Pentagramas

Siempre quise volver a Bariloche. Había ido de viaje de egresados, y quedé profundamente enamorada de sus paisajes. El verano se acercaba, y estaba planificando mis vacaciones.

Recibo el mail de una amiga. Se había anotado en un taller de bioenergética, que se iba a realizar en Bahía López, a unos 35 Km del centro de Bariloche. Me envió toda la información, con unas fotos preciosas. No lo dudé ni un instante, y decidí anotarme yo también.

Se acercaba fin de año, y ya me tenía que hacer los chequeos médicos anuales de rutina. Son muy importantes, pero llevan tiempo. Me organicé, pedí los turnos para hacer todo antes de irme de vacaciones.

El viaje me encantó. Hicimos meditaciones en movimiento frente al lago Nahuel Huapi, caminatas, ejercicios energéticos. Cargué las pilas lo suficiente para enfrentar un año que, si bien aún no lo sabía, iba a ser un tanto atípico.

Ya de regreso, retiré los estudios y se los llevé a mi ginecóloga. La mamografía estaba bien, pero en la ecografía mamaria apareció un pequeño nódulo en la mama izquierda, que no era palpable .La doctora me dio las órdenes para realizar una punción, y me derivó a un especialista en Patología Mamaria.

Tal vez te den el turno para el estudio recién para dentro de tres semanas– me dijo la doctora —No te hagas problema porque no es urgente

Si bien suelo ser bastante miedosa, me fui tranquila. Me realizaron la punción, y cuando me entregaron los resultados, se los llevé al especialista. No se veía nada malo, pero se aconsejaba la resección quirúrgica para establecer un diagnóstico de certeza, ya que el resultado no era contundente.

El médico me dio las órdenes para realizar los prequirúrgicos, y la operación sería dos semanas después. La cirugía era ambulatoria, me operaban a la mañana, y a la tarde ya podía volver a mi casa.

Esa noche, me llama mi hermana por teléfono para ver cómo me había ido. –Me fue muy bien—le cuento. –El médico me hizo sentir muy tranquila. Me explicó como es la operación. Y me dijo que por un mes no voy a poder hacer esfuerzos con el brazo izquierdo. Yo le pregunté si podría hacer algún pequeño esfuerzo, como por ejemplo sacar una asadera del horno…–¿Perdón?—me interrumpe la muy guacha– ¿Vos sacas muy seguido una asadera del horno?

–Bueno. No te burles de mis artes culinarios. Cada tanto lo prendo. A veces. Es más, creo que mi horno se prende más seguido que tú horno. Y vos: ¿Cada cuanto prendés el tuyo?

–¿Entonces que te dijo el médico? ¿Podes o no podés?

Si. No hay problema.

La cirugía fue a la mañana. Muy temprano. Había bastante gente. Técnicos, instrumentadoras. Estaban todos muy tranquilos, y afortunadamente yo también. Eran todos amorosos. Menos la anestesista. ¡Una antipática! Me trataba de usted, y encima ¡Me preguntó cuánto peso!

Estaba con los ojos cerrados relajándome, cuando algo me distrajo. Era la época en que River se había ido al descenso.–Usted es de River. ¿No es cierto Doctor?—le preguntaban al cirujano en tono burlón. Él no decía nada y seguía leyendo mis estudios. Me divertí unos minutos escuchando las gastadas, y luego volví a mi relax. —Va a estar todo bien—me dijo el cirujano. Y ahí ya no me acuerdo más.

Cuando me desperté, estaba en sala de recuperación. Dejaron entrar a mi familia. —El médico ya habló con nosotros—me dijeron. —El nódulo que te sacaron era muy chiquito. Tenés un vendaje. Mañana te lo sacan.

El postoperatorio transcurrió sin complicaciones. Me operaron un jueves, y el lunes ya estaba trabajando normalmente. Tenía que ir del cirujano una vez por semana, para ver como seguía la herida, hasta que estuviera el resultado de la biopsia.

Unos diez días después de la cirugía voy a mi consulta semanal. —Ya me entregaron el informe—me explica. —Lo que sacamos era muy pequeño, de apenas tres milímetros. Pero contrariamente a lo que suponíamos, resultó no ser benigno, así que habría que hacer otra intervención para sacar el Ganglio Centinela. El resultado me sorprendió mucho, pero lo importante es que lo sacamos siendo tan chiquito. Después vas a tener que hacer rayos. No te va a traer ninguna complicación, solo la molestia de tener que ir todos los días, de lunes a viernes, durante aproximadamente un mes y medio.

La operación se programó para la semana siguiente. El día de la cirugía mis padres y yo salimos a la mañana muy temprano. Todavía era de noche y hacía frio. Mis viejos estaban muy nerviosos. Subimos al auto.

¡Te sentaste arriba de mi saco!—mi papá grita muy enojado–¿Porqué no te fijas dónde te sentás?

¡Y vos porqué apoyas tu saco en mi asiento!—le contesto más enojada.–¡Encima está oscuro y no se ve nada!

¡No sabía que te ibas a sentar ahí!

¿Y qué pensaste? ¡Que iba a viajar parada!

De esta grata manera empezó el viaje. Arrancamos. Al rato mi papá se da cuenta de que se equivocó de camino. Se enoja con mi mamá porque dice que ella lo guía mal. Y ella le dice que no es un GPS. Griterío total. –¿Porqué no me habré tomado un taxi?– Pensaba yo. Al rato, a mi vieja le salta la térmica. -¡Sos un viejo pelotudo!- le grita. —Ma, papá no es viejo. —le digo. —Dale, echa leña al fuego vos—responde mi papá.

Inexplicablemente, llegamos a tiempo.

En ésta segunda intervención, me extrajeron el Ganglio Centinela, afortunadamente con ausencia de metástasis. Esta vez me quedé internada una noche, al otro día ya me dieron el alta. La cirugía fue un jueves víspera de fin de semana largo. Hizo frio polar. Me quedé en casa de mis padres. Mi papá trajo varias películas, y nos hicimos una maratón de comedias.

Varias semanas después, ya con la herida cicatrizada, pude empezar el tratamiento de Radioterapia. Antes de comenzar, tuve una consulta con la médica radioterapeuta. Debía ponerme cremas varias veces al día para cuidar la piel. Como el cansancio es común en esta etapa, es importante descansar, y tener una alimentación balanceada. Una vez finalizado el tratamiento de Terapia Radiante, hay que reducir la exposición al sol de la zona irradiada durante el primer año.

Unos días después de ésta consulta, empecé con el tratamiento. Me dieron treinta y siete sesiones, y tenía que ir todos los días de lunes a viernes. La aplicación dura unos pocos minutos, pero algunas veces tenía que estar bastante tiempo en la sala de espera. Las primeras veces había mucha demora, por suerte después se normalizó.

La primera vez que fui, me puse a charlar con Alejandra y con María. Nos hicimos amigas y nos sentábamos juntas. También charlábamos con otras señoras, pero había una de la cual todas huíamos despavoridas. Se nos ponía a hablar, y nos contaba de todos sus conocidos que habían muerto de cáncer, y la forma en que se murieron. Cada tarde, cuando llegábamos y elegíamos lugar para sentarnos, la consigna era: “lejos de Griselda”

Alejandra vive en el sur. No fue nada fácil estar tanto tiempo en Buenos Aires, lejos de su familia. A la distancia, trataba de supervisar la marcha de su hogar: –¿La nena fue al dentista?—Acordate de cambiar las sábanas una vez por semana–. A esto último el marido le responde: —Si, pero como duermo una semana de mi lado y una semana del tuyo, las cambio cada quince días. Así tengo menos ropa para lavar, y de paso me siento más cerca tuyo.

Terminé con el tratamiento de rayos. Hice las consultas médicas. A los seis meses debía hacerme la primera mamografía. Igual que la vez anterior, elegí un centro con mamógrafo digital. Me hice los estudios. Cuando me estaba yendo, me llaman de vuelta. Algo no estaba bien. Me vuelven a hacer una mamografía magnificada.

Una vez que tuve todos los resultados, se los llevé al cirujano. Debía operarme de nuevo. Esta vez de la mama derecha. Los médicos me explicaron que lo del año anterior estaba curado. La enfermedad no había reaparecido. Éste era otro tumor, del mismo tipo. Nuevamente hice los exámenes prequirúrgicos, y me operaron justo un año después de la primera cirugía.

Me despierto de la anestesia. —Ya estas operada—me dice el cirujano.–¿Cómo te sentís?—Bien, respondopero tengo mucho sueño. Me dicen que esto es debido a la anestesia. Me di cuenta que había sido mas anestesia que las veces anteriores. –¿Me sacaron solo el Centinela o hubo que sacar más?—le pregunté al médico. –El Centinela estaba contaminado. Hubo que sacar un poco más—me dice con mucha tranquilidad. Entonces le pregunté si iba a alcanzar solo con los rayos. –Todavía no se. Hay que esperar los resultados. —me responde—Pero no te preocupes. Eso lo vemos más adelante.

Me volví a dormir. Cuando me despierto me estaban llevando a la habitación. Mi familia me esperaba. Estaban tristes. Lo noté en sus miradas. A diferencia del año anterior, esta vez hubo metástasis. Me decían que no hable, así descansaba. Creo que lo que no querían era que pregunte. Apenas tuve oportunidad les explique que yo ya había hablado con el médico. Decirles esto fue bueno para todos.

Mi mamá, que se quedó cuidándome, salió un rato a hacer un trámite. Me quedé charlando con la enfermera de la tarde. –No sabés como llueve—me comenta—Está ideal para hacer una siesta.  –Si, igual no tengo otra cosa que hacer.- le dije.

También me contó que a su mejor amiga la habían operado de lo mismo el año anterior, y ya estaba totalmente recuperada.–¿Y le dieron quimia?—quise saber. Yo estaba  obsesionada con el tema. No quería hacer quimioterapia. Tenía miedo, al malestar físico, a la baja de defensas, a la caída del pelo. Siempre tuve el pelo largo y con reflejos rubios.

Al otro día me dieron el alta. Esta vez tuve que tener el drenaje varios días. Me enseñaron unos ejercicios, que debía hacer a diario, para poder mover bien el brazo.

Recibí muchos llamados telefónicos, y la visita de mis tíos, mis primas, y algunas amigas. Todos ellos estuvieron muy presentes.

Unos días después, tengo otra consulta con el cirujano. –Está cicatrizando muy bien—me explica—El drenaje te lo dejo unos días más. Bañate como puedas. Venite el martes a la mañana y vemos como seguís.

¿Porqué me hará ir el martes a la mañana y no en otro horario?, pensaba yo. Sospechaba la respuesta.

El médico sabía que yo me resistía a hacer el tratamiento de Quimioterapia. Voy el martes a la siguiente consulta. Ya me pudo sacar el drenaje. —El resto de los ganglios estaba bien—me muestra el informe que le acababan de entregar.- ¡Esto es una muy buena noticia!

Yo, queriéndolo convencer de que me indiquen solamente rayos. –Bueno…..no se…..ahora va a venir el oncólogo, que hoy atiende en el consultorio de al lado, ahora está con un paciente, veremos cómo seguimos…–¡Hola Doc.!— le dice al oncólogo que acaba de entrar. —Pasá que esta chica se va a pelear con vos.

Intenté explicarle al médico Oncólogo que no estaba segura de querer hacer quimioterapia. —Sos una persona joven— me responde mientras me anota en una hoja el esquema de tratamiento. —No podés pensar en no hacerlo Mientras tanto, el cirujano preparaba las órdenes para los estudios que se requieren para empezar quimioterapia.

A la noche me llama mi amiga Laura para ver cómo me había ido. Le conté como había sido todo. —Te la pusieron con vaselina— sintetizó. – Algo así—asentí

La primera parte del tratamiento consistía en cuatro aplicaciones, una cada veintiún días. Tenía varias cosas de que ocuparme .Debía hacer tres estudios previos. También estaba el tema del pelo. Sabía que se caería veinte días después de la primera aplicación. Quería anticiparme, de forma gradual. Fui de mi peluquero, le pedí que me corte por los hombros, y que no me haga color.

Empecé quimioterapia. Me dieron varios remedios para prevenir las nauseas. Lo que sí tuve los primeros días fue mucho cansancio, y poco apetito. El pelo todavía no se había caído, faltaban algunos días. Mi idea era cortármelo muy corto. Mi prima se ofreció a acompañarme a la peluquería.

Tuve algunas sesiones con una psicooncóloga. Me dio tips muy útiles. La peluca que había planeado comprar debía ser mi aliada, siempre bien peinada, y lista para usar. La peluca me la regaló mi hermana. Fuimos juntas y elegimos una que era muy parecida a mi pelo. Mi tía me compró turbantes, cabezal, y demás accesorios. Y mis sobrinas me ayudaban a peinarme con la planchita.

Varias personas me daban consejos. Con buena intención, no lo dudo. Pero algunos lograban sacarme canas verdes. ¡Y eso que estaba pelada! Como por ejemplo cuando me llamó Cecilia.

Me enteré de lo que te pasó. Me dijeron que vas a estar un tiempo sin trabajar. Y vos no estás acostumbrada a estar tanto tiempo en casa. Tenés que hacer algo. Una amiga mía se fracturo una pierna, tuvo que hacer reposo, y cuando le sacaron el yeso le agarró un ataque de pánico y no salió más de su casa. Tenés que buscar alguna actividad. Podrías ir a un taller literario. O si no ¿Porqué no te anotás en un curso de manualidades?

–No jodas Ceci, si sabés que no sé agarrar ni una pinturita. Quedate tranquila, estoy haciendo terapia, no me va a pasar lo mismo que a tu amiga. También estoy leyendo mucho. Justamente fue mi terapeuta quien me dijo que tengo que pasar este proceso con el menor stress posible. No me voy a llenar de obligaciones.

–Bueno, entonces ¿Porqué no te organizas para hacer caminatas en el parque?

–Ceci, me bajaron los glóbulos rojos. Y hay alerta amarilla. O naranja. No me acuerdo el color. ¡Me querés matar!

En estos casos, tampoco faltan aquellos que se creen “Maestros Espirituales”, y son unos maestros ciruela. Sin fundamentos, ni científicos, ni psicológicos, me explicaban porqué yo había “elegido” enfermarme. A todos ellos les aconsejé que se compren una vida y que la estrenen, y tomé una sana y prudencial distancia.

Terminé la primera parte del tratamiento. Luego vendría una segunda etapa, de doce quimios, una por semana, mucho más suaves. En esta parte el pelo ya va empezando a crecer. Para esta época, debía tener otra consulta con el cirujano, para control. Si bien había hecho todos los ejercicios que me habían indicado, como tenía un poco de temor, no movía bien el brazo. El médico me dio un ultimátum: —Volvés en tres meses y este tema tiene que estar resuelto.

Desde antes de la cirugía que no iba a clase de yoga. “El lunes retomo”, me prometí a mí misma. El lunes en cuestión, resultó ser un día de treinta y siete grados de sensación térmica, y había paro de todas las líneas de subte. Pero había decidido ir de todas maneras. Sobre todo para ejercitas el brazo. Elegí un horario alejado del mediodía. Debía caminar veinte cuadras. Salí con tiempo y caminé despacio.

Tenía pensado hacer la clase con la peluca puesta. Solo me la sacaba dentro de mi casa. ¡Me la ponía hasta para ir a sacar la basura!

¡Llegué con tanto calor! Fui al vestuario, me cambié y me puse un turbante que siempre llevaba por si lo necesitaba.  ¡Y justo me combinaba con la remera! De ahí en adelante siempre hice las clases con el turbante. Nadie miró raro. Nadie dijo nada.

Una mañana, estoy en casa frente a la compu. Era feriado. Hacía mucho calor. Ya había hecho la mitad de las quimios semanales. Recibo un mail. Otro taller de Bioenergética, que esta vez iba a ser en la playa. – Que lástima– pensé. Me encantaría ir. Tendrá que ser más adelante.

Me dieron ganas de tomar un yogurt. Se me había terminado. Como tengo un supermercado pegado a mi edificio, decidí bajar, y de paso compraba alguna otra cosa que necesitaba. Salí así como estaba: ojotas, calza, remera de entrecasa. Me puse la peluca apurada, sin peinar. Cuando llego a planta baja me miro al espejo. ¡Que espanto! ¡Parecía el tío Cosa! –No importa—pensé—Son unas cositas y enseguida subo. Estoy haciendo las compras, cuando a lo lejos me pareció ver a Gustavo, un antiguo amor.

–Uy, va a pensar que estoy hecha mierda- pensé- ¿Y ahora qué hago? Ya sé, dejo el chango a un costado, subo, me cambio la ropa, peino la peluca y bajo. Pero ¿por dónde salgo? Cuando se acercó un poco más, vi que era muy parecido, pero no era él.- menos mal- suspiré aliviada.

Terminé, al fin, todo el tratamiento de Quimioterapia. Ahora faltaban los rayos. Unos días después, tuve la primera consulta. A los quince días ya pude empezar.

Hice la primera sesión. Llegué a mi casa con mucho sueño. Me acosté lo más temprano que pude. Alrededor de las doce de la noche suena el teléfono. Una encuesta para ver qué programa de televisión estaba mirando. Me volví a acostar.

Al otro día me sentía muy fastidiosa. El brazo me molestaba, me apretaba la peluca, ¡Hasta me dolían los cayos! Antes de ir a la sesión de radioterapia, tenía que pasar por el Rapipago. La fila era en la calle. Habría unas quince personas. Como tenía algo de tiempo me quedé.  Pensé que había una sola caja, pero había dos. –¡¡¡ Dale, pasa, qué estas esperando!!!—Me grita un señor parado en la puerta. –Pero si entró una persona— Le respondo.–¡¡¡Pero hay dos cajas!!!—Sigue gritando. –Ah, discúlpame, Pensé que había una sola—le respondo, con más ganas de irme que de quedarme. –¡¡¡Pero no ves que te estoy haciendo señas para que pases!!!

Finalmente llegué a la caja. Me atendió un cajero muy amable por suerte. —Listo, y gracias por el cambio. —Al contrario—le respondo. —Gracias a vos. Y te compadezco por tener que aguantar a este jefe malcogidomalaondamalhumorado–. El cajero sonrió con ganas, y el tipo esta vez ni abrió la boca. ¡Qué bien me vino el desagote verbal! Salí aliviada. ¡Hasta se me fue el dolor del brazo!

Todo esto ya quedó atrás. Estoy nuevamente inmersa en mi rutina. Hago mi vida de siempre, que por un tiempo será con el pelo corto. Realizo todos los controles, que afortunadamente no son tantos.

Tengo que retirar unos estudios. Se los llevo al médico. Está todo muy bien. Lo vamos a repetir recién dentro de unos meses.

Salí muy rápido. Tenía que llegar al banco antes de la hora del cierre. Había recibido el mail para otro viaje, que en esta oportunidad sería en las sierras. No quería anotarme antes de retirar los estudios. Era el último día para inscribirme. Llegué a tiempo. Hice el depósito.

Ahora: ¡A preparar el bolso!