Era una mañana de sol, hablaba mi mamá con su prima por teléfono, mi madre es una mujer entrada en años, no diré su edad; pero si les daré una pista para calcularla: yo tengo 49 años y ella me tuvo a los 33. Yo estaba visitándola y miraba una revista distraída, hasta que escucho por casualidad su conversación telefónica refiriéndose a mí: “la operaron de un pecho…estamos esperando saber qué es, todavía no tiene  el resultado”.

Mi historia comienza tras una punción biopsia por resonancia magnética de una imagen muy pequeña que había sido descubierta por casualidad, casi un mes previo a la cirugía (y a la conversación telefónica de mi madre), cuando tras la espera de 10 días de analizar el resultado me diagnostican un carcinoma ductal de mama no invasor de grado intermedio. Ya  desde ese momento, estaba el diagnóstico de certeza: CÁNCER, luego vino la cirugía, y luego la conversación telefónica de mi madre.

Cabe destacar, que soy una persona que habitualmente habla de las cosas que están ocurriendo, tanto en lo personal como en general, así que apenas tuve el resultado de la punción, había reunido a mi marido, mi hijo, mis padres, mi  hermano, mis sobrinas, las hijas de mi marido (todos los más cercanos en la familia) y les había explicado el diagnóstico y los pasos a seguir. Otra cosa muy importante que no les conté antes, es que tengo una ventaja (o tal vez desventaja, de acuerdo a como uno lo vea), y es que soy médica hace 25 años; y hace 20 además, me dedico a Cuidados Paliativos, disciplina que asiste a personas con enfermedades crónicas avanzadas, para mejorar su calidad de vida y prevenir y aliviar el sufrimiento de manera holística, teniendo en cuenta las 4 dimensiones de una persona, la física, la psicológica, la social y la espiritual. Como se imaginarán la  mayoría de mis pacientes tienen cáncer.

Volviendo a la conversación telefónica de mi madre, aguardé a que finalizara y me senté delante de ella; respiré hondo 3 veces y le pregunté: “¿Mamá qué tengo?”, y ella perpleja me responde “¿cómo que tenés?…algo en la mama”. Yo esperaba tranquila a que continuara, a lo que agrega “bueno es un tumor pero todavía falta el resultado para ver qué es”. Yo la miro, y le pregunto “Mami ¿qué es un tumor?” y me dice, “bueno ya sé que es un tumor maligno”. Vuelvo a mirarla ya con mucha ternura, le agarro las manos y le digo “¿y cómo se llama un tumor maligno Ma?”; a lo que su reacción fue quedarse muda. Después de unos eternos segundos vinieron nuevamente mis palabras “Mami lo que yo tengo se llama CANCER DE MAMA, repetí  conmigo CANCER DE MAMA”.

Desde que me dedico a Cuidados Paliativos la palabra cáncer es una palabra tabú, muchas veces tanto para la comunidad médica como para la sociedad en general. Es una palabra que la sociedad no nombra; no porque no se hable del cáncer, sino porque nunca se nombra la palabra. Se la describe infinidad de veces como “penosa  y larga enfermedad”, “una triste enfermedad”, (como si hubiera enfermedades alegres), “enfermedad grave”, “enfermedad mortal”, aunque no todos los que lo padecemos nos vayamos a morir de cáncer. Eso sí, la sociedad y la comunidad en general hablan de la palabra muerte, pero sobre todo de las muertes violentas, como si eso no nos provocara nada. Hablamos de asesinatos, violaciones, guerras; que son palabras tan o más fuertes que la palabra “cáncer”; pero  esa palabra que tiene que ver con la salud no se nombra.

Lo que no comprendo es por qué hablar de una enfermedad nos genera mayor temor o aprensión que hablar de la guerra, del hambre, de la pobreza. ¿Será porque ingenuamente pensamos que las muertes violentas están más lejos de nosotros?; ¿que si hablamos de muertes por enfermedades es más fácil que nos toquen?

La vida es una sola para todos, tengamos la edad que tengamos, seamos niños, jóvenes, adultos, ancianos; y ese camino incluye al cáncer tanto como a la guerra, a la pobreza, al hambre. Entonces si todos hablamos tan claramente de algunas de estas cosas, por qué no podemos nombrar la palabra cáncer.

Espero por el bien mío, por el bien de las personas que padecemos cáncer, SIDA, o cualquier enfermedad “innombrable”, la sociedad cambie y comencemos a hablar;  a nombrar con la naturalidad que merece al cáncer; no sólo porque es importante que la comunidad toda esté informada y comprenda lo que implica esta enfermedad, y todo lo que se pueda hacer para tratarla y prevenirla; sino porque muchas veces no nombrando o no hablando se perjudica mucho al que la padece. He visto en mi vida profesional consultar pacientes con cáncer muy tarde por miedo; porque las noticias e información que les llega del cáncer siempre es terrible. Hay que aprender a comunicar con seriedad, a comprender que las personas tenemos derecho a la información, a conocer las posibilidades que existen de prevención, de diagnóstico y de tratamiento.

¿Será que si no lo nombramos no existe? Lamento comunicarles que por más que no lo nombremos, el cáncer existe y nos puede pasar a todos; y cuando se manifiesta, hasta que no hablemos más de él y entendamos que cada vez más frecuentemente es una enfermedad que puede curarse o tratarse crónicamente; seguirá siendo el sonido del silencio.