anabella, que vivían hacía ya mucho tiempo en la ciudad y no veía desde entonces. Ellas y su familia tenían un negocio, al que de a ratos me sumaba, dando una mano y de paso me entretenía. También visitaba amigas de mi pueblo que estaban en Bahía estudiando, y así iba pasando el tiempo.

Naturalmente, luego de concluir el tratamiento y con todos los recaudos y cuidados indicados, regresé a Córdoba a continuar mi carrera.

Fue en Marzo de 1998 que, con gran satisfacción personal, pero sobre todo con orgullo por el esfuerzo que papá y mamá habían hecho para que ese momento llegara, me recibí. Familia y amigos estuvieron presentes. Fue un momento que nunca olvidaré,

¡¡¡ Había llegado a la meta!!!

En Septiembre de ese año, estaba trabajando en la Capital. El destino no habría sido de mi elección, excepto porque la diferencia que, pensé, iba a hacer, tenía que ver con la experiencia que podía conseguir, el poder tener un ingreso que me permitiera ahorrar, y poder embarcarme en cursar la Especialidad en Familia y Minoridad. Sin embargo, los costos y los tiempos me impidieron esto último, y casi sin darme cuenta, fui adquiriendo más responsabilidades. La remuneración no era nada despreciable, y en poco tiempo pude comprarme mi primer departamento. Otro gran hito en mi vida, compartido con la alegría de papá y mamá.

Dolor y más dolor…  En Diciembre de 2003, mi papá sufre otro ACV, fruto de un hecho  familiar lamentable, estaba en el velatorio de un sobrino-nieto que se había suicidado. Eduardito tenía la edad de mi sobrino más chico (18 años), y el corazón y la cabeza de papá no pudieron soportar tanto dolor, y se fue con él.

Me costó mucho recuperarme, también para mí fue un duro golpe su muerte, pero lo que más me ayudó fue sentir que papá estaba más presente y cercano, ya no físicamente, era como si se hubiese convertido en mi “ángel guardián”.

Retorné a Buenos Aires tratando de sanar día a día, aquel dolor.

Como lo hacía en Córdoba, en Buenos Aires seguía con mis controles médicos rigurosamente, de la mano de mi ginecólogo y de mi oncólogo. Sin embargo, la circunstancia vivida en 2001 se repetía.  Examinándome en la ducha algo me molestaba en la mama derecha, tenía un bulto… De inmediato fui a ver a mi ginecólogo, y ya con estudios más específicos, concluyó que me tenía que operar, y seguramente hacer radio y quimioterapia.

Lo primero que se me cruzó por la mente fue “No podría contarle a mamá” “La mataría de dolor” “Ella ya había sufrido bastante, antes de mí, conmigo y luego al perder a papá…”

Algo tenía que inventar…  Corría el año 2008. Yo estaba trabajando en  Buenos Aires y se me ocurrió inventar una historia que me permitiera desaparecer, al menos por un año.

Ya operada y confirmado el tratamiento a seguir, fueron pocas las personas que lo supieron: mi hermano, mis tres sobrinos, y en el trabajo por la licencia. Alguna amiga en Córdoba, pero nadie que pudiera interactuar o contactarse con mamá.

En ese momento, yo había vendido mi departamento, y estaba buscando algo más grande, pero frente al muy buen consejo de una amiga, opté por alquilar, poner toda la energía en el tratamiento, y mientras tanto, más tranquila, continuar la búsqueda de la nueva casa.

Hasta entonces, con mamá hablábamos  por teléfono dos o tres veces por semana. Cuando tuve mi historia esbozada, la llamé y se lo conté:

“¡¡¡Me había ganado una beca por concurso, para hacer una Maestría en Seguridad Ambiental !!!”, y ésta era…¡¡¡En Alicante!!!

Ella explotó de alegría del otro lado de la línea, y por supuesto la pregunta fue “¿por cuánto tiempo ?”. El tiempo de estudio según el programa/tratamiento,  iba a ser de unos diez meses aproximadamente, que a ella le parecieron una enormidad !!!…”

Se acercaban las Fiestas de Fin de Año, y fui a compartirlas con la familia de un primo de mamá y fue allí también  donde conocí a Camilo, pero esa es una historia aparte a la que más adelante volveré.

Resultó que Nancy, la dueña de casa, tenía una amiga en Alicante!!!!, y ahí entonces se sumaron más cómplices al cuento. Los planetas se alineaban para que la mentira perdiera su costado negativo, despojándose de cualquier prejuicio o culpa que pudiera pesar en mi conciencia, y transformándose en una dulce historia para mamá.

Fue así como, ya con los datos de Adriana en Alicante, comenzamos a mantener contacto vía mail y Skype.

Apenas volvía a hablar con mamá, le conté que ya tenía fecha inmediata de viaje, y que por el sistema de la beca, allí me iba a alojar en casa de una familia, y una vez instalada, le pasaría la dirección, a la que me podría escribir (esas cartas luego llegarían a mí  a través del mail de Adriana) y yo le contestaría por teléfono, ya que las llamadas eran menos onerosas si las hacía yo, estaba el tema de la diferencia horaria, y además no podía abusar de la hospitalidad de la familia …

Esta vez la quimio fue más suave, no sé si las drogas habían evolucionado o la gravedad del cuadro era menor.  Sabiendo que el pelo se me iba a caer, una vez más me adelanté, fui a una peluquería especializada en tratamientos de quimio, en la que encontré un modelo tan natural y adecuado que desde el principio la usé sin molestia alguna.  Cada tanto volvía a la peluquería a hacer el mantenimiento de lavado y peinado, como si fuera mi propio pelo. Lo cierto es que todo resultó más amigable para mí. Y si a eso le sumaba que ¡Camilo había llegado a mi vida …!

Se preguntarán como había llegado él… Cuando pasé las fiestas en casa de Nancy, la perra de la familia había sido mamá de cuatro hermosos cachorritos. Habían nacido el 04 de Diciembre, lo que los hacía parecer de juguete, con sus apenas 25 días de vida, casi de peluche. Yo siempre había tenido perros en casa, y por supuesto me entregué al juego con ellos, pero había uno en particular con el que conecté un poco más allá.

Así fue, nos elegimos, el 15 de Enero volví por él y lo bauticé Camilo Manuel.

Con Camilo tuve que atravesar otro tratamiento, que los oncólogos deberían prescribir en paralelo con el farmacológico, y fue: LA TERAPIA DE LA RISA. Hay pocas cosas tan sanadoras como la risa.  Aunque también me hizo llorar, el día que, jugando, me rompió el colchón que tenía tan sólo cinco meses de estrenado!!!

Mientras el tiempo pasaba, por internet fui conociendo más en detalle Alicante  y comencé a buscar y bajar imágenes del lugar: la ciudad, la playa, paseos y por supuesto la Facultad. También encontré fotos de grupos de jóvenes estudiantes, que serían “mis compañeros de la facu”, algunas de Madrid, único lugar al que había llegado a conocer, por los tiempos de estudio y también por los costos, ya que sólo contaba con dinero para los gastos mínimos.

En Alicante sí había podido pasear más, así le decía a mi mamá. Por las tardes, aprovechaba a caminar por la costanera, ir con el mate a la playa, y algún fin de semana hacía alguna visita a museos y al Castillo de Santa Bárbara o paseaba por la Explanada, famosa peatonal rodeada de palmeras, donde coinciden bares, restaurantes, música en vivo y ferias de artesanos.

Así fui recabando imágenes para armar el álbum que le iba a mostrar a mamá a mi regreso. Hasta encontré una foto en la que había una chica, muy parecida a mi, incluso su pelo era casi idéntico en corte y color a mi peluca, que estaba entre una pareja, de paseo en la Explanada. En el cuento, ellos eran el matrimonio que me alojaba.

No podía faltar la foto del edificio donde vivía. La dirección era de verdad, la imagen, otra pieza de fantasía…

Todo marchaba viento en popa. Entre la realidad y la ficción las energías se compensaban. Camilo, mi fuerza de voluntad y las ganas que le ponía en armar y sostener esta historia por mamá, relativizaban cualquier síntoma desagradable que pudiera tener ocasionalmente.

En las comunicaciones telefónicas que tenía con mamá, ella me decía que me extrañaba, y yo le contaba todo lo que hacía, le describía la belleza de los lugares que había conocido y eso le levantaba el ánimo, calmando su angustia. Sólo Dios sabe los cuentos que, sobre mí, habrá reproducido entre las vecinas!!! Siempre me preguntaba cuánto faltaba para volver, y yo iba manejando los tiempos en función de cómo iba recuperando el cabello, entonces surgía que, al finalizar el ciclo lectivo nos había agregado la presentación de una tesis, que luego tendríamos que defender en un examen que no tenía fecha cierta. Y así trataba de controlar su ansiedad.

Cada vez que la llamaba, Camilo, que apenas tenía meses, y era un cachorro muy inquieto y parlanchín, se me trepaba a la falda y hasta parecía tener mucho que contarle a quien estuviera escuchando, hacía tal alboroto que casi no me permitía hablar, y del otro lado mamá me preguntaba que eran esos ladridos.

Entonces se me ocurrió sumarlo como integrante de la historia, si en alguien podía confiar en guardar el secreto, Camilo era el más seguro de los participantes, ya que poco iba a revelar, al menos que pudiera ser interpretado por los eventuales interlocutores.

El cuento era que la señora tenía una perra que había tenido cachorros que me seguían para todos lados, y uno de ellos estaba todo el tiempo pegado a mí, ¡¡¡me seguía hasta cuando iba al baño!!!

Y así pasó el tiempo de tratamiento, y la fantasía de Alicante terminaba… era hora de “LA VUELTA A CASA”, a mi nueva casa, que mientras todo pasaba, pude buscar con paciencia, acompañada por amigas en las visitas, aportándome otra visión. Así encontré la indicada, un PH con patio, terraza y quincho! En un barrio super tranquilo.

Todo estaba listo así que la llamé a mamá para contarle que en unos días iba a estar de vuelta en Buenos Aires, y que cuando ella quisiera viajara, ya que iba a necesitar ayuda con la mudanza. Todas buenas noticias, el reencuentro, casa nueva y lo inesperado…

Menuda sorpresa se llevó cuando llegó y vió a Camilo, dijo “¿¿y esto??” y mi respuesta no podía ser otra que: “Te acordás de los ladridos que escuchabas cuando hablábamos por teléfono?, era el pegajoso de Camilo. La Sra. Adriana se encariñó tanto conmigo que me lo regaló, así que tan chiquitito y ya voló en avión, ¡¡¡¿¿qué te parece??!!”

Qué reconfortante fue verle la cara, mezcla de alegría, orgullo y emoción, cuando le mostraba las fotos y le relataba mis paseos describiéndole con lujo de detalle los lugares en donde había estado su hija, en Alicante! becada!.

Y como no podía faltar, luego de un año de estudio de una Maestría en tan alta casa de estudios, había recibido el merecido diploma. Título que, sin conocimientos fui ideando y diseñando con ayuda de internet buscando programas de edición, marcos, fuentes, y hasta sello de lacre terminó llevando!!, y que mamá dijo me ayudaría a colgar en mi casa nueva.

Entre charla y charla, íbamos embalando las cosas, y cuando tuvimos todo listo, llegó el día de la mudanza.

Cuando descendimos del auto, mamá, Camilo y yo, en la casa de al lado, justo estaba llegando una familia a los que, por supuesto Camilo fue a llamar su atención, y entre la charla de bienvenida y los saltos de Camilo, mamá exclamó: “¡¡¡Se llama Camilo y es gallego!!!”

Para mi ésta misión estaba cumplida…

La otra, es mi asignatura  pendiente, conocer Alicante y recorrer aquellos lugares descriptos desde mi fantasía. Tanto lo imaginé, que aquel lugar, tan bello e impactante como se veía en las fotos, me llenó el alma, dando impulso a mi transitar, que no por duro, dejaba de ser sanador y aleccionador. Así fue que, con las energías renovadas, comencé a desempolvar algunos de los muchos sueños y proyectos de vida relegados.

Alguna vez, hace ya unos cuantos años, cuando tomé la decisión de venir a trabajar a Buenos Aires, me prometí volver a “mi lugar en el mundo”, Córdoba. Hoy, con esfuerzo pero con orgullo, logré comprar una casa en las sierras, que más temprano que tarde, será mi hogar.