Sra. H.

Atardecer de verano, domingo, día en que la soledad golpea más fuerte.

Decidí no quedarme en casa a pesar de tener infinidad de tareas por hacer, papeles por ordenar, libros, cuentas, ropa y demás… por lo tanto levanté el esqueleto. Estaba haciendo fiaca, dormitando. Me puse presentable y aquí estoy, en un bar cercano a mi casa, lapicera, cuaderno y allá vamos.

¿A escribir qué? ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Para quién? Para mí.

¿Qué? Vivencias ¿Cuáles? Pasadas, presentes. No me gusta el pasado pero sin él no existiría el presente.

Así que primera palabra, miedo.

A determinada edad, a pesar de saber que somos finitos, nos permitimos o ilusionamos con que no será así, rezamos y nos aferramos sin motivo, pero lo hacemos.

Hace casi treinta años entró en mi vida la mala palabra. Cáncer. Hasta ese momento se nombraba en voz baja, era malo, el cuco.

Mi mamá es diagnosticada con un cáncer terminal, no operable.

Recorrida de médicos, llantos escondidos, videntes, curanderos y creo que hasta componendas con el diablo. Diagnóstico: pocos días de vida. Gracias a Dios, a quien también habíamos recurrido, llegamos a conocer al Dr. Q., increíble ser humano y médico quien con su calidez y conocimientos me (y nos) contiene. Si bien hablo en primera persona, éramos cuatro: papá, mamá, hermana y un quinto, novio. Y así transcurrieron casi ocho años o más, perdón mi insistencia pero gracias a Dios fueron casi normales, en el interín sucede lo imprevisto, quien gozaba de buena salud, mi padre, fallece.

En este momento hago una pequeña acotación porque no deja de sorprenderme mi pareja, amante de los animales como yo, acostumbraba si encontraba una abeja tomarla en su mano y darle agua y azúcar.

Desde que me senté a escribir una abeja revolotea a mí alrededor y recordando lo que él hacía, volqué agua y azúcar en un platito y allí está dándose el panzazo ¿Casualidad o enviada? Todo puede ser…

Continuando con los acontecimientos, mi madre sobrevive a mi padre en tiempo, llega a necesitar silla de ruedas, todo lo acepta con gran fortaleza y humor. Nunca escucho de su boca quejas o la famosa frase ¿por qué a mí? y un día, con un simple resfriado nos abandonó.

Al poco tiempo debo hacer una placa de pulmón, rutina laboral y… la mala palabra ahora me pertenece. Tengo cáncer de mama, y sigo el ejemplo de mi madre, ocultar y negar hasta que es imposible seguir con la negación y ocultamientos, pero no tomar conductas era mi premisa, llamar a mi amiga médica, contener hemorragias, tomar té de hongos, comer rastrojos, deambular, rezar y negarme. En ese tiempo aparece en mi vida Matías, hijo de unos “vecinos problemáticos” y es a través de ellos que voy a una misa carismática, no me gustan, pero la celebraba el padre Abraham.

El padre Abraham impartía su bendición, algunos caían hacia atrás y yo no puedo decir que sentí, pero me aferré a la Fé, a la esperanza y acepté ir a una consulta. Así conocí al Dr. B. y por su indicación y gracias a su comprensión y calidez, acepté ir a patología mamaria para iniciar tratamiento.

Concurrí al hospital Álvarez y mientras estoy esperando ser atendida para determinar tratamiento quimio-terapeútico, mi blusa blanca se tiñe de rojo y salen borbotones de sangre. Me introducen al consultorio y el Dr. S. intentando detener la hemorrágia, me traslada por el jardín del hospital con una camilla. Aún recuerdo el traqueteo al quirófano que, según dice, una paciente había abandonado. No sé si se murió o se fue pero de no ser así, a mí no me podrían haber operado. Me cuentan que el Dr. B., a quien de nuevo agradezco infinitamente y en quien reconozco la calidez humana, el trato, sus conocimientos y su amor a la medicina y los pacientes, le dice a mi pareja: “parece que se nos va”.

Insisto en agradecer a Dios y a quienes me operaron (critico la costura, comprendo que fue de apuro) no me fui, a las pocas horas mi hermana acongojada viene a verme y me dice “te operaron un pecho, va a venir a hablarte la Lic. A.M  Y sin gran problema, le contesté bien claro “chau, ya está”

En 72 hs fui dada de alta y mi hermana no me habló por casi un mes porque dijo que me había escapado. Siguieron años de contención psicológica con la licenciada AM., quien con gran cariño y paciencia me atendía gratuitamente en el bar frente al hospital, porque yo no quería estar en el hospital, iba a al grupo en cumpleaños o festejos, era la paciente del bar. Usé mucho tiempo un corpiño relleno con mijo sin hacerme grandes problemas.

Así pasaron veinte años de mi operación, siempre bajo el ala protectora del Dr. B. y por supuesto la gracia divina que me acompaña cada día de mi vida y ahora debería continuar con el presente pero no puedo. Todo tiene su tiempo…