Dochi

La fuerza de voluntad es aquella que lleva a pulir el alma frente a dificultades, en mi caso la salud; lo que nos permite valorar y entender que lo que en verdad se disfruta en la vida es estar vivo y ser feliz.

Una persona con cáncer, en la medida en que se va enterando, mágicamente adquiere una fuerza que le da la ley instintiva de sobrevivencia humana para luchar y dar pelea a lo que vendrá. El derecho que tiene todo ser humano para decidir que hacer con su salud es absolutamente individual.

Las opiniones externas ponen en juego muchas intrigas, interrogantes, dudas, etc. pero la decisión es personal y única ante la situación.

En el comienzo de los estudios, la espera del diagnóstico se transforma en un fantasma que aparecerá. Las emociones son valiosas herramientas que nos encaminan a lo que debemos hacer de nuestra vida.

Si podemos servirnos de nuestros problemas y enfermedades como de oportunidades para pensar como cambiar nuestra vida, tenemos poder. Esta enfermedad me dio la oportunidad de saber lo que realmente quiero, deseo y el valor de la vida por sobre todas las cosas.

Ser feliz con las personas que amo, con las cosas pequeñas, con personas desconocidas que llegaron a mi vida solo para alentarme a vivir, ayudarme sin ningún interés, solo por mí, por mi esencia, mi alma y corazón, por lo cual estaré eternamente agradecida.

Así fue como comencé a dar pelea a esta enfermedad, que en un principio hasta costaba pronunciar la palabra “cáncer”, pero el poder que está dentro de mí me dio la fuerza suficiente para enfrentar lo que vendría.

Cuando un día al darme una ducha tibia palpé el nódulo en mi mama izquierda ya consternada empezaron las intrigas, miedos, decisiones que tomar; con el apoyo de mi hija, a quien le hice palpar para confirmar la presencia del tumor. Comencé a sentir diferentes emociones encontradas: miedo, inseguridad, deseo de que no fuera algo malo, angustia, tristeza, acompañados de un estrés post traumático ya que tuve que afrontar el tercer A.C.V. que le había dado a mi esposo, dejándolo totalmente inmóvil (el 27/02/16). Entre luchas, lágrimas y cansancio hasta no poder mas, tuve que realizar un receso, debido al fallecimiento de mi madre en octubre del siguiente año, quien no supo de mi enfermedad. A los pocos días tomé la decisión de hacer algo por mí trasladándome a la ciudad capital de la Provincia, distante cien kilómetros de mi ciudad natal. Viviendo en el pequeño departamento que alquilábamos para nuestra única hija, comencé vastos estudios: mamografía, ecografía, resonancia y finalmente la punción (mal divulgada que por ella se expande el cáncer) a la que me sometieron y detectaron 1) Nódulo mamario: carcinoma ductal invasor 2) axila: positivo para carcinoma.

Sentí que el mundo se venia abajo, me ahogaba de angustia, dolor y las lágrimas se deslizaban por mis mejillas desapareciendo al instante para que no sean percibidas por mi hija que me acompañaba. El silencio invadía el interior del auto que conducía en compañía de mi mejor amiga y mi hija, mientras nos trasladábamos a Oberá. Cien kilómetros interminables, sin decir palabra alguna; viajábamos la mayor parte en silencio, mientras los pensamientos aparecían unos tras otros, que sucederá conmigo.

Al llegar, le comuniqué la noticia a mi esposo que reaccionó de una manera inesperada para mí, con el resultado de la biopsia en mis manos, él no creía. Yo estimo que tuvo esa reacción porque siempre estuve a su cuidado y ahora tendría que ocuparme de mí.

Ya en el mes de enero de 2018 con todos los resultados de los estudios, acudí a la consulta con el mastólogo, el cual programó la cirugía para el día 25, a la que me sometí sin temor alguno.

Extirparon un cuadrante de la mama izquierda donde se hallaban los nódulos y nueve ganglios, de los cuales dos estaban comprometidos con carcinoma.

La recuperación post-operatoria fue buena, sin complicaciones; pero ahí comenzó mi agonía: yo no quería someterme a la quimioterapia, pero cambié de opinión por mi hija.

En la primera consulta con la oncóloga, ella realizó el esquema correspondiente a las sesiones de quimioterapia y la alimentación. Tras todas las indicaciones, trámites para ser realizados ante la Obra Social (que me cubrieron el 100%) comencé el tratamiento donde la doctora me había mencionado que caería mi cabello.

Así fue que inicié la primera sesión con miedo, intrigas, incertidumbre por los efectos colaterales que provocaría.  Durante la espera, el comentario de los demás pacientes hizo aun más inquietante mi situación. La llamada de la enfermera aceleró los latidos de mi corazón, entrar a un lugar desconocido y sin saber que ocurriría.

Era una sala con sillones adaptados a cada paciente, donde permanecíamos sentados mientras la enfermera nos colocaba el suero, que en total fueron cuatro por sesión.

Al retirarme de la sala, encontré a mi amiga pálida, y al observarme sonriente se sorprendió, porque los demás pacientes le habían mencionado tantos efectos colaterales al final de cada “quimio” que no veía la hora de que salga de la sala de día (así la llamaban porque el tratamiento era ambulatorio) para verme. Me esperó con el más dulce abrazo y juntas salimos a encontrarnos con mi hija que estaba en el automóvil. De regreso al departamento les conté como fue mi primera quimioterapia.

Así fueron una tras otra, con distintos efectos: vómitos, frío, cansancio, desgano y lo peor de todo el día que pasé mi mano sobre el cabello largó, cayéndose una gran cantidad que me impresionó e invadió una profunda angustia en mi ser. Luego de eso, decidí que la peluquera realizara un corte cortito para ver cómo me quedaba, el cual me gustó mucho pero como continuaba cayendo mi cabello, al día siguiente decidí rapar mi cabeza y usar una peluca o pañuelos.

Así transcurrieron  las sesiones de quimioterapia, con una conclusión: cada caso es distinto, diferente, las personas reaccionamos de acuerdo a nuestro estado de ánimo, al acompañamiento familiar y a los efectos que producen en nuestro organismo.

Finalizadas las sesiones, la oncóloga me derivó a Radioterapia. Comenzaron con estudios y marcación de la zona a la que aplicarían los rayos. Fueron siete semanas a las que tuve que asistir diariamente, menos los sábados y domingos. En un principio no sentía nada, pero con el transcurso del tratamiento, los rayos provocaron una quemadura debajo del brazo, en la axila izquierda, lo cual me provocaba dolor; pero no fueron tan agresivas en lo que a mí respecta, e iba con entusiasmo a cada sesión.

Finalizadas las mismas, volví a consultar con la oncóloga quien solicitó los estudios post-tratamiento contra el cáncer de mama. Los mismos salieron bien, que llenaron mi corazón de alegría y el agradecimiento a Dios, a los médicos, enfermeros, a mi hija y a mi amiga fue lo primero que salió de mi mente.

Actualmente me encuentro con esas ganas de vivir que arremete con todo, viajando, dando testimonios de fé y acompañando a pacientes que están transitando ésta enfermedad.

“El cáncer cambió mi vida”, el título elegido es porque muchas veces dije que el cáncer me curó, sanó mis heridas anteriores, gracias al cáncer pude ocuparme de mí, a lo que anteriormente vivía por y para los demás. Cambió totalmente mi vida, porque vivo por mí, veo las cosas de otra manera y me di cuenta que lo más importante en la vida de una persona es la salud.

Aprendí a valorar a las personas extraordinarias que se cruzaron en mi camino, ver las cosas sencillas, apreciar la naturaleza y ¡agradecer a Dios por un día más de vida!