Ulitta

“Podemos perdonar fácilmente a un niño que tiene miedo a la oscuridad; la verdadera tragedia de la vida es cuando los hombres tienen miedo de la luz- Platón”

La vida suele ser un poco extraña, fría, dura  e injusta muchas veces…hasta desilusiona y duele…duele mucho…duele tanto que la mente, el cuerpo, las células que nos conforman, hasta el alma, se enojan y se enferman. Pienso que primero se enferma la mente y ésta se encarga de contaminar al resto del cuerpo, mandándonos diferentes señales, desde un resfrío, dolor de garganta hasta cosas peores como el cáncer. Hay un viejo refrán que dice que “todo tiene solución menos la muerte”. Creo que el problema radica en que cuando el alma se cansa, se enoja, se ofende y se enferma de tristeza, de desamor, de angustia y desilusión a seguir viviendo, es allí cuando estamos en frente a un gran problema o enfermedad…¡¿Existen remedios para curar un alma en pena y encima enferma?!  Mmm… si nos mantenemos optimistas a ese refrán algunos dirán que sí, obvio que sí ¡Todo tiene solución! Entonces ¿por qué nos encerramos en laberintos sin salidas, estresándonos, enfermándonos y abrumándonos sin sentido?…si total a fin de cuentas la salida siempre aparece. ¡Qué sé yo! ¿Será que nos encantan las complicaciones y hacernos un mundo de todo, cuando es más fácil de lo que pensamos?… Bueno dejo de dar tantas vueltas y les cuento mi historia. Espero que este pequeño relato les sirva y les sea útil a todos, tanto a los sanos en cuerpo y alma como a los que están atravesando alguna dificultad. Se las cuento desde lo más profundo de mi corazón, con mucho amor, una sonrisa grande y una luz brillante para que nunca los alcance la oscuridad, y si así sucediera, comprendan que nada es eterno. Hasta después de una gran tormenta el sol siempre vuelve a brillar.

Así como todas las historias que comienzan por un principio, ésta empieza con un final. En la vida como todos saben, hay finales felices y otros mejor no recordar…pero lo bueno es que muchas veces los finales desencadenan otras historias, como la que les voy a contar una historia de amor de esas que despiertan el alma…

“Prometo volver a buscarte dijo, en esta vida o en otras…” esta vez no hubo beso de despedida, simplemente un abrazo, un apretón de manos, una sensación extraña y con  mucho gusto amargo, en resumen,  sentimientos fríos que congelan el alma y paralizan las entrañas. La circulación de la sangre pareciera que también se detiene junto con la respiración. Si uno pudiera escuchar detenidamente, creo que hasta se escucharía cómo se rompe el corazón en mil pedazos. Algo dentro de mí, lo supo instantáneamente, ese sería nuestro fin. El  aire fresco y salado proveniente del mar, congelaba mis lágrimas que caían sobre mis mejillas mojadas. Quedé inmóvil por varios minutos parada en el puerto, observando cómo se alejaba, hasta que el barco desapareció en la fina y efímera línea del horizonte. Con terror en mis ojos, supe que ese navío no sólo se llevaba a ese primer amor, sino también a  todos los magníficos años vividos…un nudo de llanto se alojó en mi garganta y un cráter se apoderó de mi estómago, haciéndome sentir hasta ganas de vomitar. ¿Y ahora qué? , me pregunté… Todos los proyectos futuros e ideas construidas en mi cabeza se derrumbaron en milésimas de segundos. Podía visualizar cómo los ladrillos de la pared imaginaria se caían uno a uno. La voz de mi conciencia a modo de defensa respondió: primero dejá de llorar como tonta parada en este muelle y borde helado y emprende la marcha a casa.  Así fue, di la media vuelta y me dirigí  hacia la cálida cabaña. Mañana sería otro día, otro despertar. En mis sueños buscaría el plan a seguir y listo… ¡qué romántica manera de terminar una relación de ocho años, ¡¿No?! …Muy de película para mi gusto…Bueno está bien, no fue en un puerto de palos y no hubo ningún barco partiendo a la lejanía. Simplemente fue un portazo y unas ganas inmensas de romper media casa del odio y la bronca. Cuán fácil y perfecta sería la vida si nos guiáramos por las películas de Hollywood y toda esa ideología barata del maldito Walt Disney y todos los románticos empedernidos. Me enojé y mucho. Nunca había tenido grandes problemas en mi vida. Siempre, por lo general, tuve todo lo que quise. Estaba enojada con la vida, con el mundo, con todos. Esto no tenía nada de sentido, ¿por qué no salió como lo había planeado en mi cabeza? Mi mente y mi alma se enojaron muchísimo,  pero lo escondí de diversas maneras. Primero, haciéndome la superada e indiferente, luego la enojona y herida, hasta que llegaron las lágrimas a borbotones con nudos en la garganta y la tristeza total se apoderó de mí. Todo era color gris, no había nada lindo, nada valía la pena. Decidí  ocultar mi angustia con sonrisas falsas y trabajo, mucho trabajo y así estar ocupada la mayor parte del tiempo. El plan era no pensar. No quería sentir, no quería en definitiva, vivir. Me daba exactamente igual, levantarme a la mañana o no hacerlo, el comer al no comer, el ir a trabajar o no. Lo que pasa, que como no quería que fuera tan evidente, cumplía por mera obligación social, todo a raja tabla así nadie se daría cuenta de cuán mal y angustiada estaba. ¡Qué orgullosa y dura!  Había días mejores que otros y así transcurría el tiempo. Pero como todos saben lo que la mente calla…. El cuerpo comenzó a hacerme notar que algo no andaba bien. Los primeros síntomas aparecieron. ¡Cólicos renales, aquí presentes! (Primera advertencia). Atribuí el malestar a la poca agua que tomaba, y a la vida agitada como docente que llevaba. Me dieron calmantes y todo se fue, del mismo modo en que llegaron los síntomas. Hasta que un día exploté…upss…El llanto se apoderó de mis entrañas, no podía ni respirar. Necesitaba ayuda urgente. Mi mamá escuchó los gritos desde su habitación. -“¡¿Hija.. hija qué te pasa?! -“No puedo más mami, ya no puedo más”. Lloré desconsoladamente, peor que una niña que se cayó y se raspó las rodillas, o perdió su osito de peluche. -“Má…me perdí, no sé qué hacer, qué sigue, me pregunté. ¿Quién era yo? ¿Cómo debo continuar? ¿Qué debe hacer uno en esta vida? ¿Por dónde debo comenzar? Ya no me reconocía, había perdido mi chispa, mi alegría, mis ganas, mi felicidad, mi luz y el rumbo… Mi madre como toda madre que no le gusta ver llorar a sus hijos, me abrazó y me acunó como a un bebé indefenso en sus brazos.-“¡Ay hijita! ¡Todo va a estar bien, llorá todo lo que quieras.  Ahora mismo voy a buscar el teléfono de una psicóloga, no podés seguir así! Ojos de sapo, cara de marrano, mocos chorreando, escalofríos. Ya de nada me servía ocultar mi tristeza, a la maestra de los disfraces. Me dormí profundamente, sabiendo que al otro día tenia turno con la especialista. Así comencé terapia, la cual me sirvió muchísimo. Poco a poco recuperé mi sonrisa y comencé a buscar soluciones. Ya no quería estar triste. Pero, como en todas las historias, siempre hay un “pero”. La ruptura amorosa se dio en un momento crucial en mi vida, al menos eso creía por aquel entonces, en donde uno ya no es una adolescente ni tampoco la súper mujer resuelta y madura. El entorno tampoco favorecía mucho. La sociedad menos. La mayoría de mis amigas comenzaban a casarse, vivir en pareja o formar una familia. Hasta algunos parientes, recomendaban que tenía que ser madre cuanto antes. Para mí era demasiado amor para dar y no me consideraba apta. La vida me enseñaría lo contrario (Por aquel entonces tenía veintiséis años). Que los traumáticos treinta se acercarían y ya no sería lo mismo. -“El cuerpo te pasa factura y la figura no se recupera”. Tal vez la perseguida era yo, pero había bebés y nacimientos por todos lados. Tenía que gestionar un plan B con suma urgencia. Como la mayoría que sufre una separación, comienza a buscar nuevos lugares a los cuales salir, desde comenzar un gimnasio, ponerse a dieta o arrancar clases de baile. Abrir el abanico a nuevas posibilidades y generar nuevos círculos de amigos y así estar ocupado un  rato.  Cuando te das cuentas que la palabra amigos es amplia para personas que no se merecen tal título, comencé otra vez a cuestionarme cuál era  el sentido de la vida y hacia dónde quería ir. Una vez más me perdí en una bruma, esa bien densa, en donde no se ve nada de nada, hacia ninguna dirección. La oscuridad absoluta. La gran incógnita de qué hacer con mi vida. Me quería ir lejos. Hacer qué, no lo sé. La idea era irme lo más lejos posible. Quería crecer y madurar.  Sentía que en la burbuja de cristal y en la comodidad de mi casa no lo lograría. Le rogué a Dios, que me mandara señales y alguna oportunidad para lograrlo. Del grupo de baile, encontré dos amigas. Una de ellas me lanzó el anzuelo que tanto estaba buscando.- “Che, ¿por qué no te postulas para trabajar en un crucero?”. -“Estás loca, jamás me van a tomar para un trabajo así, qué te hace pensar que voy aprobar las diferentes entrevistas”. Tenía razón mi bella amiga, sino lo intentaba jamás lo sabría. La otra  en cambio, se encargaba de darme consejos y algunos empujones para que reaccionara y dejara de llorar y buscar justificativos varios para no hacerlo. Realmente, aprendí mucho de ellas y lo sigo haciendo.

Con la familia dividida en apoyo logístico, monetario y emocional, la mitad decía que sí.  Entre ellos mi madre y hermano mayor. Pero mi papá y el hermano del medio, se oponían con mucha firmeza. -“No es necesario irte tan lejos para madurar, andate a Ríos Ceballos y volvé” Pero a mula terca… no hay con qué objetarle. Comencé el papelerío, desde estudios médicos hasta visas para poder entrar a Estados Unidos, por si me tocaba trabajar en alguno de sus puertos.

Consejo número uno, hay que tener mucho cuidado con lo que uno pide y cómo lo pide al universo, porque puede suceder. Llegó el día y así comenzó la más maravillosa, extraordinaria y shockeante aventura de mi vida. Viví tres semanas en Londres, Inglaterra durante mi capacitación para poder zarpar en algún crucero. Me podía tocar en cualquier parte del mundo. Rogaba que fuera con clima caluroso y playa. Me embarqué en un contrato por nueve meses al este y oeste del Caribe, que se transformó en casi diez,  viviendo arriba de una lata gigante de acero que flotaba en el mar. Adaptarme no fue nada fácil. Lloraba todos los días a cada rato. Llamaba tres veces al día a mi casa. No quería fracasar y aguanté lo más que pude,  de todo lo que se imaginen: cosas hermosas, buenas y malas. Podría escribir un libro, contándoles todo lo que viví en ese crucero. Los puertos que conocí, los amaneceres y atardeceres que vi, las tormentas que pasé, los amigos que hice y hasta conocí a un nuevo amor. Las historias de vida que escuché, las muertes que presencié, aunque no lo crean, no todo es diversión en la inmensidad azul del mar… El viaje me hizo dar cuenta lo afortunada que era y lo bendecida que había sido con la familia y las amistades que formaban parte de mi vida. Dicen que cuando uno toma distancia, de lejos se pueden apreciar mejor las cosas. La media mujer que se fue de viaje, no fue la misma que regresó. Había llorado tanto, extrañado, valorado y agradecido tanto a Dios, que creo que parte de esa estructura fría de metal que conformaba al barco, se me pegó un poco al corazón. Ya no lloraba con facilidad, es más casi nunca lloraba, ni con la película más triste. Dejé las lágrimas en el mar, creo. ¡Qué inconformistas que somos los seres humanos, o por lo menos solía ser mi caso! Una vez que pisé tierra firme, nada fue igual. Había cambiado mucho, no encontraba el balance de lo que sentí en alta mar a lo que era en tierra.  Estilo marinero que no pude vivir mucho tiempo en suelo firme.  La ciudad no olía a sal, ni a libertad. Mis amigos maravillados con mis historias, yo extrañando el mar y los otros amigos multiculturales. ¡Qué debate! ¿Volver al mar o quedarme en Argentina? Me quedé, comprendí que aunque en el barco me encontraba en lugares paradisíacos y únicos, no tenían tanto de maravilloso sino los compartía junto a mis seres queridos.

Cómo se regresa de algo así, a la vida monótona y muchas veces aburrida y poco interesante plagada de rutina. ¡Guácala! Me costó aceptar que estaba en Córdoba, tierra firme. La vida siguió transcurriendo, para todos los demás menos para mí. Otra vez perdí la chispa o llama suprema de mi interior. Regrese al lugar oscuro de la angustia y depresión. Las ganas de vivir no estaban, obviamente no se lo dije a nadie. De nuevo el disfraz de la sonrisa falsa y el simular que todo estaba bien…

Al principio les dije que cuando la mente se enferma y el alma también, el cuerpo pasa factura.  Esos cólicos o cálculos renales no cesaron ni durante mi estadía en el barco, allá recurrí a la acupuntura de mi amigo chino y así pasaba el dolor.  De vuelta en casa, cada dos por tres seguía con el mismo problema, llamaba al médico, calmantes mágicos y solucionado el inconveniente. Por aquel entonces era el año 2015,  había aceptado mi profesión,  ya no como una recepcionista de un spa en un crucero, sino como profesora de inglés y eso era lo único que  me motivaba día a día a seguir respirando. La profesión significaba todo para mí. En el aula, con alumnos de diferentes edades, recuperaba mis ganas y razón de vivir. Todo lo demás: la rutina, los papeles, los cumpleaños etc., no tenían importancia.  Sentimientos nefastos ocupaban mi cabeza en los ratos libres, no era la idea suicidarme, pero convengamos que no tenía buenos sentimientos hacia mi vida y soñaba que todos mis seres queridos me velaban y lloraban. ¡Qué horror! ¿Por qué soñaba con esas cosas o pensaba en eso? ¡No lo sé!  ¿Que si estoy  arrepentida?, mmm…un poco sí, pero bastante no, porque si no, no hubiera aprendido y vivido todo lo que me sucedió. Los cólicos renales se hicieron más frecuentes, comencé varios tratamientos con la nefróloga, especialista de los riñones. Desde pastillas para disolver posibles piedritas o arenilla en los conductos urinales, a tomar más agua y culpar a la vida agitada que llevaba. Daba clases casi todo el día. No disponía de mucho tiempo libre. Mis amigas recriminaban que hiciera un huequito en la agenda para tomar unos mates aunque sea. Lo hacía cuando recibía un mensajito con el ultimátum: “nos juntamos o quedas desterrada de esta amistad”

Por el año 2017, los síntomas continuaron  cada dos por tres cólicos renales…Mi mamá me dice un día… -“¿Hija no serán los ovarios?, anda hacerte algún estudio  -¡Qué sabes vos má! (segundo consejo: las madres, aunque no nos guste aceptarlo, por lo general tienen razón) No le llevé el apunte por, desgracia, pero gracias a la Nefróloga hoy estoy viva. -“Vamos hacer una resonancia y no sé qué más darte, no veo absolutamente nada de nada.” ¿Cómo les relato el desenlace de esta historia, mí historia de amor?… si lo que les conté anteriormente podrían  ser algunos factores o causas que influyeron para el combo o la bomba perfecta…El resultado de la resonancia reveló un posible quiste del tamaño de una mandarina en mi ovario izquierdo. Lluvia de chanes. Negación absoluta. ¡Yo no tengo nada! Mirá si yo voy a tener una masa quística en mi ovario, si yo estoy bien aparte no siento nada de nada. Cuando le comenté a un amigo radiólogo, personajes si los hay y éste es uno: -“Negra eso va a cuchillo”. ¡Qué hermosa manera de decirme que me tenía que operar con suma urgencia.   –Bueno seguramente es de agua y luego de que tenga el periodo menstrual esa masa se irá de la misma manera en que apareció. (¡Qué ilusa cara de lechuza!) Nop….no se fue. Este amigo personaje me contactó con el primer ginecólogo, el que agilizo el papelerío para los primeros estudios. Hasta aquí se lo llamó “masa quística” o “el quistecito”, aunque midiera casi ocho centímetros. Cuando los doctores te mandan a lugares específicos para hacerte ciertos estudios y te dicen: si el Dr. Fulanito no tiene turno, no te hagas problema, sacá turno con algún colega y si ven algo que no les convence lo van a llamar al doctor, no te preocupes.  Ya cuando alguien te dice “no te preocupes” pero tengo que decirte algo, uno ya está preocupado y se imagina cualquier cosa. Imagínense mi cara cuando lo llaman al doctor Fulanito mientras me realizaban una ecografía de lo más desagradable  que hay, con las piernas en posición de banco y una bata en forma de telón. Creo que el doctor “vio el pánico en mi cara y me agarró la mano, me miró a la cara y me sonrió:    Tranquila… va a estar todo bien… no podemos determinar si el tumor es bueno o malo…eso  lo verá tu doctor en la cirugía”.-Dijo.

Ya no era quistecito, ahora se llamaba tumor. Mi madre estaba en la sala de espera. Nunca pensé que tuviera tanta fortaleza esa mujer, mi bella madre. Los estudios estuvieron listos para ser retirados al día siguiente junto con unos marcadores sanguíneos (después  al tiempo supe qué significaban). Con todos los resultados y estudios en forma duplicada para estar seguros de que lo que mostraban fueran verídico, me dirigí a la consulta con mi primer doctor ginecólogo. Una eminencia y especialista en mamas. Esos doctores que denotan hasta por los poros  sabiduría y experiencia. Estaba tranquila ya que era el ginecólogo de una amiga de mi mamá. Tampoco disponía de tiempo a mi favor  como para hacer una búsqueda exhaustiva de ginecólogos oncólogos por toda Córdoba capital. Además el primer doctor que me pidió los primeros estudios también me lo recomendó. Noviembre se fue y también lo hizo diciembre. No quería operarme en esas fechas para no complicar a mis alumnos y traer problemas administrativos en mi trabajo, además no había lugar disponible en quirófano…

Llegaron las fiestas, los deseos de navidad y de año nuevo. El pan dulce, los fuegos artificiales, la llegada de papá Noel o el niñito Dios, para mis sobrinas. Las celebraciones, tras la muerte de mis abuelos, perdieron su gracia y la alegría que implica celebrar. Esas mesas largas y  llenas de primos/as, tíos/as y ruido, mucho ruido, se perdieron para siempre. Sin embargo,  en la navidad del 2017 cuando llegó el momento de brindar, recordé como nunca antes a mis abuelos, Nélida y Carlos y a la mamá de mi mamá, la abuela Pochola. Miré al cielo y brinde con ellos. La emoción brotaba de mis ojos para luego descender por mi garganta. Toda la familia se fundió en un solo abrazo. Pareciera mentira que hay que llegar a momentos tan límites para valorar todo lo que uno tiene. Ese brindis en particular, decir  la palabra SALUD  al chocar las copas cobró otro significado, ya no era un simple decir. Ahora  realmente lo necesitaba y era un sentir muy fuerte. ¿Por qué diremos SALUD, DINERO y AMOR? ¿Y por qué lo diremos en ese orden no? Sin salud no podemos vivir, ni trabajar  y ganar el sustento necesario para mantenernos a nosotros y a nuestras familias, osea el dinero, pero tampoco se puede vivir sin amor. Entonces, ¿cuál de todos es más importante o lo son todos en diferentes grados?. Pienso que la salud es muy importante y también lo es el AMOR… Nunca antes me puse a pensar en el amor y de la manera profunda en que lo hice cuando mi cuerpo me pasó tarjeta roja.

Finalmente, el día de la cirugía llegó fue el 9 de enero del año 2018. Me desperté sola en la habitación antes de que me vinieran a buscar para  ir a quirófano. La incertidumbre y el miedo que invadían mis pensamientos eran horribles de sostener. Cuando era niña siempre mi hermano mayor me salvaba de toda situación, así que lo llamé por teléfono y le dije- “¡Sacame de acá..socorro!. –“Ojalá pudiera gordita, lamentablemente tenés que pasar por esto, pero quedate tranquila que en cinco minutos llego al hospital.

Así fue, llegó primero justo antes que el camillero. Mi mamá alcanzó a verme partir en la silla de ruedas, me besó la frente y las únicas palabras que salieron de su boca fueron: -“Mami te espera acá afuera”. No quiero, ni puedo imaginar lo que sintió en ese momento. Todos los miembros de mi familia esperaban en la sala. Fue como un volver a nacer, nada más que no había tanta felicidad ni alegría.

Cuando desperté, me miró con los ojos tristes. Pocas veces la he visto con esa mirada en particular. Como no podía  hablar mucho ni moverme, le pregunte: ¿Qué pasó Ma? -“Sacaron los dos ovarios porque además del tumor en el ovario  izquierdo el derecho estaba manchado, parece que se estaba formando otro”. Lloré… porque gritar no podía… fue el primer momento en el que tomé un poco de conciencia por lo que estaba pasando.  Sentí que la oscuridad me estaba alcanzando y cubría de a poco mis pies, pero sólo un poco, más o menos hasta los tobillos. Había que esperar la biopsia unos veinte días. Esperar no es compatible con personas ansiosas como yo, ni con resultados catastróficos. Pasé varios días internada, me habían sacado grasa del intestino también, porque los doctores me explicaron que como los ovarios están detrás de ellos, las células malignas suelen migrar al intestino y seguir avanzando. Eso fue lo más doloroso, que mis intestinos volvieran a funcionar. Los días de internación se hicieron más llevaderos gracias a las visitas y acompañamiento de toda mi familia y amigos. En especial la de mis hermanos bellos, que son dos guardaespaldas con alas y por las dudas  con un tridente en cada una de sus manos. Aunque por momentos sentía que la oscuridad me alcanzaba, la vida me iluminó con amistades muy bellas, fuertes y súper poderosas. Gracias a ellas, tuve las mejores enfermeras que me cuidaron de noche y aliviaron a mi madre, al no disponer del mejor estado físico como para dormir en la silla de un hospital.

El doctor ginecólogo más joven que me operó junto al especialista en mamas, me leyó el resultado.  Mamá y papá, uno a cada lado mío.  Muy profesionalmente dijo el doctor: – “El tumor encontrado es maligno, es cáncer”  Creo que después de ahí no escuché nada más. Pero sí recuerdo la cara de mi madre,  esa expresión de desesperación e impotencia. Mi papá zapateaba en el piso de la bronca. Se levantó de la silla, creo que también lloraba. Yo, como si nada. No entendía nada de nada. Sorda, ciega y muda.   Ahora la oscuridad era más profunda ya no eran mis pies los que estaban cubiertos  por ella, ahora estaba desde la cintura para abajo.

Llegamos a casa, mi papá que no es un hombre muy expresivo, es más bien el macho estilo león de la Metro me dijo: -“Hay que ponerle el pecho a esto tía, no hay otra opción.” Mi mamá en cambio se encargó de esparcir el diagnóstico  con llamados de auxilio a todos los amigos y conocidos de la familia. Ahí también surgieron las cadenas de oración, hasta una amiga de una amiga conocida de no sé quién, llevó mi foto hasta el mismo Vaticano.

Hay ciertas cosas que no recuerdo y hay otras que prefiero olvidarlas para siempre. Pero esta en particular me agrada y mucho. El día en que conocí a mi oncóloga. La mejor oncóloga del mundo, mi mundo.  Su espíritu, alegría y optimismo me contagiaron. Creo que la relación doctor- paciente en fundamental, ya sea desde una gripe hasta un cáncer o cualquier otra cosa. La doctora  me ayudó a sanar mi cuerpo con sus cocteles mágicos  y fue  el nueve de febrero; cumpleaños de mi hermano mayor;  cuando comencé el tratamiento de quimioterapia. También había que sanar el espíritu y el alma. La oncóloga me recomendó a una psicóloga que se especializa en estos casos. –“Te va hacer bien, es un sol” Qué palabra tan perfecta para ayudarme con la oscuridad que invadía poco a poco todo mi cuerpo.

Todos tocamos fondo alguna vez en la vida seguramente, yo caí definitivamente en el peor pozo oscuro que se pueden imaginar, fue el día en que recibí por teléfono la noticia de  la biopsia del útero, el resultado irreproducible. Había más cáncer adentro de las paredes de mi endometrio. – ¡En qué momento me metí en todo este lío! Oscuridad absoluta. Ya no me sentía tan optimista. Tenía mucho miedo, no me quería morir, ahora sí me importaba vivir. Lo peor era ver la cara de mi familia.  Luego de mandarme la horrible escena que se puedan imaginar, desde revolear el celular, pegar patadas al aire, insultar y otras reacciones más de las cuales no estoy para nada orgullosa, llamé a mis amigas. Una se escapó del trabajo,  la otra no tardó ni cinco minutos en tocar el timbre. Ni hablar de la cantidad de mensajes y llamadas perdidas que tenía en el celular. Pero estaba muy enojada con la vida. Y la oscuridad se apoderó junto con el miedo. Me acosté en la cama de mis papás, en posición fetal. Me dormí después de haber llorado muchísimo. Jamás me pregunté el por qué a mí…esa pregunta no tenía  mucho sentido cuando hay niños que tienen que luchar contra la leucemia u otras enfermedades a tan corta edad, la pregunta era el para qué. ¡¿Qué debía aprender de todo esto?! ¿Qué quería decirme el cuerpo? ¿Por qué estaba todo tan oscuro, si yo era luz?. Un rayito de luz puede con la oscuridad absoluta. Tenía dos opciones, quedarme en el pozo a llorar y seguir deprimida o concentrarme en dejar entrar la luz. ¿Saben qué es lo que ilumina la oscuridad?: EL AMOR. No hay fuerza más poderosa en este mundo y no es sólo una frase hecha. Yo lo viví en carne propia. Tenía que permitir SER AMADA. El amor de mi familia, mis amigos y seres queridos, el de mis doctores que con mucho conocimiento, amor y paciencia me ayudaron con todo el proceso de poner a mi cuerpo de nuevo en funcionamiento. Mi bella psicóloga, que me escuchó, aconsejó y acompañó desde un lado más profesional y lo sigue haciendo. Mi nutricionista con sus recetas antioxidantes y cuidados. Somos lo que comemos y es verdad.  Nunca antes me había puesto a pensar cómo trataba a mi cuerpo y no es necesario recurrir a cosas tóxicas para maltratarlo, ya con el comer comida chatarra o a destiempo,  es una forma de lastimarnos. El no hacer actividad física y buscar mil pretextos para no comenzar el gimnasio. Sería mentirosa si les digo que todo fue color de rosa y perfecto. La quimio y sus efectos,  la imagen del espejo. Dibujaba mis cejas y mi sonrisa todos los días. Fue el AMOR hacia mí el que me salvó también,  el amarme de nuevo, el sanar y hacer las paces conmigo misma.  El AMOR me hizo dar cuenta de que mi felicidad dependía de cómo yo elegía ver la vida. Y que actué de manera muy egoísta al no observar el lado positivo. ¡La vida es hermosa! Por lo cual. “’¿Tiene algún sentido quedarse en el pozo, o es mejor salir y brillar aunque sea en la oscuridad temporaria? Nada dura para siempre entonces brindemos por la vida que es una sola: ¡Salud, amor y luz para todos!