Enchufada

Caminaba por aquel paisaje inconmensurable, el verde, el trinar de los pájaros, el suave viento que golpeaba mis mejillas. Aquellos senderos que me generaban tanto placer, hoy sólo era un intento, el de superar  lo que estaba transitando, un desafío físico. A veces pensé que estaba soñando, pero era una cruel y triste realidad.

Mi ansiedad me proporcionaba las fuerzas para lograr mi objetivo.

Tantas veces había sido fuerte sorteando el dolor, el adiós a mi esposo, a mi padre y a mi amiga.

Hoy me había transformado en un ser dependiente, ya no era libre, mi mente me dominaba. Realizaba todos los intentos para liberarme de ella, psicólogo, psiquiatra, cuencos, descodificación emocional……todo era infructuoso.

Tenía miedo, un miedo panicoso, el miedo a la muerte.

Cuándo tomamos conciencia de nuestra finitud?. Sólo cuando asumimos que nadie puede predecir el futuro que es realmente incierto. Y ante un hecho consumado, una enfermedad, me tocaba ponerle el pecho.

Nunca antes me había sentido limitada en mi rutina diaria, de  ir todas las mañanas a las 8 hs. al gimnasio, manejar el auto y salir disparada a las múltiples actividades que planteaba el día a día. Hoy mi realidad era otra, dejar la actividad física y hacer sólo lo que mi cuerpo y mis fuerzas me permitían.

Ya no más, el curso de  perfeccionamiento de inglés y mis inquietudes literarias en el taller que solía frecuentar. Ni siquiera conectarme con el amor de mis hijos ni de mis nietos. Algo no podía lograr, dejarme llevar y esperar que los hechos acontecieran. Que la medicina me diera una esperanza, recuperar mi salud.

Aquel 19 de junio, todo cambió,  me desperté con un dolor del lado izquierdo del abdomen, presuntamente el intestino grueso, como solemos llamarlo. En mayo me había chequeado el colon y el resto del intestino por mi condición de celíaca y me había realizado los análisis pertinentes. Así dudé en realizar una consulta médica, creí que era un dolor pasajero. A la vez, en mis planes, estaba, como todos los días martes, ir a cuidar a mis nietos como lo hacía habitualmente.

Escribí un whatsapp al médico, amigo de mi hijo, para pedirle un turno, dudé, esperé, pero no sé en realidad que me decidió a enviárselo. El médico estaba muy ocupado, y me sugirió que me presentara en la guardia que él me atendería por la tarde. Volví nuevamente a dudar, me acordé de mi hija y de mis nietos que me necesitaban. Pero algo me impulsó a tomar la decisión de ir, no supe nunca que fue!. Manejé mi auto con rumbo a la casa de mi hija, lo estacioné en su puerta. Llamé un taxi y arribé al sanatorio para ver al médico. Mi idea era, volver. Nada me hacía prever, que ese día cambiaría mi vida, mi suerte y mis expectativas. Cuando me revisó el médico, dudó el origen de ese dolor tan persistente y quiso tener un diagnóstico presuntivo. Aún tranquila, me entregué en realizar los análisis que me indicaba.

El médico al verme inquieta por el compromiso que había asumido de cuidar a mis nietos, me sugirió que optara quedarme para seguir estudiándome ese día, o bien irme y continuar con los análisis en otra oportunidad. Elegí resolverlo, como todo lo que encaraba en mi vida, prolijo, esquemático y organizado.

Pero ese día, hubo un antes y un después, no valió ni el orden de mis acciones medidas, ni la virtud de querer prever ese futuro incierto del que no somos dueños.

El resultado de mis análisis me fué develado por la llamada de mi hijo que reside a 400 km., médico también, que informado por su amigo, me comunicó algo que nunca hubiese querido escuchar, me habían descubierto un tumor maligno, cáncer exactamente, en mi ovario derecho con metástasis en pulmón. Mi hija, que me estaba esperando, había aparecido imprevistamente en el sanatorio,  fue testigo presencial de mi metamorfosis que no sólo fue física sino emocional.

Me estremecí, comencé a temblar, gruesos lagrimones se deslizaron por mi mejilla  y perdí el control. Me costó mucho asumir lo que me estaba ocurriendo. Creí estar soñando, pensando despertar de una pesadilla, pero no era un sueño, era una cruel realidad.  Fueron meses que parecieron una eternidad.  Lloré tanto,  que parecía que ya  no me quedaban lágrimas.

Así comenzó mi periplo,  la punción del pulmón, la primera quimioterapia, la incertidumbre de los efectos adversos, los dolores de huesos de mis piernas, la descompostura intestinal, pero lo más fuerte, la pulsión de muerte, de terminar con todo,  a poco de comenzar. Sin olvidar, antes de esto, la intervención quirúrgica de ovarios.

Mi mente me martirizaba, no obstante, el apoyo de mis hijos. Sentí que era muy pronto para necesitarlos, más adelante, no ahora cuando todavía era independiente y desde hacía quince años que me había quedado viuda,  había aprendido a resolver la mayoría de mis problemas por mí misma.

Ya no sabía si era miedo a la muerte o al sufrimiento, a la degradación,  a lo que iba a acontecer. Era un vorágine de sentimientos que se agolpaban y no podía dominar.  Llegué a sentirme culpable y hasta inepta de no poder evitar ese temor. Sobre todo culpable de tener a todos los que me amaban pendientes de mí. Como si hubiese generado adrede esta dependencia.

Estaba segura, que no sólo había cambiado mi vida sino también la de mis hijos, a los que demandaba con preguntas que tenían respuestas imprecisas. Sobre todo a mi hijo médico, del que esperaba una esperanza de vida que no me podía brindar.

Ya había comenzado a caer mi cabello, yo que era tan coqueta  y estética, comencé a engordar, alimentándome para sobrellevar lo que vendría, esforzándome en comer para ayudar a mi inmunodepresión.

Mi hijo me llevó a su casa para ayudarme a paliar la situación. Mi hija me acompañó a adquirir una peluca para que no percibiera mi alopecía incipiente. Mis amigas se tornaron incondicionales, a mi disposición. Valoraba todo lo que hacían por mí, pero nada era suficiente.

En la primera quimioterapia, me entregué totalmente. Sentí una contención incondicional de todo el personal que me atendía  y en especial del grupo de enfermeros, primero en la extracción de sangre y luego en la administración de las drogas por vía endovenosa.  La amabilidad y los buenos modales como el cariño que me proporcionaban, transformaron mi miedo en confianza.

Pero los fantasmas me asaltaban, cuando pasado un tiempo prudencial de cada sesión, el oncólogo me prescribía una tomografía, para constatar si las drogas estaban siendo efectivas. Mi ansiedad era desmesurada, pero a medida que el tratamiento avanzaba, volvía a adquirir esperanzas. Las fluctuaciones anímicas entre lo que pensaba y lo que debía pensar, era moneda corriente en el devenir de mi vida.

Cuando se avecinaban las siguientes quimioterapias, los miedos volvían a invadirme y sólo quería saber si estaría igual o peor. Después de cada tratamiento me sentía bien las primeras horas, pero luego las fuerzas me abandonaban,  los dolores comenzaban, y un estado como gripal me obligaba a permanecer en la cama. Cuando la desesperación me invadía, sólo tenía una premisa, curarme y no importaba a qué precio. Debía enfrentarme a la realidad, así que me convencí que los efectos adversos de la medicación estaban siendo benévolos.

La expectativa de resultados favorables me impulsaron a pensar que esto era un nuevo desafío que me ponía la vida y el destino. Saldría fortalecida en este nuevo intento?. Dios sólo sabía, pero debía intentarlo.

Pasé de estadios de resignación a desesperación y viceversa, pasé de llorar desconsoladamente a tratar de disimular, de una mueca de sonrisa ausente a la sonrisa real, aún estaba viva; deseé transpolarme al futuro, que el tiempo pasara rápido. Debí dejar paso a la aceptación y a la resignación, o abandonarme a la suerte.  Acá no valía el azar sino poner el pecho a las balas. Y eso me dispuse a hacer!

A medida que fueron pasando los meses, la ansiedad y la incertidumbre se transformaron en ESPERANZA, una palabra olvidada en mi vocabulario.

Cuando le preguntaba a mi oncólogo, si me iba a curar, me respondía “en eso estamos”. Cuando le decía EL QUE SE QUEMA CON LECHE CUANDO VE LA VACA LLORA, aludiendo a mis experiencias negativas por el fallecimiento de mi padre, de mi esposo y de amiga con la misma enfermedad, me respondia PERO ESTA NO ES LA MISMA VACA.

Mi médico también me confirió esperanza y contención, y sobre todo consideró hasta el mínimo detalle que a otro le hubiese parecido banal, la estética que tanto me preocupaba, como lidiar con la alopecía. Algo que tengo que confiar… nunca logré mirarme al espejo sin mi peluca. No sé si considerarlo una negación o un mecanismo de defensa. En estas circunstancias, todo es válido. Se reacomodó mi escala de valores. Y supe que debía hacer lo que sentía, como no compartir mi estado de salud, con cualquiera que podría influirme con opiniones nefastas.

Seis fueron las sesiones de tratamiento en el transcurso de cinco meses.

Así llegué a mi última quimioterapia, con un resultado de tomografía donde la evolución ha sido positiva.

Se avecina mi cumpleaños, debo brindar y festejar HOY ESTOY VIVA, aún entera. Mis lágrimas son de alegría. Vuelven a brotar cual manantial entre las rocas, que no impiden que se deslicen sobre los escollos del terreno. El agua salada corre el rímel de mis pestañas, percibo que ya han crecido y mis cejas también, me veo como antes, vuelvo a sentir la emoción, que creí olvidar. Un gozo de felicidad me inunda el alma y el cuerpo,

Esto recién comienza, seguiré con los controles periódicos por ahora. Quién sabe lo que vendrá…. serán sólo chequeos o continuaré con más quimioterapias?

EL VIENTO DOBLA EL TRONCO PERO NO LO QUIEBRA. Estoy preparada para los embates de la enfermedad, y no estoy librando una guerra, son sólo dificultades de la vida, que vale la pena intentar sortear. Por qué a mí y por qué no a mí. Antes me lo preguntaba, ya no.

Vuelvo a sentir el suave viento que golpea mis mejillas en aquel paisaje inconmensurable. Oigo el trinar de los pájaros, otra vez. Nuevos paisajes y nuevos vientos disfrutaré.

Aprendo a ingresar en mi vocabulario la palabra CANCER, ya no es mala palabra.

Cierro los ojos y me entrego al placer de vivir EL AQUÍ Y EL AHORA.

El futuro está inconcluso……y es incierto.

Siento que la ESPADA DE DAMOCLES, ha perdido filo.