Júpi

-No puedo creer que tenga cáncer, por más que me pellizco para despertar de esta pesadilla, las palabras del doctor no dejan de sonar en mi cabeza como el coro de una canción pegajosa, de esas que están de moda: el estudio salió mal, te voy a mandar con una oncóloga para que te hagan más estudios y para que… ¿cómo puedo tener cáncer? Si aún soy joven, tengo 33 años,  ni siquiera estoy en edad para hacerme una mastografía. ¿Por qué yo? ¿Qué hice mal? Seguramente los del laboratorio se equivocaron y el resultado de esa biopsia no es mío.

No hay manera de ordenar la cantidad de pensamientos y emociones que se viven tras escuchar un diagnóstico así.  Mi mundo se detuvo y ese día perdí una parte de mí que sé que jamás voy a recuperar, porque a partir de recibir un diagnóstico de cáncer la vida nunca vuelve a ser la misma. En primer lugar porque la palabra cáncer automáticamente nos obliga a entrevistarnos con la muerte:

-Aún soy joven, no me puedo morir, ¡Oh Dios mío! Esta será mi última Navidad, no he conocido Egipto, no he celebrado mi boda, siempre soñé con organizar mi boda… Dame un poco más de tiempo ¡por favor! Dame otra oportunidad de hacer las cosas, prometo que me voy a portar bien, prometo que ya no seré tan quejumbrosa…. No me puedo morir, ¿Qué va a ser de mi mama?

Y así fue como comenzó mi historia con el cangrejo, primero tratando de negar que lo tenía y luego tratando de negociar con la muerte, o  tal vez con la vida, con Dios o lo que fuera para que me dieran otra oportunidad. Para que cuando fuera con la oncóloga  me dijera que todo había sido un error y que no tenía nada. Por supuesto las cosas no sucedieron así, tras varios estudios mi oncóloga me indicó que el tratamiento que iba a recibir era largo, quimos, cirugía, radios, un medicamento por un año, 5 años de terapia hormonal. Tenía ante mis ojos el mapa del camino que había que recorrer y yo lo veía tan largo, tan imposible, tan aterrador.

-No quiero tratamientos, tal vez si cambio mi alimentación y dejo de comer azúcar el cáncer desaparezca, o si perdono a mi papa y sano mis rencores no necesite quimioterapia….

Me llene la cabeza de información, de remedios, de supuestos y biodescodificación tratando de entender ¿Por qué a mí me había dado cáncer? Y sobre todo ¿Qué tenía que hacer para que este desapareciera? Pensaba que si no hablaba de él era como si no estuviera ahí y los primeros días después del diagnóstico no quería ni siquiera mencionar la palabra “cáncer” por qué tal vez así como por arte de magia este desaparecería. Tuvieron que pasar muchos días para que me diera cuenta de que en el mapa que me había mostrado la oncóloga, tenía solo dos opciones: quedarme parada sin moverme dejando el paso libre para que el cáncer avanzará o seguir los pasos que marcaba el tratamiento y así poco a poco ir haciendo lo indicado hasta lograr erradicar el cáncer de mi cuerpo, no de mi vida, porque desde que el cáncer apareció se convirtió en un sello que dejó marcas y cicatrices para siempre.

Y llegó el día en donde había que dar el primer paso de este camino, ya tenía un mapa de tratamientos por seguir, una fecha en el carnet, un tumor que vencer, 48 kilos de miedo encima, 8 frasquitos de medicamentos transparentes y rojos que serían pasados por mi vena y ahí estaba yo aterrada en un sillón esperando que la enfermera me picara, imaginándome las peores historias de terror.

-No me gustan las agujas, me dan miedo los piquetes, ¿me voy a morir?, ¿duele?

-Respira profundo, contestó la enfermera, con todo el amor del mundo, como si se dirigiera a una niña pequeña. – Sostén el aire y mantén la calma, cualquier malestar me avisas de inmediato, todo estará bien. Ya estás aquí y no hay para dónde ir, así que mejor mantente tranquila. No le des fuerza a los nervios.

La sala de quimioterapia era muy diferente a como la había imaginado, las personas que estaban junto a mí, no se estaban muriendo, no era un lugar de gritos y llantos, era un lugar de aprendizaje y sanación, junto a mí había otras personas que bromeaban, platicaban y compartían sus historias, había una pantalla con música y cuando menos lo esperé me encontré cantando canciones y riendo con mis compañeros de camino.

Me di cuenta que los miedos eran mucho más grandes en mi cabeza que en la realidad, al estar ahí canalizada recibiendo medicamentos y observando mi alrededor descubrí que las historias de terror que me había contado podían ser cambiadas por historias de esperanza y ahí lo entendí, yo podía escoger pensar que estaba recibiendo la quimio roja del amor, o podía pensar que estaba recibiendo el medicamento rojo que me iba a hacer sentir mal, entendí que hay una gran diferencia en la forma en la que decidimos afrontar las cosas que no podemos cambiar.

– La quimioterapia es una herramienta de Dios, con la cual mi cuerpo físico encontrará la sanación. La recibo con amor y sin miedo, sabiendo que cuando entra a mi cuerpo, sólo produce beneficios. Mi cuerpo reacciona perfectamente a este medicamento y, gracias a éste, mis células recuperan el equilibrio y la salud.

Esas palabras llegaron a mi mente y se convirtieron en mi “mantra”, en mi decreto. Cada vez que sentía miedo, las repetía con la certeza de que el tratamiento trazado por la oncóloga, era el indicado para estar bien, para sanarme. ¿Cuántos casos no hay de personas que tras el tratamiento ahora tienen una sobrevida sin cáncer? ¡Son muchos! Pero poco se sabe de ellos.

Recibí cuatro quimios rojas del amor, una cada veintiún días, tuve nauseas, tuve vómito, la boca me sabia a metal, me dolía el cuerpo como si me hubiera pasado un tractor encima, dormía y estaba agotada las 26 horas del día, aunque este solo tuviera 24. Perdí mi cabello, mis cejas, pestañas y cualquier bello que existiera en mi cuerpo. Es una pesadilla y la pasa uno muy mal, pero yo había entendido que el cristal con que se decide mirar las cosas hace la diferencia yo había escogido la quimio roja del amor y aunque la pase mal, decidí no echarle más piedras al costal, si de por sí el camino es difícil ¿para que complicarlo más?

¡Primer round de quimioterapias terminado! Ahora a seguir con la segunda parte: doce quimios semanales. Así que las visitas a la sala de quimio se volvieron cotidianas, durante tres meses conviví con personas que se volvieron mis amigas, con enfermeros y enfermeras que se esforzaban por hacernos el momento más tolerable, la sala de quimio dejó de ser un lugar ajeno y se convirtió en un lugar de encuentros, de cobijo, de aprendizaje, es un lugar donde no hay juicios, no hay clases, no hay distinción, todas las personas que van por sus tratamientos están ahí esforzándose por hacer lo posible por recuperar su salud y salvar su vida, esos compañeros fueron espejos de mi fuerza y a través de mis tardes en la sala de quimio me di cuenta que era mucho más capaz de lo que creía que era, me di cuenta que no pasaba nada por estar pelona, por estar cansada.Y que si yo no aceptaba mi condición y mi realidad nadie lo iba a hacer por mí.

Al principio del camino tuve que aceptar que el cáncer formaba parte de mi vida, en esta etapa aprendí a aceptar los efectos que traían los tratamientos en mi cuerpo, siempre pensando que todo por lo que estaba pasando era por buscar un bienestar mayor, así que cuando las quimios eran muy fuertes o el cansancio era muy grande y yo ya no quería ir al hospital, recordaba que este proceso era un sacrificio por algo más importante que era destruir el tumor y recordaba también que tarde o temprano, todo pasa y que algún día iba a terminar las quimios y continuaría avanzando en el camino, hasta llegar a la meta.

Con el transcurso de las quimios el tumor que estaba en mi seno fue reduciendo su tamaño, el tiempo pasó volando, las quimos acabaron. Era momento de pasar a la siguiente etapa: la cirugía. ¿Cómo poder plasmar en palabras el miedo que me provocaba escuchar esa palabra? Nada más de pensar todo lo que está implicaba estaba aterrorizada y no sólo es hablar de anestesia, de dolor, de mangueras, bisturís… sino que al hablar de cirugía en cáncer de mama muchas veces esta viene con el hecho de saber que vas a perder una parte de cuerpo y aunque todas las partes del cuerpo son importantes, es muy diferente que le digan a alguien que le van a quitar la vesícula (que no se ve), a un seno, o como fue en mi caso los dos.

Por tu edad, por tu tipo de cáncer lo más recomendable es realizar una mastectomía bilateral.  Dijo la oncóloga.

Tener un diagnóstico de cáncer es un duelo constante, no solo te enfrentas al hecho de perder tu salud, si no que a lo largo del camino te vas encontrando con muchas pérdidas, el cabello, las energía… y ahora los senos.  ¿Será que para vencer al cangrejo hay que aprender a hacer lo opuesto a él? Hay que aprender a soltar y dejar ir, y escuchar que iba a perder mis dos senos a los 33 años no fue una noticia fácil de digerir.

Vivimos en una sociedad donde todo es visual y donde para ser reconocido debes “verte bien”  debes encajar en el molde y una mujer sin senos no representa el estándar de lo que una mujer se supone que es: bella, sexy, madre…

El hecho de saber que iba a perder mis senos me obligó a voltear a ver una parte de mí a la que muy pocas veces había acudido: mi interior. Siempre me considere una chica insegura, algo caótica y complicada, siempre buscando la aceptación y el amor fuera de mí. Y perder mis senos me hizo verme y aceptarme porque entendí que si yo no lo hacía, iba a ser muy difícil poder vivir viéndome así: plana, sin senos. La inseguridad, el miedo, los celos, el rechazo se iban a convertir en gigantes. Uno no puede dar pasos firmes si primero no camina hacia dentro de sí  y perder los senos me llevo a un camino interno de amor propio y aceptación obligado.  No fue fácil, muchas veces me quede parada, lloré en silencio, me enojé, se me salían las lágrimas cuando veía ropa escotada, cuando pensaba en ¿cómo sería mi vida al ir a la playa? Cuando pensaba en mi marido ¿cómo podría ver hermosa a una mujer mutilada? Y en una noche de insomnio y de llanto tuve la revelación que me salvó:

-Si mi vida corriera peligro y llegará a un hospital y para salvarme la vida de urgencia me tuvieran que quitar los senos, ¿Qué es lo que diría? Obviamente escogería ¡salvar mi vida!, ¿Qué hay más importante que eso?, pues ahora estoy en la misma situación, esta cirugía es para darme vida y no hay de otra, así que de nuevo estoy ante la opción de quedarme parada o avanzar y siempre he sido muy inquieta como para no moverme. Así que vamos para adelante.

Dos donadores de sangre, un cepillo de dientes, un rastrillo, el consentimiento firmado, un acompañante, un rollo de papel de baño, una vela encendida, las oraciones de toda mi familia, todo el valor del mundo y la confianza plena en Dios, en los médicos y en los tratamientos eran piezas del equipaje que llevé al hospital el día que me internaron para mi cirugía.

Creo que hay cuatro momentos cruciales que se viven en una cirugía:

El primero es cuando llega la enfermera y te avisa que ya vienen por ti para llevarte al quirófano, por más que traté de mentalizarme para estar tranquila, no pude dejar de sentir un hueco en la panza cuando vi que llegó la camilla. Tomé aire y me hice la fuerte, no quería que antes de llevarme mi mama me viera llorando o muy angustiada,

-¡Adelante, vamos para adelante! – me dije.

Y aunque quería salir corriendo no hay mucho lugar para dónde ir y mucho menos podía correr  ya que por el tipo de cirugía los doctores me canalizaron por el pie, así que de no sé dónde saque fuerza, respire profundo y me deje llevar, no sólo en la camilla sino que me dejé llevar en todos los sentidos.

El segundo momento es la soledad en la sala pre operatoria, aunque había enfermeras, anestesiólogos y médicos que entraban a hacerme preguntas, el tiempo  que transcurre antes de entrar a quirófano es infinito,  los minutos se convierten en años y la única compañía que tienes eres tú misma, la única persona que te puede tranquilizar y darte palabras de aliento y de valor está dentro de ti, nunca había sentido una soledad tan dual en mi vida, me sentía inmensamente aislada, tan fuera del tiempo y del espacio y a la vez tan llena de mí y del poder que yo tenía para convertir esa eternidad en una pesadilla de nervios o en un trabajo de relajación.

Obviamente es normal sentir angustia y ansiedad en los momentos previos a la cirugía pero el anestesiólogo me había dicho que mientras más relajada estuviera ayudaba a que la cirugía fuera mejor, así que me enfoque en callar a la mente, silenciar a los miedos y confiar en el proceso.

El tercer momento es dentro del quirófano, rodeada de personas con batas y tapabocas hablando en un idioma extraño.

-Enfermera prepare el material para la desinfección del campo quirúrgico….

 Una cama fría, un foco sobre la cabeza, cables en la espalda, una máscara de oxígeno y el corazón latiendo a mil por hora, creo que el tiempo que se detuvo previamente al quirófano se reajusta en este momento en que todo es muy rápido y hay muchas manos haciéndote cosas y dónde te encuentras a escasos minutos de dormir profundamente para que los médicos puedan realizar su trabajo y remover todo aquello que sea necesario para que tú te encuentres bien.  Acostada en la cama pude ver a mi oncóloga, quien se me acercó y me tomó de la mano. ¡Que fuerza y confianza me dio! Con ese gesto supe que ella iba a cuidarme, que estaba conmigo y que no había nada que temer y con esa sensación de compañía me fui quedando dormida.

 

El cuarto y último momento es cuando recuperas la conciencia, yo no recuerdo lo que pasó en la sala de recuperación al momento que desperté y abrí los ojos por eso el cuarto momento sucede hasta que una se encuentra ya en el cuarto de hospital, cuando los efectos de la anestesia han disminuido y el dolor empieza a manifestarse, es el momento en que no sabes si estás llorando porque todo ya pasó, o porque te duele demasiado, o porque estas impactada de ver mangueras saliendo de tu cuerpo, o porque sabes que ya no tienes senos. Este cuarto momento es cuando acabas de despertar de un sueño profundo, vienes regresando de un proceso, ahora eres diferente, has renacido y aunque no se sepa con certeza hasta obtener los resultados de patología, sabes que los médicos han hecho todo para remover el cáncer de tu cuerpo. Y a pesar de las heridas, drenes, nauseas, dolor, vendas, cansancio… el saber que la cirugía ya había pasado, que no había salido corriendo y que la vida estaba dando a luz en mí una nueva oportunidad me lleno de paz, acostada en la cama de hospital comprendí la metáfora de la mariposa y su transformación, entendí que a veces para que te salgan alas duele y que ese dolor es necesario para darte cuenta de que tienes vida y que eso es el mayor regalo.

A las pocas semanas de la recuperación de la cirugía celebro mi cumpleaños número 34 recibiendo los resultados de la patología:

Sin evidencia de tumoración, extracción de 16 ganglios linfáticos todos negativos.

El cangrejo se había quedado atrás y yo le llevaba ventaja de camino, tan solo de volver a recordar todo lo que tuve que pasar para llegar a este punto se me vuelven a llenar los ojos de lágrimas, días enteros de malestar, de cansancio, de dolor, de soledad, de pérdidas todo eso había valido la pena. Podía celebrar mi cumpleaños y la Navidad. ¡Estaba viva!

De nuevo mi oncóloga me enseñaba el mapa del camino y me mostraba cuanto habíamos avanzado,  cómo mi cuerpo había respondido a los tratamientos y lo que faltaba hacer para que el cangrejo se quedara dormido para siempre: veinticinco sesiones de radioterapias, dieciocho dosis de un medicamento específico por un año –al que llaman vacuna- para inhibir una proteína que tenía el tumor, cinco años de una pastilla diaria que hace que no produzcas estrógenos ya que el cáncer que tuve es hormono dependiente… El camino seguía… faltaba aún mucho por caminar.

Ese día saliendo de mi consulta entendí que el cáncer marco mi vida para siempre, no solo por las cicatrices de mi cuerpo, también por las enseñanzas de mi alma. Y que yo podía convertir esa marca en un estigma o en un sello distintivo.  Decidí sacarle jugo a mis cicatrices, darle un sentido a mi dolor, el cangrejo en vez de un enemigo se convirtió en un maestro que me enseño lo peor y lo mejor de mí. En mis momentos de más miedo de más dolor, de más coraje en donde creía que ya no iba a poder seguir, el cangrejo me enseño que soy más fuerte y capaz de lo que creo, me hizo darme cuenta de la dosis de valor y valentía que traía incluida y que nunca había visto, el cangrejo me hizo amarme y aceptarme, me obligo a creer en mí y sobre todo me regalo “el presente”.

Cuando tienes un diagnóstico de cáncer la incertidumbre siempre está ahí y debes aprender a convertirla en tu amiga, no sabemos realmente lo que pueda pasar, pero si damos rienda suelta a los temores de la incertidumbre nos paralizamos. ¿Cómo voy a reaccionar a las quimios? ¿Qué va a pasar en la cirugía? ¿Cómo será mi vida sin senos? ¿Me voy a morir? ¿El cáncer va a regresar? ¿Saldrán bien mis estudios?….hay tantas interrogantes de lo que puede pasar en la vida que sí no aprendes a ir paso a paso, por querer avanzar más rápido te puedes tropezar, el cáncer me enseño que todo sucede a su tiempo, que no puedo saber lo que va a pasar, ni adelantar los momentos, tengo que ir dando un paso y luego otro, al ritmo de la vida.  Aceptando las cosas que me tocan vivir y que no puedo cambiar y construyendo las que sí puedo.

El día de hoy continuo con los tratamientos coadyuvantes, no estoy enferma y tampoco sana, mi cuerpo tiene secuelas de las heridas del camino, siento cansancio acumulado como si tuviera 80 años, me duele el cuerpo y estoy plana, mi alma aún tiene mucho por digerir y mi corazón mucho por compartir, no sé dónde termina mi historia con el cangrejo, tal vez al empezar a compartirla y usándola de guía para otros que vayan a recorrer el camino, le esté dando un sentido, no sé si el cangrejo se quedó atrás para siempre, lo que sé es que  en este camino tuve muchas pérdidas pero obtuve la ganancia más grande que alguien puede llegar a tener, me encontré a mí misma y me di cuenta de que soy un milagro, que la vida es un milagro y que el hecho de poder abrir los ojos cada mañana es el regalo más grande que tenemos, entendí que en la vida siempre va a ver tormentas y que por más techos, paraguas e impermeables que pongamos, tarde o temprano estas llegan a tu vida y te empapan, algunas te revuelcan y duele, duele mucho, no lo podemos evitar es parte de estar vivos. Lo que sí podemos hacer es recordar que las tormentas terminan y que las cosas pasan y si sabemos cómo aprovecharlas podemos usar esa fuerza de la lluvia para crear cosas mejores.

Tengo 34 años y tuve cáncer de mama. No tenía antecedentes familiares, hice ejercicio toda mi vida, mis senos eran pequeños y aunque creía que no me iba a pasar me pasó. Por qué el cáncer llega sin avisar y te sorprende te cambia la vida. No le importa si eres joven, niño o anciano, si tienes dinero o vives en el campo,  El cáncer no discrimina, no avisa, llega de sorpresa.

Y a mí me sorprendió y gracias a una atención oportuna y a tiempo puedo estar aquí escribiendo esto. No soy alguien especial solo una persona más que le tocó vivir este proceso y que sobrevivió a los tratamientos. Y el día de hoy te lo cuento para que veas que es normal tener miedo. Para que veas que llorar a veces es bueno y necesario. Que no eres el único que se siente cansado, para que veas que tienes más capacidad y más fuerza de la que crees. Para que veas que mientras tú vayas avanzando un paso a la vez el cangrejo se puede ir quedando atrás. No puedes borrar el cáncer de tu vida. Pero si puedes escoger como decides relacionarte con él, si lo conviertes en tu maestro y escuchas el trasfondo de sus enseñanzas te aseguro que todo tu dolor tendrá un nuevo sentido.

Un día a la vez, un paso a la vez, arriba y abajo que de eso se trata la vida de ir caminando.

FIN