Itatí Vera

Fue difícil empezar a escribir, lo pensé muchas veces y cada vez que lo intentaba, temía que el miedo regrese…esa turbación que sentí un día, cuando la tormenta se desató en mi vida…

Hoy todo ha cambiado. He aprendido a mirar la vida con otros ojos, con otra perspectiva. Soy feliz con el camino recorrido y sin dudas existe un antes y un después, para bien.

 Quedarse en el diagnóstico.

Adenocarcinoma de células claras de ovario izquierdo. Endometriosis PT1A.-, arrojaba el diagnóstico de las muestras obtenidas.

Buscando información sobre personas que fueron diagnosticadas con algún tipo de  cáncer, un día leí,  que muchas se quedan en el diagnóstico y creo que es una de las cosas que me pasó a mí, al principio….cómo soñar  un futuro si estás ciega, rota, sin palabras, aterrorizada… Jamás lo imaginaste y ahí estás, entre estudios, médicos, débil, frente a la inminente posibilidad de morir y también de sufrir; que es los más estresante de toda la cuestión.

Para mí la palabra “cáncer”, fue una sentencia de muerte. ¡Qué terrible error! ¡Cuánto desconocimiento!, cuando uno no lo ha vivido o sólo lo ha observado en la distancia.

Pero, escuchando las voces amadas y  dulces de quienes  se aferran  a la vida,  más que uno   mismo;  que entre rezos, llantos y largos silencios  te   repiten  convencidos,  palabras tan potentes como: “-cuando  estés bien…cuando vuelvas a trabajar”; vas levantando vuelo y nuevamente empiezas a respirar distinto, a pensar que es posible seguir.

Caí profundamente, me revolqué en mis propias miserias y miedos, ataque de pánico- dijo el Psiquiatra, en ese momento.

Pero así como me derrumbé, de a poco empecé a pensar que no está muerto quien pelea, que había personas que dependían de que yo puedas sacudir las alas, quitarme el polvo y volver a empezar, que todavía hay mucho por vivir.  Decidí entonces pararme distinto, ante esta situación, pude abrir los ojos y ver, descubrí  que todo,  es cuestión de actitud, que se puede ser feliz, disfrutar plenamente del regalo de la vida, en cualquier circunstancia y más aún en la adversidad, porque allí están las personas queridas, Dios mismo…

Ahora las presentaciones.

Me llamo M. N. , docente rural,  tengo 48 años, casada con un compañero excepcional, A, dos hijos, M de 22 y M de 17. Cuando el cáncer tocó a mi puerta tenía 45 años.

Venía sintiéndome mal hacía un tiempo; el trabajo, el estrés, las preocupaciones, en todo eso pensaba ese febrero de 2016, cuando los dolores de estómago y el malestar general  que sentía hicieron que hiciera una visita especial a mi amada madre, Nuestra Señora de Itatí”, patrona de Corrientes; pidiéndole ese día  que viniera a mi auxilio para así saber qué me estaba pasando.

Decidí entonces que era momento de buscar respuesta a mis dolores y consultar a los médicos. Consulté a varios especialistas y me hicieron estudios: ecografía de abdomen y  ginecológica,   análisis de sangre, exámenes  estos que  no arrojaron nada claro, lo único extraño  era un pequeño quiste en el ovario izquierdo,  que tampoco llamaba mucho la atención porque era  posible que sea un quiste de agua;  al decir del médico que me atendió en ese momento, “…todas las mujeres lo tienen en algún momento de su vida”- dijo él,  y yo traté de tranquilizarme, pero no sé si el malestar, un sexto sentido o el sentir que el cuerpo grita a veces,  me decía que algo no andaba muy bien; por supuesto,  lejos de imaginar que las cosas estaban realmente complicadas,  aunque a la distancia y después de todo lo aprendido sé que, el estar  alerta, salvó mi vida y todo fue muy a tiempo.

Por tanta insistencia de mi parte logré que un domingo por la noche, desde el hospital de mi pueblo, Empedrado, en la provincia de Corrientes, con muchos dolores, me derivaran  a un sanatorio en la Capital de la Provincia.  Allí ya internada,  en esa clínica,  había un médico que para mí fue la mano de Dios en ese momento;  no como yo esperaba, con una cura milagrosa, pero sí con la seguridad de un profesional que sabía muy bien lo que hacía y me dijo:- mire señora, este quiste a mí  no me gusta, hace treinta años que trabajo en esto y Usted tiene que operarse, si no lo hace ahora, quizás en dos o seis meses puede ser tarde, consulte con su esposo, hágase los estudios pre-quirúrgicos que yo el jueves la opero… Por supuesto, en ese momento, no entendí lo que él estaba insinuando… También dijo:-consulte con su médico y, por favor, me avisa cualquier decisión. Y así lo hice, mi médico de confianza no estuvo de acuerdo con la decisión de operar, pero, oyendo esa voz interior,  decidí que había que hacerlo.

En ese momento, mi esposo se encontraba lejos, por cuestiones del trabajo; sólo estábamos mi hija y yo;  por supuesto,  también la familia y los amigos, pero para las decisiones sólo éramos nosotras. Mi princesa hermosa, mi reinita,  a ella le tocó ser grande de repente. Y ese jueves 3 de marzo de 2016 me operé la primera vez.

Y allí el diagnóstico.

Cuando el doctor habló de hacer un tratamiento, inmediatamente pregunté:- ¿Doctor, yo debo hacer quimioterapia? Y el médico dijo: – Sí.  Esa respuesta para mí fue terrible, no lo entendía, parecía un sueño, en realidad, una pesadilla.

Después vino la visita al oncólogo, una bella persona; que fue un dulce conmigo; yo una cara de susto que no se puede describir,  ¡qué loco todo!, pero era miedo y pavor,  las únicas palabras que pueden definir la situación de  ese momento.

Allí vino una segunda operación para extirpar el ovario derecho que no se había sacado en la primera cirugía.  Era necesario quitar, también el epiplón y los ganglios cercanos, para ver  si el tumor no se había expandido. El 19 de abril de 2016 me operé por segunda vez.

Las noticias fueron buenas…no había rastros por ningún lado, pero hay que hacer quimioterapia, por la histología de la células, dijo el especialista. Y así se hizo. Para entonces, ya había visitados otros especialistas para controlar los ataques de pánico que comencé a padecer. No había logrado dormir casi por 30 días, la verdad sentí que enloquecería. Es impresionante lo que la mente puede imaginar cuando sufres de ansiedad y está en shock.

Fueron seis sesiones de quimioterapia, cada 21 días. Durante todo ese tiempo el cariño y las atenciones de mi esposo fueron fundamentales. Me preparaba la comida para reponer fuerzas, me acompañaba; a veces, cuando podíamos, rezábamos juntos.

Todo fue bien, con las debilidades propias del tratamiento pero bien, nunca debí suspender ninguna sesión, siempre llegué bien con los estudios. La enfermera de la quimio, Iris, la maga, como la conocen en esa sala,   una mujer encantadora, que me hizo sentir especial en ese lugar; donde todos son especiales para ella.  En ese lugar tuve la oportunidad de conocer otras leonas, que me hicieron sentir que no estaba sola y hasta hoy siento con ellas una conexión de corazón a corazón.

Durante todo este tiempo recibí siempre, la visita de una hermana, servidora de Señor que me traía la comunión, María, un ángel que Dios puso en mi camino.

Los amigos, la familia y Mariela siempre estaban. De a poco fui tomando fuerzas y terminé el tratamiento. Me costó mucho. Sabía que levantarme dependía de mí; siempre que me dolía todo y me costaba salir de la cama pensaba en un pasaje de la Biblia, cuando el Señor le dice al paralítico: -“Levántate, toma tu camilla y vete”. Llevar la camilla no es fácil, es muy pesada pero lo hice, todos los días, nunca me quedé y logré salir adelante. Ha sido una batalla más con mis miedos que con el cáncer. A veces me asaltan los temores pero mi fe es más grande y mis ganas de vivir aún más y más firmes cada día.

En marzo del 2017 volví a trabajar y hoy a 3 años del diagnóstico llevo una vida normal, veo la vida con otra perspectiva y estoy segura que ¡sí se puede!  Para mí el cáncer cambió mi vida, para bien; hoy soy consciente de la finitud de mi vida y eso me hace más feliz.