Luna de Agua

Sabía que algo tenía que cambiar…

O tal vez, que algo estaba cambiando.

Hace poco más de un año reconocí un movimiento interno, al que no sabía bien qué cauce darle.

Se sentía incómodo, sísmico, la duda y la crisis protagonizaban la escena.

Acerca de mí, de mi camino, de mis elecciones, de mi forma de vincularme, de esos mecanismos y creencias que durante mucho tiempo confundí con mi identidad, de lo profundamente genuino y singular que pugnaba por salir, y algo tensaba todavía, desde la inercia y el refugio de lo conocido.

En ese trance y con la inquietud interna que me generaba, decidí hacer un movimiento externo y mudé mi lugar de trabajo, al tiempo que palpaba en mi mama izquierda un llamado de atención.

Al día siguiente de la mudanza me llamaron del Hospital, que fuera lo más urgente posible, que la imagen no era “nada linda”.

Recién mudada y con un rumbo delineado a tientas, me vi eyectada de mi tren hacia un paisaje desconocido y desértico, en el que tendría que caminar y explorar a partir de ese momento.

Nunca hubiera imaginado que el cambio vendría por ahí. El viaje iba a ser otro.

Shock, llanto, desconcierto, y los abrazos amorosos y sostenedores… punción, cirujano,

fecha pronta de cirugía, intentaba mantener la calma, mientras mi presión, habitualmente baja, subía por las suyas.” Lamentablemente los ganglios fueron positivos, te puse drenaje… y la quimio va a ser inevitable…”

El recuerdo se parece a la revolcada que producen esas olas enormes que nos toman desprevenidos.

Tengo flashes, imágenes, caras. Me recuerdo levantándome en ese desierto dispuesta a caminar y a recorrer lo que tocara, investigando, preguntando, leyendo, consultando,

registrándome, cambiando hábitos desde el principio. Me recuerdo recibiendo mucho amor y compañía, toda la que necesitaba,  pero la soledad en el pasaje era lo más palpable.

La vida es solos. Así nacemos, así morimos, y así se siente profundamente en situaciones como ésta, aunque al mismo tiempo, el sostén y el amor de los que nos aman, y los que nos atienden y cuidan, se vuelve imprescindible para atravesarlo, estar presentes y enfrentar lo que se viene día a día.

El momento más duro fue después de la primera quimio. La sensación de náusea extrema y constante se apoderó de mí. Nada lograba calmarla, y no había en mí, sujeto que pudiera nada, ni pensar, ni meditar, ni leer, ni siquiera escuchar música, mucho menos tragar una sola gota de agua. Sólo esta sensación que arrasaba con todo. Una semana completa así, cada día, cada hora, cada minuto…

Y volví a levantarme, investigué a fondo todo lo que podía hacer para tolerar mejor las siguientes aplicaciones, con mucha ayuda, y funcionó!

Ahora lo más palpable era el disfrute de cada instante, de cada bocado, de volver a sentir ganas de algo, hasta volver a trabajar, de a poco, despacio, pero qué bien me hacía!

Y pude también, despedir a mi gran amiga que estando en este trance, ya se acercaba a la partida, tristeza honda…la extraño cada día.

Meses siguieron de quimio y un día fue la última. El día siguiente me encontró en un avión hacia El Calafate, mi “viaje de egresada”, con familia que no hizo más que mimarme y con ese aire oxigenando mis tejidos heridos.

A la vuelta me esperaban 5 semanas de rayos, todos los días, como a la escuela.

Tocar la campana al terminar fue la ceremonia más emocionante de los últimos años.

Acá estoy, un año después de cruzar esa puerta.

Sigo buscando, abriendo interrogantes de por qués y para qués, y arrimando algunas respuestas, aunque se encuentran más cerca del misterio que de las certezas; con pelo nuevo pujante que refleja brotes nuevos internos;  ávida de lecturas que me comprenden y alimentan;  intentando integrar mis partes, mis recorridos, y animarme a hacerlo a mi modo, el más genuino que vaya descubriendo; imaginando la inmensidad de este universo infinito que habitamos, desde la percepción tan ínfima como única de la que soy capaz, con mi precaria lupa de homo sapiens; co-gestando un espacio que sea red de otras mujeres que atraviesen por esto; mirándome, registrando, soltando viejas formas, en esa transición abismal de no saber muy bien cuáles serán las nuevas; planeando un  nuevo viaje con mi hijo que me acompaña a celebrar; confiando en cada paso; agradecida en lo profundo. Todo lo recibido y  aprendido es certero e inmenso.

No sé darle un final a este relato, porque esto no termina aun…

Estoy viva, y deseo.