Ángel de Amor

“Tal vez por algún motivo la vida me fue mostrando, como señales, el camino hacia lo que sucedería; como fortaleciéndome, preparándome para aquello que iba o estaba a punto de vivir. Es así que aprendí a valorar las pequeñas cosas como un milagro de la vida, a sentir con intensidad el verdadero amor, a ser feliz con lo que tenía en mi presente, y por sobre todas las cosas amarme, aceptarme y valorarme. Hacía ya tiempo que venía buscando aquello que sin saber, seria el motivo para dar el primer paso hacia un cambio verdadero en mi vida, hacia mi evolución espiritual y emocional. Seguramente mi pasado  cargado de emociones dolorosas, fue el que hizo ruidos en mi alma y despertó una imperiosa necesidad de movilizarme, de dar ese salto hacia lo que sería mi felicidad.”

Por mucho tiempo fui integrante de un  grupo oncológico, que posteriormente se convirtió en una Asociación Civil M.F. Junto a ellos aprendí que la empatía hacia quienes padecen este tipo de enfermedades, es el sentimiento más noble del ser humano, a que la palabra Cáncer no era sinónimo de muerto sino de aceptación y fe.

Septiembre de 2017.En mi pueblo natal Laguna Paiva, como si fuera un día mas de mi existir. Sentada en aquel inmenso patio que me vio crecer; sintiendo por momentos nostalgia de un pasado que dejo en mi, bellos recuerdos pero también heridas en mi alma. Con mochilas de culpas,  miedos y abandonos. Un pasado que marco un antes y un después. Planificaba, como lo hacía diariamente, la rutina del trabajo, del hogar y de la recreación.

Día a día una sensación extraña comenzaba a sentir, cuando me alimentaba; como si fuera una angustia de tanto tiempo acumulada. Es así que sentí que algo diferente estaba  en mi cuerpo, específicamente en el esófago y que para nada debía pasar desapercibido. El momento de alimentarme se tornaba un ritual, en cual cada bocado ingerido pasaba por el esófago, cada vez con más dificultad. Hasta en el trabajo, la hora del almuerzo, se tornaba especial. Mis compañeros, un grupo humano extraordinario, siempre junto a mi solidarizándose conmigo, atentos a lo que me sucedía.

Con la firme convicción de que algo extraño estaba complicando mi vida, una obstrucción que me hacía a perder peso poco a poco. Decidí ir al médico, aquí en mi pueblo, un profesional compasivo y humano.  Recuerdo sus gestos, al escuchar mi relato de lo me movilizaba hacia su consultorio. Sus palabras de aliento llegaron a mi corazón. Un devenir de interrogantes invadían mis pensamientos, las emociones atrapadas en mi mente estallaban en lagrimas ocultas, que nadie lograba ver. Guardando una imagen de mujer fuerte e invencible.

Desde aquel día, sin saber lo que me deparaba el destino, sabía que no debía preocuparme por lo que sucedería sino ocuparme de mi. Ya que es así que solo se encuentran las soluciones.

Fue así que por orden del médico me hice análisis de sangre y una endoscopia. Este último estudio, es el que marco un antes y un después. Aun viene a mi memoria las palabras de medico que realizo la endoscopia; “El endoscopio no pudo pasar, la obstrucción es muy grande, solo tome muestra para analizar. Es necesario un análisis urgente de la misma”.

Pasaron los días, aun sin saber el resultado, presentía que algo importante sería el motivo de mi despertar espiritual. Continuaba bajando de peso. Por momento prefería no comer alimentos sólidos. Sin darme cuenta poco a poco me volvía bulímica.

Finalizaba el año 2017, las fiestas: Navidad y Fin de Año. Estas fechas siempre fueron para  distintas desde que perdí a mi madre. Ella era mi pilar, la fuente de amor y esperanza que siempre me acompaño. Sabiendo que ella estaba igual junto a mí, sentía una profunda tristeza por su ausencia física. Un cumulo de emociones afloraban en aquellos días

La nostalgia de lo que había sucedido en las años próximos pasados, la incertidumbre de lo que estaría por acontecer.  Una profunda necesidad de sentir un abrazo que quiebre mis miedos, mis sentimientos, esa coraza de mujer que todo lo podía.

Enero 2 de 2018. Comienzo de año, cargada de sueños, presintiendo que sería  diferente y con la certeza de que lo estaría a punto de suceder seria para mí todo un aprendizaje .Como imaginarme que desde aquel día todo cambiaria.

Por circunstancia de la vida siempre me hice cargo de mi vida sola. Y esta vez como una más, con los estudios ya realizados acudo al médico sugerido, un gastroenterólogo, quien después de escucharme y ver los informes me dice que un colega suyo es quien seguiría mi caso. Fue así que ese mismo día me atendió un cirujano toraxista.

Aun resuenan en mi memoria sus palabras. Un dialogo entre los dos muy humano, con pequeños mensajes que por momentos parecía que no fuesen para mí. Conversamos primero sobre mi vida, escucho mis relatos atentamente de cómo fue que comencé con esta dificultad al alimentarme y leyó en voz alta el informe de la endoscopia. Seguía sin entender su actitud preocupante ante esta situación. Fue el momento, entonces en el que me dijo exactamente que tenía un TUMOR EN EL ESOFAGO MEDIO, que era maligno CANCER DE ESOFAGO.

Como explicar lo que sentí y lo que pensaba en aquel momento. La magnitud de lo que significaban esas palabras. Estaba sola No era miedo, ni enojo. Una sensación de asombro muy particular, de saber que debía ocuparme y no preocuparme. Ni siquiera deseos de llorar. Un sentir tan diferente al común de la gente.

El tomo mi mano y con gestos tiernos trataba darme fuerzas, relatándome lo a continuación debería hacer al respecto. Seguí sin entender porque su actitud tan preocupante, si yo sostuve siempre que el cáncer es uno de los motivos de muerte, pero también que se podía salir con fuerza y la fe en triunfo final.

Tenía la firme convicción que esto sería toda una experiencia movilizadora, emocional y espiritual, que mas allá de lo que significara físicamente, esto pasaría pronto de forma exitosa.

Salí del consultorio con un torbellino de pensamientos. Mientras caminaba, dejándome llevar por lo que sentía en aquel momento, iba como sin rumbo. Sola con mi alma. Me senté en el banco de una plaza, mientras veía las palomas que se acercaban en busca de alimento,  pensaba en tantas cosas que ahora iban a cambiar.

Lo primero que vino a mi mente fue que había pasado con mis emociones. Por que permití que el silencio del aquel pasado tan doloroso enfermera mi cuerpo. Y segundo, mi hijo, el amor de mi vida; debía decirle todo.

Tantas preguntas surgían: y ahora? ¿Qué hacemos con esto? ¿Cómo explicarles a los demás que iba a morirme por esto?

Mantenerme serena, tranquila y equilibrada, esa sería la postura de aquí en más. Imaginaba el camino a seguir con la total certeza de que cada decisión a tomar sería la más acertada. Y por sobre todas las cosas la fe y la esperanza del triunfo final.

De regreso a casa, solo pensaba en las personas queridas, familiares y amistades. Encontrarme con mi hijo fue lo primero. Charlar y contarle que estaba pasando. Adolescente, pero tan maduro él, me sorprendió su actitud tranquila pero a su vez contenedora. Sus palabras fueron tan valiosas: los dos estamos en esto y los dos saldremos de esta.

Los familiares y amigos se angustiaron al saberlo. No entendía porque tanta preocupación, solo era un mal momento, un sacudón del alma para sanar aquello que por años acumule en mis células.

Así comencé un camino hacia mi sanación física y espiritual. Porque lo que vino a mostrarme este tumor, fue a ver la vida de una manera diferente, amarme y amar cada minuto de ella como un milagro. A perdonarme y perdonar. A vivir en el presente y soltar un pasado que me lastimo. Y lo más importante aun a confiar en Dios y poner sus manos mi vida.

Contacte a una gran doctora y amiga de la infancia, quien me fue orientado y apoyando desde su lugar profesional como seguir. Ella sugirió consultar con otro profesional y así lo hice. Este último, el cirujano, quien sería una de las personas más importante no solo por su función profesional, sino el ser  que salvaría mi vida.

Ambos coincidían que debería hacer quimioterapia y luego la cirugía. Me explicaron en qué consistiría la operación. Iban a quitar el esófago y unir la tráquea con el estomago. La quimioterapia serviría para reducir el tumor. Por lo tanto mi primer comienzo fue con la oncóloga.

Hasta aquí solo fueron preparativos, para lo que vendría.

Y en estos momentos es cuando descubrí a las personas que estarían junto a mí incondicionalmente. Mi hijo, mis hermanos, el amor y una gran amiga.

Llego al fin la consulta con la oncóloga, una mujer dulce y agradable en su trato. En ella puse toda mi confianza, solo haría quimio, tres ciclos de tres días consecutivos cada veintiún día. Pidió hacerme unos estudios previos al comienzo de las mismas. Los resultados fueron optimista, no tenia metástasis en mi cuerpo y el tumor estaba encapsulado, clínicamente a pesar de la pérdida de peso el estado físico era excelente.

Me uní nuevamente al grupo oncológico, en el cual  encontré un apoyo y contención al cien por ciento. El mismo está conformado por personas humanamente extraordinaria, en su mayoría todas habían pasado por situaciones similares a la mía. En aquel momento conocí a dos nuevos miembros del grupo que estaba transitando por esta enfermedad. En ellos pude verme reflejada y observe las diferentes formas de ver cada caso. Era como hablar el mismo idioma. Nos reuníamos una vez a la semana, relatábamos lo que nos iba sucediendo, lo que sentíamos, nuestras expectativas. Un compartir diferente.

Allí pude ver las distintas miradas de lo que significaba la palabra cáncer. Tal vez el optimismo que siempre tuve, la fe y esperanza que le ponía a cada momento de este largo camino que transitaba. De la mano de los seres querido y por sobre toda las cosas de Dios. Nunca me sentí una luchadora. Luchar es sufrir  y para nada  me sentía así.

Comenzaron las sesiones de quimioterapia, de la mano de mi entrañable amiga que me acompañaba siempre. Descubrí en ella una persona maravillosa, que brindo desinteresadamente su amistad, su tiempo y mucho amor. Largas charla con ella nos unía cada vez mas. Un sentimiento de empatía mutuo que lleno mis vacios.

Y mi hijo, un ser excepcional, de gran corazón. Con sus 17 años de vida, supo estar junto a mí, brindarme a su manera amor y cariño.

Mis hermanos y demás amistades que se interesaban en mi bienestar, brindaban su apoyo y su amor.

Recuerdo cada sesión de quimio, todos allí por la misma razón pero viviéndolo de diferentes maneras. Observaba a cada uno de las personas que asistían, cada una de ellas en su mundo, algunos con una profunda tristeza. Cuanto que aprender de cada uno de ellos. Por momentos sentía hasta impotencia de verlos sufrir.

Puedo decir que a mi parecer y por lo vivido las quimios fueron la parte más fuerte de esta experiencia. Sentir la invasión de lo químicos en mi cuerpo, como iban afectando poco a poco mi bienestar físico. Un fuego indescriptible en el esófago. La sensación de que las drogas invadían con potencia el tumor, intentando deshacerlo. Y por otro lado toda una enseñanza, como la ciencia trataba de romper con lo que mis emociones y mi pasado habían creado. Como dejar pasar lo que significo la caída del cabello. Ver caer poco a poco mi pelo. Ir a la peluquería y quitarme lo poco que quedaba, fue una de las decisiones más importante. Mirarme al espejo y aceptar aquella imagen única de mi rostro. Utilizar pañuelos, era todo un desafío que jamás imagine.

Cada instancia de las terapias resonaba en mi interior,  enseñándome  amar la vida, a crecer espiritualmente. Sabía ya con certeza que había sido yo, quien había  creado este estado físico, esta dolencia. Mi alma sacudía mi cuerpo para sanar y renacer. Observar cada momento de aquel pasado y perdonarme, dejar fluir todo esto que me movilizaba. Todo iría acomodándose para mi más elevado bien mayor. Finalizado los ciclos programados contacte nuevamente al cirujano. Debía esperar recuperarme físicamente de los efectos de los químicos. Bajas defensas, decaimiento, pérdida de peso, disminución auditiva, una serie de aspectos que afectaron notoriamente mi salud. Aun sentía la obstrucción en el esófago, la quimio había reducido muy poco el tumor.

Estaba a mitad de camino. Con mayor firmeza y seguridad de que restaba poco para llegar a la meta.

Julio 19 de 2018, fecha que marcaria mi renacer. La cirugía tan esperada. Los preparativos, la ansiedad y un sin fin de pensamientos rondando en mi mente. El cirujano, un profesional con todas sus letras, humanamente maravilloso, siempre hablándome con optimismo, amor y con la seguridad que todo seria en un éxito.

No sé cómo expresar lo que sentía en los días previos, por momentos era la ansiedad de lo pasaría, un deseo ferviente de que esto terminara. Pero también pensaba en mi hijo y las personas que me acompañaron en todo momento; en lo que significaba en mi interior todo lo que pase y pasaría. Iba a perder un órgano de mi cuerpo. Y aquí nuevamente resuena mi pasado que se llevaría mi esófago para comenzar una nueva vida. Ya no volvería a ser la misma.

Me encomendé a Dios y los ángeles que siempre estuvieron a mi lado, sin ellos nada sería igual. Me dieron la fortaleza en cada momento, agradecida de tenerlos y saber que junto a ellos mi vida cambiaria.

Siempre fui una agradecida de los que tenía y lo que pasaba. Porque mas allá de la dolencia física sabia que esto era un privilegio espiritual, aunque parezca incomprensible.

Desde muy temprano de aquel día, los preparativos, saludar a mi hijo a mi hermana antes de entrar al quirófano, toda una sensación única e imborrable. Por un instante paso por mi mente la idea que podía ser la última vez que los viera, un deseo de llorar casi incontrolable. Pensaba en mi hijo, no quería verlo sufrir.

Solo recuerdo una charla amena con el anestesista, las enfermeras y con el equipo de médicos que acompañarían al cirujano. Todos vestidos de verde, dándome tranquilidad. Fue el momento en que cerré mis ojos y pedí a Dios que guiara las manos de ellos, eran los ángeles que con su sabiduría salvarían mi vida. La operación duro seis horas aproximadamente.

Bajo los efectos de la anestesia viví una de las experiencias más hermosa e increíble para algunos. Sentí despegarme de mi cuerpo, como algo mágico y maravillada de lo que sucedía; ellos tomaban de mi mano y como invitándome a un viaje; me llevaron hacia lugares increíbles, jamás vistos, donde la belleza y la paz  reinaban por doquier. Ver como lejano a personas que parecían conocerme. Miraba admirada todo, cada lugar tenía su encanto. Y lo más asombroso fue ver aquella figura masculina, vestida de blanco y una larga cabellera, sentado en un inmenso jardín, como esperando verme. Solo fue un instante fugaz. Después recuerdo sentir la vos del doctor dando explicaciones al resto de sus colegas sobre el estado en que habían encontrado el hígado, pero lo más curioso es que yo estaba detrás de él, escuchando atentamente el relato. Luego oía  que todos me hablaban, decían mi nombre y con llantos intente abrir los ojos. Parecía que había sido tan rápido y en realidad habían pasado 6 horas.

Como imaginar lo que había sucedido en  la cirugía con mi cuerpo. Habían encontrado que el hígado estaba enfermo, cirrótico. Consecuencia de la hepatitis C que tuve años anteriores y que a pesar de haber negativizado el virus con tratamientos, el hígado ya estaba dañado. Esta situación había complicado la operación y traería algunos inconvenientes en la recuperación.

Posteriormente la terapia, un lugar frio y oscuro. Estaba sola, aislada del resto. Las horas allí eran interminables, estaba molesta y sentía mucho frio. Lo primero que deseaba era ver a mi hijo. Y así fue verlo nuevamente fue una emoción muy grande.  Agradecer a Dios por estar viva, por darme esta nueva oportunidad, por estar junto a mí en aquellos momentos y por brindarles tanta sabiduría a los médicos. Las lágrimas fueron inevitables, renacía nuevamente y todo sería diferente.

Estuve  hospitalizada durante 35 días. Fueron los días más largos. Pase por diferentes situaciones en la recuperación con muchos altibajos. Siempre con la fe que pronto esto terminaría de la forma deseada, aunque sabía que para nada sería fácil recuperarme. Conocí personas extraordinarias, enfermeras, médicos, especialistas. Cada uno brindándome cuidados y amor. Mi hermana que estuvo allí, junto a mí en todo momento, con todo su amor y dedicación. Los seres más queridos interesados en mi salud. Verdaderamente me sentí amada y protegida.

Llego el día de volver a mi hogar, parecía increíble, pero así fue que regrese tan emocionada. Todo había pasado ya, fue todo tan mágico, tan profundo y a su extraordinario. Una sensación extraña que no se podía explicar, todo quedaba atrás. Un volver diferente, ya nada sería igual. Renacía a la vida. Una nueva vida. No solo adaptarme a una forma de alimentarme distinta, sino a ver la vida con el corazón, a vivirla como un milagro del amor que me fue regalada por Dios, agradecer esta nueva oportunidad de vivir.

Aunque esto aún continua, comenzare  esta nueva etapa de mi vida con  entereza, con tanto para mostrar y dar a los demás. Poder llevar un poco de luz a quienes estén pasando por esta enfermedad; esa luz de esperanza que guio mis días y mi noches, que supo mantenerme serena, que me enseño a ver dentro de mí y proyectar mi camino hacia la verdadera felicidad. Como la luciérnaga que con su luz propia ilumina su camino y vuela hacia los lugares más hermosos, hacia la felicidad. DONDE HAY ESPERANZA HAY FE, DONDE HAY FE SUCEDEN MILAGROS.

Sentarme a escribir este relato, fue un desafío, movilizador. Poder contar esta experiencia a todos los que de alguna manera se interesan por saber que siente desde este lugar

En este camino también perdí a una mujer y amiga  J. R. que también transitaba por esta enfermedad. Siempre admire en ella su fortaleza, su fe y su optimismo, pero aun así no logro salir de victoriosa. Su  pérdida fue muy fuerte para, sentí impotencia.