Azul

Como si navegara en un mar de sensaciones, como si de pronto la vida se hubiera convertido en un viento arrasador. Así me siento. El diagnóstico llegó de manera confusa; al principio me medicaron por un síndrome relacionado con el estrés. Luego, unos estudios llevaron a otros más exhaustivos, y en octubre, un par de días después de mi cumpleaños, llegó la confirmación de lo que a esa altura era una certeza: cáncer de ovario.

Comencé en noviembre con el primer ciclo de quimio, pero me sentía verdaderamente mal, pasaba los días en cama, casi sin comer, todo era muy confuso, hasta que finalmente, luego de consultar en un consultorio externo de mi obra social, fui derivada para realizar otros estudios que finalmente determinaron que se trataba de una trombosis venosa profunda (TVP), por la que estuve internada casi dos semanas y que obligó a posponer la quimio un mes. Fue una etapa terrible y al mismo tiempo esclarecedora: esos días casi postrada, sin poder hacer nada más que intentar pensar y preguntarme por qué, entristecerme y enojarme, me llevaron a replantearme muchas cuestiones. Se acercaban la Navidad, el Año Nuevo y las vacaciones. Todo el mundo en “otra cosa”. Mis gatos solos en casa, aunque al cuidado de vecinos muy “bicheros”, que no solo se ocupaban de alimentarlos y limpiar sus bandejas sanitarias, sino que se tomaban el tiempo de jugar con ellos y mimarlos… Eso me tranquilizaba un poco.

Las circunstancias hicieron que aprendiera a pedir ayuda y a recibirla. Recibí la solidaridad de quienes menos lo esperaba y, a la inversa, la indiferencia de otros que creía más cercanos. El agradecimiento a unos y la decepción dolorosa por la actitud de otros. Momento de decisiones en el que se entrelazaban recuerdos, deseos, antiguos amores y rencores, de descubrir cosas nuevas y que otras ya no me merecían la más mínima importancia. Fue como si la vida comenzara de nuevo.

Me dieron el alta tres días antes de Navidad, pasé las fiestas con mis dos gatos, reponiéndome en casa, pensando que nunca más iba a caminar normalmente. Sin embargo, los primeros días de enero tuve que ir a la consulta con el oncólogo y, ante la necesidad, porque no había nadie disponible para acompañarme, a las 3 de la tarde, con casi 40 grados de calor, fui sola. Fue mi primera salida sola en mucho tiempo y me sentí segura, hasta caminé un par de cuadras, y me sentí libre. Así, poco a poco, fui retomando mi vida, recuperando mi independencia, hasta que llegó el día que me animé a una de las salidas que más amo: hacer fotos.

No es fácil convivir con el cáncer, y además estar anticoagulada “de por vida”. Por cierto que no. A veces me asaltan los “bajones” porque sé ya nada será igual, pero después me digo que podría llegar a ser mejor y siento el deseo imperioso de disfrutar de la vida, algo que nunca hice, ni siquiera de niña. O muy poco. Pero la vida y el entorno socioeconómico tampoco son fáciles y empeoran todo: tengo que trabajar sin parar para poder subsistir dignamente, porque que si me jubilara, me quedaría automáticamente sin el tratamiento de la obra social. Y así me pregunto cómo hacer para que lo urgente no siempre le gane a lo importante. Pero por ahora le gana, solo que en circunstancias más complicadas. Afortunadamente, hasta el momento de escribir este relato, la quimio no me impide trabajar ni salir, siempre con las limitaciones del caso, ni hacer una vida prácticamente normal, excepto por el tiempo que me toman las consultas médicas y los estudios.

Mirarme al espejo y encontrarme con una mujer que parece 10 años mayor que la que veo en las fotos de hace apenas unos meses, con mi cabellera intacta y algunos kilos más de los que tengo ahora, me entristece.  Es que se juntan tantos pensamientos; no es solo lo que me pasa ahora, es la vida que no viví antes, es querer recuperar el tiempo perdido y sentir que no puedo. Salir los días de sol con turbante y capelina para protegerme mejor del sol, y anteojos que cuesta colocar con el turbante me fastidia, pero trato de sobrellevarlo de la mejor manera. Aunque parezca una tontería, todo eso me recuerda que tengo cáncer, aunque el tratamiento parece estar dando buenos resultados. Convivo con la enfermedad y con los temores que me produce. A veces sueño que estoy sana, que todo está bien, que camino sobre la arena de un lugar al que no conozco, pero que parece hermoso. Pero cuando despierto, me reencuentro con la realidad. Entonces pienso que es importante soñar cosas buenas.

A veces, las preocupaciones -y otra vez el fantasma del estrés- hacen que me olvide por un rato del tema, pero me pregunto si realmente es bueno olvidarse, no pensar… La historia, al finalizar de escribir estas líneas, tiene un final abierto: la semana próxima tengo las consultas que definirán el camino por seguir sobre la base de las nuevas imágenes y los nuevos resultados del laboratorio.

Cáncer, no te maldigo ni te odio, pero te respeto, y quiero ganar esta batalla que no esperaba ni nadie espera. Solo espero que todo quede atrás como un mal sueño, aunque también tengo muy claro que vendrán otros temores, que siempre tendré que hacer los controles, y que se podría repetir. Pero por ahora, prefiero soñar con una playa desierta, y yo allí, frente al mar, contemplando su inmensidad…