Paula

Polín. Hola, soy Paula, quería compartir mi experiencia de haber convivido con el cáncer.

Tenía 18 años y mucha alegría de adolescente que fue transformándose cuando se iniciaron los dolores…

Sana y fuerte como un roble, sentía que me vencían, conquistando mi ser, creciendo y adueñándose de mi cerebro.

Al principio pensé que era algo pasajero, pero llegó un momento en el que se hizo intolerable.

No cedía con fármacos ni plegarias; me consumía y su cronicidad no permitía que desarrollara ninguna actividad. Me anuló por completo…

Fueron dos semanas aproximadamente tendida en la cama de mi abuela y mimada hasta el hartazgo. Nadie pensaba que mis molestias fueran relevantes hasta que el 24 de julio de 1996, con un fondo de ojo, una doctora nueva y desconocida descubrió una pequeña masa de forma irregular ocupando un espacio entre el cerebelo y el bulbo raquídeo expandiéndose, aprisionando, cubriendo sin límites su nueva atmósfera.

Me recuerdo medio adormecida, acostada sobre una camilla, viendo algunas caras desconocidas balbucear a mi alrededor, un tubo cilíndrico” ¿Dónde estoy? Está oscuro, tengo miedo” murmuré y me quedé dormida.

Mi madre lloraba seguramente sin entender el porqué de esta situación… tiempo después me comentó acerca de un enfermero llamado Gabriel, el ángel Gabriel, quien se le apareció, de pronto, la consoló diciéndole que “iba a estar todo bien” y desapareció en la noche.

El mismo fue quien me acompañó a la habitación, tomándome de la mano.  Sentí paz. No lo vi más, pregunté por él; nadie lo conocía…

Durante 8 horas dormí, no sé si soñé, no sé si sentí lo que estaban haciendo conmigo, ¿quizá quedó grabado en mi alma?

Sí sé de mi despertar, porque fue caótico…

¡Estás viva!!! Sí, pero mi ojo izquierdo no se cerraba y de la comisura de mi labio chorreaba baba…

Solo deseaba volver a dormir y no despertar…

Imposible.

Conectada a tubos, sin ganas de respirar ni de comer, yacía sobre la cama de hospital. Dejarme morir era mi único deseo, pero no podía: me lo impedían las palabras, los besos, los abrazos, las presencias.

Mis seres queridos agradecidos con Dios, con María Santísima (y anda a saber con quién o quiénes más) venían a verme, a besarme; me cubrieron de estampitas, me colgaron mil cruces y medallitas, me contaban de sus vidas, de cómo seguía fulana o mengana, de lo que pasaba afuera del quirófano mientras me operaban.

“Ese día, Paula, inundamos la clínica”, contaba mi hermana Leticia, “era la familia entera desparramada cual malón cubriendo el hall de entrada; quisieron echarnos enseguida por ruidosos, pero después de prometer silencio, nos permitieron quedarnos… entonces algunos se fueron a rezar a la capilla de la clínica. Tus primas Florencia y Constanza, ridículas, se metieron bajo bancos para no quitar espacio transitable en los pasillos; otros, expectantes en la cafetería de la vuelta y tus amigas del cole se quedaron esperando afuera, tímidas y asustadas.

¡Hasta la hermana Ancilla, tu rectora, también presente, esperaba que ganaras la batalla y salieras ilesa!!!

Cuando llamé a Renzo para darle la noticia de que te iban a operar, salió corriendo del laburo (me enteré después de que no le permitieron volver a trabajar ahí, por irse sin autorización del jefe). Pensar que lo hizo para poder verte, para poder hablarte, para tranquilizarte…

Ingresó por la puerta principal jadeando, como si hubiera corrido una maratón, con su cara de susto te buscaba, desesperado, dónde está, quiero verla…

A vos estaban llevándote en la camilla a la sala de operaciones. Llegó justo a tiempo, lagrimeando te besó la frente y susurró algo en tu oído que no llegué a escuchar. Tus ojos estaban cerrados.

Parecía que el tiempo no pasaba, la espera desesperaba, escuchaba a algunas amigas tuyas cuchichear entre ellas: “¡Va a salir de esta, vas a ver! ¿por qué ella? No quisiera estar en su pellejo… y si se va…”  ¡Otra lloriqueando “No seas pesimista! ¡Tonta!!! ¡Te vas vos!”.

Mientras mami terminaba el padrenuestro, apareció el neurocirujano con su delantal blanco y una orgullosa sonrisa exultante (casi incrédula) en su rostro. “Salió todo muy bien. Paula está descansando…”

Llantos y sollozos por doquier, agradecimientos frente al altar, la alegría tiñó la clínica y poco a poco fueron calmándose los corazones conmocionados.

El relato de mi hermana me suena ajeno. Durante la operación, yo dormía o vagaba en el limbo o charlaba con Dios para llegar a un trato que nos sirviera a los dos.

Algo de todo esto funcionó.

Una multitud desfilaba por mi cuarto en el horario de visitas, venían y se iban, mi tía abuela se quedaba, cambiaba mis pañales por la noche y la enfermera me bañaba sobre la camilla por las mañanas.

 

Pasaba el tiempo: trataba de estar mejor, de recuperarme, de rescatar las piezas de ese rompecabezas destruido, desarmado y quedado en el pasado, me pertenecía y obligaba a realizarlo aquí y ahora. Tarea agobiante para un cuerpo cansado…

Una mañana fría en la clínica desperté buscando a mami con la mirada: “Ma, ¿me traés un pebete?”

“Siií, mi amor!!!”

Fue un momento tan loco, en que se me abrió el apetito así de repente; así, sin quererlo…

Por otro lado, no estaba neutropénica y ya había recibido la primera dosis de quimio, ¡merecida el alta temporal!!!

En casa me organizaban una fiesta sorpresa mientras, acostada en la cama del dormitorio remodelado, hablaba con mi prima, que con la música con el volumen altísimo, disimulaba para evitar sospechas…

“Levantate y vestiste, Pau, vamos a la cocina a tomar algo”, me dijo.

“No, gracias, linda.” Estaba tan cansada y débil… pero para darle el gusto, fui incorporándome…

Sobre la cama estaba el vestido blanco esperándome ansioso, (bailaba dentro de él). Entonces vi mis piernas y me di cuenta de que faltaban unos poquitos kilos para ver mis propios huesos, mis brazos raquíticos, ¡mal!!!

¡No!!!  qué angustia primero ver caer mi pelo sobre la almohada, pidiendo que no me cepillaran más, sin poder evitar perderlo todo.  ¡Y ahora esto!!! Desaparezco en la ropa. Soy un esqueleto viviente.

“¡Dale, Paula!!!”

“Sí, ya voy, me calzo y estoy” exclamé, disfrazando mi desesperación, con la tentación de tirarme en la cama…

Prendieron la luz y oí gritos y carcajadas; salieron miradas y sonrisas escondidas en la oscuridad.

Renzo, Cotito, Martin, Iván, primos, hermanos … estaban todos!!! Y la música empezó a sonar

Me agoté rápido, sentí que había cambiado, pegado un giro de 180 grados. Estaba bien antes, cómoda en mi ser; ahora había perdido todo, como que una mano poderosa me estuviera jugando una mala pasada. Ya no era la Paula de antes, esa Paula bella, rompe corazones e introvertida y dulce. No quería ser la flaca desnutrida y pelada de ahora, con la cara asimétrica y pocas ganas de vivir ¡era un monstruo!

Sí, cada despertar era angustiante, una lucha diaria conmigo misma. No me soportaba, me deprimía.

Las estadías en casa solían ser cortas: nuevamente neutropenia, la siguiente parada era la clínica y dosis de quimioterapia.

Venia una enfermera con la aguja y mis venas se escondían (lamentaba no poder desaparecer yo también), me bancaba pinchazos en todo el cuerpo, hasta que llegaba Pepa (la enfermera chamana) y después de probar dos o tres veces encontraba una, desprevenida y visible…

Estaba mejorando; comencé con ejercicios de rehabilitación en casa (en la clínica desde el comienzo), ponía una cinta larga en el pasillo e intentaba caminar sobre ella, un pie adelante del otro y así continuar… No era fácil, pero fue mi primer logro.

Pequeñas metas que con tiempo esforzado y constancia fui superando.

Contenta, volvía a internarme, pero esta era la última. Estaba más estable, los vómitos ya los manejaba (igual siempre estaba cerca de un baño), las apneas con el cariño y paciencia de mi madre las estaba superando, al igual que la baja de presión con los desmayos; parecía que todo volvía a encauzarse…

SÍ, siempre la misma pregunta ¿Por qué yo? Esperaba tener respuestas algún día.

Terminó la quimioterapia, el pelo en mi cabeza volvía a crecer, caminaba más y mejor, el cansancio físico fue desapareciendo, empecé a manejar mi propio cuerpo, la hemiparesia izquierda iba debilitándose y mis ganas de seguir caminando la vida aumentaban.

“Ahora comienzan los rayos”, me dijo la doctora. ¿Qué? What?

“Sí, inicias tu sesión de radioterapia, si Dios quiere terminarán en diciembre, para que puedas disfrutar de las Fiestas … ¡¿Disfrutar de las Fiestas?!

¿No alcanza lo que ya me hicieron? ¡Basta!!!  Me aferraba a mi pregunta esperando respuesta, hablaba con Dios, le pedía a mi abuelo en el cielo que me ayudara, y otra vez los porqués retumbaban en mi cabeza sin respuestas…

Puntitos chinos desde la cabeza hasta la cola marcaban la zona de irradiación. Sesiones por semana de rayos, psicólogo, neuroterapia, especialista en flores de Bach, kinesiólogo, etc., etc., etc… ¿Bombas de recuperación? Todos los seres que me amaban querían brindarme su apoyo, que supiera que en esta batalla no estaba sola, porque sí, así la sentía ahora y no pensaba en desertar…

Fue en esa movida que me di cuenta de que mi pregunta era incorrecta; cuando quedó atrás el pasado y comencé a vivir y pisar el presente, vino a mi espíritu el para qué.

¿Para qué haber transitado por este viaje de tanto dolor, de tamaño sufrimiento?

Desconozco la totalidad de la respuesta, me sirve el entender que Dios Padre me haya elegido a mí para sortear estas pruebas puestas en mi camino. Y haber sobrevivido.

Me sirve recordar los primeros pasos de Joaquín, que nació cuatro años después. Me sirve escuchar la melodía dulce de Francisco en el piano, los besos cariñosos de Tomas, la mano de Máxima tomando la mía, ¡una sonrisa angelical de Clara dedicada a la tía pali!!!  o el viaje a Córdoba con todos mis hermanos cuando mi mamá (otra que no avisó que se iba a ir) se fue a volar. Me sirve cuando visito a mi abuela o canto en el coro. Me sirve cuando pongo la cola en la estufa, tomo mate o leo a Cortázar.

 

 

 

Me da orgullo que entendí, que mi ejemplo de lucha y perseverancia por ser mejor persona crece en mí y puedo inspirar a otros, ¡que más tarde o más temprano el amor siempre gana!

Quizá el trato que hice con Dios durante la cirugía no fue tan injusto como pensaba.

 

Ah, olvidaba contarles: en abril del 97 comencé la carrera de Kinesióloga y Fisiatría

Me recibí en el 2016.