Maibari

Mi historia es doble, casi se puede decir que triple.

Todo comenzó en diciembre de hace ya 10 años. Una visita rutinaria al ginecólogo. Las pruebas correspondientes las fui a hacer una mañana antes de irme de comida con mis compañeros de empresa.

La Navidad ya estaba allí. Éramos 30 personas y pasé un día muy agradable, que extendimos hasta casi la noche con unas copas y café en un pub lleno de bullicio. Todo el mundo parecía estar celebrando las Navidades próximas.

Así pasaron unos días y, la noche anterior a Nochebuena, tuve un mal sueño, un mal presagio que me anunciaba lo que iba a pasar.

No dije nada a mi familia. Tengo sueños premonitorios, y estaba casi segura, pero tampoco sé cuándo exactamente se van a cumplir o no. Aquél podría ser uno de los que no. Siempre hay que dejar una esperanza hasta en los peores momentos.

Pasaron las Fiestas Navideñas y a primeros de enero me llamaron para que fuera a la clínica para conocer los resultados.

La oncóloga nos recibió a mi marido y a mí, más seria de lo habitual que yo la conocía.

El veredicto: Un cáncer de seno ―dijo―, tienes un nódulo de 1,5 mm. Hay que operar.

Con la mayor rapidez me prepararon las demás pruebas correspondientes y se volvió a confirmar el cáncer lobulillar infiltrante en el seno izquierdo.

El cirujano me operó el 14 de febrero, fecha que nunca podré olvidar, ya que tiene muchas connotaciones.

La operación fue bien, a la que siguieron 25 sesiones de radioterapia, 7 más de braquiterapia y cinco años de tomando el Tamoxifeno.

Ningún problema. Yo estudiaba oposiciones para subir en mi puesto de trabajo, y así, cada mañana, viajaba 100 km. en tren hasta el centro donde me hacían el tratamiento de la radio.

Me ponía mis auriculares cuando salía de casa y escuchaba música todo el camino, mientras iba también estudiando.

La vida me sonreía de nuevo y yo a la vida. Tenía todavía un futuro.

Cuando ya me encontré con fuerzas, comencé de nuevo mi trabajo. Todo normal, aunque por las noches sufría sesiones horribles de un calor insoportable. Era ya invierno de nuevo y yo tenía que estar en la cama a veces hasta una hora totalmente destapada hasta que aquella sensación desesperante se iba calmando por si sola. Esto me ocurría si me despertaba o me levantaba para ir al baño. Pero con el tiempo también se fue aminorando y casi desapareció. Era como si de repente me metieran en las llamas del infierno, ardía por entero todo mi cuerpo.

Mi vida se fue estabilizando y comencé a viajar de nuevo con mi marido siempre que podíamos, sin desperdiciar las vacaciones con la familia. Por supuesto, también celebramos mi nuevo año de vida el día de San Valentín, el día de los enamorados.

Todo perfecto. Los años corren y el cáncer ya casi estaba olvidado. El año próximo haría los 10 años desde la operación. Pero estábamos todavía en el mes de junio, es decir, aún no había que esperar hasta febrero próximo para hacer los 10 años.

El día 19 de este junio, por la noche, y mientras veíamos la televisión, sentada en el sofá con mi marido, sentí de pronto un leve escozor en el pezón del pecho operado. Me extrañó, pero no le di más importancia hasta que repitió otra y otra vez… Entonces me levanté silenciosa y me fui al cuarto de baño. Semidesnuda y delante del espejo, observé concienzudamente el pecho. Me pareció algo diferente…, lo miré y lo remiré. Las sensaciones de picor o escozor siguieron con intervalos toda la noche.

Me levanté y sin que mi marido me oyera, llamé a la doctora, me escuchó y me dijo que fuera aquella misma mañana a la consulta.

Las pruebas, una tras otra, daban un resultado un poco inexacto, pero era presumible una recidiva de cáncer, sin nódulo, no había muchas señales. Sólo la biopsia era positiva.

No obstante, la oncóloga me dijo que había que hacer una mastectomía.

No me lo podía creer: ¡A mí, por segunda vez, y con una mastectomía!

Pero, si no había nódulo, ¿dónde estaba el cáncer?

Me resistí y comencé a luchar en una procesión interminable de otras pruebas y otro oncólogo al que pedí cita en el centro de la ciudad donde había ido a hacerme la radioterapia.

Escuchó mis dudas y me pidió la prueba definitiva: un PET-TAT, que salió negativo.

La esperanza se adueñó de mí de nuevo. La doctora se había engañado, yo no tenía cáncer, no había recidiva.

Pero el oncólogo no pareció conformarse y me pidió una nueva biopsia. Ésta repetía el diagnóstico de la primera y más específicamente: ¡Una recidiva de cáncer lobulillar infiltrante con células cancerígenas fuera del conducto de la leche y en forma de fila india!.

Vuelta a la desesperación. Se programó la mastectomía para noviembre. Otro cirujano plástico me implantó un expansor que ayudaría a estirar la piel del seno para luego implantar la próstesis definitiva de silicona. Aún el seno me quedaría mejor que antes. Eso es lo que me dijeron.

Siguieron 6 sesiones de quimioterapia, una cada 21 días; además, las infiltraciones de suero cada 15 días para el espansor. La quimioterapia no era la radio, me sentaba fatal, mareada, me pasaba una semana que no era yo, vómitos, alergias en la cara que me duraba 3 días mínimo roja como una amapola.

Así hasta mayo. Ya se habían cumplido los 10 años en febrero del anterior, pero éste había venido con más mala sombra. El 30 de mayo comencé con fiebre muy alta, más de 39,5 grados. Una infección o rechazo de mi cuerpo al extraño espansor que me habían implantado.

La piel del pecho, además de no llegar a estirar, hizo desde entonces todo lo contrario, se contrajo en un cinturón arrugado a todo lo largo del pecho. Además de hundirse hacia adentro y con ello mis costillas, ya que la piel era aún más dura que éstas.

Más de un mes con la infección, el sistema linfático inflamado, un montón de pastillas a tomar cada día y ni así se frenaba aquel desastre. Quemazón en la axila y dolor en el pecho que estaba rojo como la grana.

El cirujano plástico me propuso quitar el espansor cuando se calmó por fin la infección. Esperar 6 meses para poner uno nuevo y volver a comenzar. Yo me negué a tal cosa. Aquello era una atrocidad, me planteaba 3 nuevas operaciones sin ninguna garantía de éxito.

No podía ser, así que comencé a buscar información por mi cuenta mientras seguía soportando las infinitas molestias que tenía. Pero no podía rendirme ahora, tenía que seguir luchando. Busqué en las webs médicas por internet, pedí información en la Asociación contra el Cáncer. Así, llegué a enterarme de que, en ningún caso me tenían que haber implantado un espansor dado que mi piel había estado muy radiada y no podía responder a ese tratamiento.

La conclusión fue buscarme un nuevo cirujano plástico que me operó el 17 de septiembre del nuevo año que llevaba ya con mi proceso; es decir, diez meses tras la operación de mastectomía.

¡Extracción del espansor y reconstrucción del seno con colgajo dorsal ancho y relleno de la propia grasa de mi cuerpo para que no hiciese rechazo!.

El cirujano empezó la operación a las 8,30 de la mañana; ya medio despierta, me subieron a la habitación del hospital a las 18,30 de la tarde. Cuando el cirujano abrió el seno se encontró con contracturas capsulares de IV grado. La operación duró mucho más tiempo del previsto a pesar de que ya tenía idea de lo que encontraría por las pruebas realizadas con anterioridad.

Las mil y una cicatrices que llevo en ese pecho tras su mediana reconstrucción, pues el proceso aún no ha terminado, me están provocando serios problemas de movilidad del brazo y axila. Por ello tengo que ir a rehabilitación y me inyectan un gas en las partes duras de la piel, ya que el daño fue tan grande que, ni aún con la nueva operación, se ha podido mejorar toda la zona dañada. Por ello aún me quedan nuevas cirugías.

Y aún tengo un nuevo problema que nos es más que una continuación o adherencia de la enfermedad. Se trata de que para evitar tener otra recidiva, estoy tomando Letrozol, el cual está arruinando todo el sistema óseo de mi cuerpo, ya de por sí con osteoporosis y propensión a rizartrosis según pruebas médicas. Así, el problema de mis huesos es cada día más pronunciado. Pero he aquí las preguntas del millón: ¿Quién tiene mayor prioridad? ¿Dejo de tomar este anticancerígeno y preservo el sistema óseo?

La respuesta es muy clara, el pánico a que el cáncer regrese de nuevo, no deja me opciones.

Mientras, la vida transcurre con sus días y noches, indiferente a mi drama. Así, cuando te das cuenta de ello, comienzas a pensar y darte cuenta de que la vida sigue, y que tú debes continuar viviendo ya que, por segunda vez, has tenido la suerte de no haberte muerto.

Vamos, que eres poco menos que una privilegiada por seguir con vida y que, dentro de lo malo, aún hay personas en este mundo que están peor que tú. Que yo puedo seguir caminando y hacer muchas cosas si me lo propongo.

Así empiezas a pensar de nuevo con más claridad y miras a ver qué puedes hacer, a qué dedicar tanto tiempo libre como tengo ahora, y para el resto de mis días. Ya que la ociosidad es mala para cualquiera, pero mucho más para las personas que de alguna forma sufrimos dolores y trastornos varios.

Es preciso llenar las horas del día en cosas que te agraden, con las que vuelvas a sentirte realizada, donde sientas que “eso” aún lo puedes hacer.

Cuando los ánimos se calman, cuando la esperanza revive, empiezas a buscar y encuentras mil cosas que puedes hacer, además de las cotidianas y normales.

De ahí que yo siga con mis clases de pilates, las cuales he retomado enseguida que pude moverme un poquito; en reunirme con amigas para merendar o tomar un simple café y charlar; volvemos a ir a bailar los domingos mi marido y yo, vamos al cine, paseamos, etc.  Los viajes aún no están programados, pero espero que lleguen también.

Pero lo mejor de todo, y tengo que decirlo en mayúsculas, ha sido ¡EL CARIÑO DE MI FAMILIA Y AMISTADES!. Son los que te dan porciones de vida que tú acumulas y te sanan de alguna manera. Reúnes la fuerza de todos y esto te da nueva energía.

Y desde luego, este nuevo cáncer, también vino con regalo. Sí, sí, con regalo, tal y como suena.

Gracias a todo esto, he podido retomar una afición que he tenido aparcada por motivos de estudios o trabajo. Esta afición que fui posponiendo una y otra vez, ahora está plena en mí, y es: escribir lo que siento y pienso.

En la actualidad, estoy autoeditando un libro de poesías que tenía escritas a través de los años. Poesía y prosa se han unido para hacer, a través de unos personajes, una introducción a de dichas poesías. Son dos historias paralelas, una un tanto autobiográfica. Comencé su recopilación en agosto, cuando peor estaba, para dejar de pensar, para dejar de sufrir solamente. Verá la luz muy próximamente porque ya está en maquetación, en primavera, la estación de las flores.

Y no me quedo ahí, envío a concursos (incluido éste) otros relatos, cuentos y nuevas poesías que, ahora aún me parecen más emotivas, tal vez porque los sentimientos son más intensos.

Así, por fin encontré el momento oportuno para mi hobby, y no dejo de pensar que el cáncer ha venido con premio. Claro que siempre hay que estar atentos y preparados para recibir este tipo de cosas, que no son normales, son especiales.

Pero hay algo más que tengo que decir, no hace unos años, muchas personas no pudieron con esta lacra del cáncer debido a la falta de medios curativos. Hoy por hoy, médicos y nuevos tratamientos, hacen todo lo posible para que la esperanza de vida sea un hecho a muchas personas con casos similares al mío.

Yo tuve mala suerte o me encontré con un médico que no hizo bien sus deberes, pero eso no quiere decir nada. Hoy día hay grandes profesionales de la medicina, cirujanos, oncólogos, etc., que hacen que nuestras vidas estén bastante aseguradas y no dejan de salvar nuevas vidas con su trabajo profesional, humanitario y altruista.

Es cierto que aún hace falta mucha más investigación para que el cáncer sea erradicado por completo, pero no es menos cierto que se están salvando muchas vidas con esa MALDITA COSA. Pero son los gobiernos quienes tienen la última palabra en cuestiones de financiera para respaldar dichas investigaciones, que no recorten los presupuestos en ese apartado y miren más por la salud de la ciudadanía.

Esta es mi historia, llena de esperanza para mí y para muchas personas. Eso espero, al menos es lo que he intentado con mi relato, llevar esperanza, llevar ilusión a personas que estén sufriendo, decirles que mientras hay vida hay esperanza, que deben seguir luchando y sobre todo, que deben intentar ser felices siempre que puedan. Vida sólo hay una, pero se puede vivir cada día o morir sin haber vivido.                                            F I N