Don Jota

Sí, es cáncer. Nunca sentí el peso de una palabra como esta, pesó tanto que el techo se derrumbó, el piso se agrietó, las cortinas se desgarraron y hubo cerrazón en el cielo. La tierra se abrió y me tragó en pedazos. La muerte. No escucho voces. Estoy rodeado de tanta gente que los veo llorar a través del cristal aneblado del ataúd, pero no, quien llora soy yo y el aneblado es a través de mis lágrimas por el dolor irresistible, la gente que me rodea es el equipo de emergencia, al que no le entiendo ni jota. El corre corre es interminable. ¿En qué lengua hablan? ¿Es el cielo? No, aterrizo y estoy sobre una camilla. Alguien me explica que me van a taladrar la tibia. El fémur está fracturado. “Este es un tipo de cáncer que se comió el hueso”. Biopsia, tejido, el sonido seco del taladro, dolor, bloqueo, la punta de la barrena creando una casa de campaña para salir al otro lado de la piel. El ruido cesa. “No te dolió nada, ¿verdad?” Me muestran un alambre con figura geométrica. “La bolsa con agua, servirá de contrapeso para alinear el hueso del fémur”. Letras amarillas en las chamarras. Ortopédico, oncólogo, radiólogo, urólogo, miedo, olor a muerte, cuchicheos, gestos de cara, lástima, compasión, rostros encajados negando con la cabeza. Dolor. Encontré la vena. Morfina. Equipos, luces, acción. Es una película. Un tiro de cámara en picada. ¿Qué es esto? El equipo de rayos X. ¿Cuánto me queda de vida? “Aún no lo sabemos”. Me muero ahora, ahorita, mañana, un mes, un año, dos, tres… Cáncer, muerte. Ya pasó un día y no he muerto. Despierto. Enfermeras de Haití, Martinica, Filipinas, China, la Conchinchina. Escáner. Médicos árabes, hindúes, judíos. El inglés en la lengua. Estamos en Miami. “No papi, estamos en América”. Metástasis. El cáncer pasó del riñón al hueso. ¿Qué es eso? La traducción es a través del celular del doctor. Dolor. Gritos. Morfina. Hay que remover el riñón. No entiendo. Cirugía. Hay que extraerlo, suena mejor. Primero la pierna. ¿Alergias?, ¿fumas?, ¿alcohol?, ¿drogas? Firma. Presión, temperatura. Iniciales. Sermón. Firma. Salón. Anestesia. Amnesia, amnesia, amnesia. Cuatro horas. Otro día. Herida, puntos, todo debajo de la venda. Tornillos. Varilla de titanio dentro del hueso. Sueros. El “tiquitiqui” de la máquina. Tienes que sentarte. Neumonía. Miedo. Terror. ¿Podré caminar? Oncólogo. ¿Puedo orinar? Sondas. Otra bolsa. Comida. Líquido. Todo insípido. La noche es una araña, la otra noche un alacrán y las demás noches el cangrejo del horóscopo que me come, me mastica, me traga. Quiero dormir. Muerte. Dolor. Morfina. Gritos de otro paciente, algo le duele más que a mí. Quejidos. Ronquidos del compañero de sala. Toques en la puerta. La computadora que camina. Medicina. Duermo. Toques en la puerta. Medicina para el otro paciente. Toques en la puerta. Sacar sangre. Duermo. Presión. Duermo. Temperatura. Sirenas, disparos. Reguetón, la televisión del vecino. Toques en la puerta. Duermo. El olor a mierda llena el volumen de la habitación. Despierto. Es el vecino. Duermo. Oigo que me hablan. Seguro que es el médico. “No, yo hablá contuyo”. El vecino para colmo es coreano. Dice que aprendió español en la guerra. Mejor ni hables, yo no quiero hablar. Me estoy muriendo. Amanece. Cambio de bolsa. Cambio de vendas, cambio de sábanas, cambio de turno. Visita del médico. Temblores. Miedo al que dirán. El aula completa de alumnos. Tiquismiquis en varios idiomas. Mi sala, un aula magna. Sonrisas. Anfiteatro. ¿Cuál será el médico? No tengo idea. Un profesor. ¿Cómo te sientes? ¿Qué crees?, pienso pero no lo digo. Él lo sabe, para qué pregunta. “Tienes que levantarte”. ¡Cómo si fuera tan fácil! Tampoco lo digo. ¿Cuánto tiempo me queda? ¿Tiempo de qué? De vida, ¿de qué va ser?- lo pienso, no lo digo. No soy oncólogo. Guardo silencio. Se van, casi todos con sonrisas fingidas para alegrarme la vida. A caminar con un andador, un técnico de rehabilitación y un soporte con la bolsa del suero. Silla de ruedas. Trabajadora social. Liga contra el cáncer. ¿Tienes familia? Mi novia y una perrita. ¿Hijos? Dieciochos años sin verlos. Eran unas niñas ¿Aquí en los Estados Unidos? No, en Cuba. ¿Pueden venir a cuidarte? Me sacaron a la fuerza de mi país, ¿estoy de alta?. ¿Trabaja? Trabajaba dando viajes. Ya estoy en la casa. Ni novia ni carro, no puedo pagarlo, solo la perrita un poco extraña conmigo. Primera ves que ve un andador, creerá que soy un monstruo mecánico. El teléfono no deja de sonar. Las amistades muy preocupadas. Qué coma esto, que coma lo otro, que coma aquello. Qué mi tía tiene cáncer… Yo tengo un primo que le falta una pierna y tiene cáncer… Muchacho, mi abuela murió de otra cosa y no de cáncer… Busca en la internet… Las mismas preguntas y las mismas respuestas. Menos mal que el teléfono va dejando de sonar. Ya son menos. El grifo del lavamanos gotea, puedo contar las gotas.

La perra se acostumbra. Ella ni llama. Entretén la mente. La televisión. Clínica del doctor primario. Si tiene accidente, yo lo atenderé. Soy el abogado… estamos para ayudarlo. Las cuentas médicas. Cientos de dólares. Mil dólares. Miles de dólares. La grúa se lleva el carro. La renta. ¿Qué hago contigo? La dueña de la casa. Cáncer. Suena el teléfono. ¿Será ella? Número desconocido. Aumentan las llamadas. Clínicas, seguros, bancos. Mente positiva. Citas con el médico tal, cita con el médico más cuál, cita con finanzas, citas y más citas. Ya no tengo espacio para las medicinas. Cita para cirugía. Las cuatro de la mañana. En ayuno. Me cago del miedo. Ella no viene, no llama. La perrita sola, con mis miedos, mis preocupaciones, mis problemas. Las mismas preguntas. Firma aquí, acuyá. Ponte esta ropa. Te ayudamos a ponértela. Yo soy el capellán del hospital. Creía que la palabra era de cuando la colonia. Soy cristiano. Yo también lo soy me contesta el cura. No creo en las imágenes le contesto. Dios es único. Está bien oremos. Muy bien recemos, me contesta. Oramos y rezamos. Voy para el cielo. Soy el anestesiólogo, ¿fumas?………. Un riñón de menos. Aumentan las cicatrices en el cuerpo. Quimioterapia. Radiación. A mi perrita le vuelvo a resultar raro, lleva el conteo de las cosas que me faltan o que tengo de más en mi cuerpo. Aumentan sus ladridos a medida que aumentan mis deudas y mis cuentas médicas. ¡Oh! aparece un amigo. Hacía años que no lo veía. Lleno de problemas y de deudas. Fumo como un caballo. Ahí me di cuenta que no solo los humanos fumábamos. Tomo como una bestia, y de vez en cuando un pito de marihuana. Ojalá que no tengan que operarte, le digo. Todos los días me daba una vuelta. No sabía como preguntarme por ella, yo tampoco sabía que decirle, por eso ni lo intentamos. Y siguió dando vueltas. Entre escándalos y escándalos la dueña de la casa hablaba de la renta. Un puente me llama, o la esquina de una calle clama por mí. Me arreguindo de Dios. los Testigos de Jehová todos los días tocan a la puerta. ¿Cómo se enteraron? Ni idea tengo. Tomo mucha agua, vegetales, granos. Evito la grasa. Mucho pepino. A comer pepino y cualquier tipo de yerba, también la guanábana. Toma bicarbonato es bueno para el cáncer, y tomo todos los días un vaso de agua con bicarbonato. Dolor en la otra pierna. Miedo. Toma sábila. Tómate un vaso de agua con limón. Me duele el único riñón y me doy cuenta que era el bicarbonato. La dueña de la casa, toca la puerta. No habla de renta. Suspende el bicarbonato me dijo y pasó el pestillo por el otro lado. Quimio en tabletas, me recetaron para toda la vida. Es la más fuerte. Y entre más leía el precepto más me temblaba el papel en las manos. Caída del cabello, diarrea, dolor de cabeza, laceraciones en las manos, en los pies, fiebre, vómitos… Me la tomo para morirme o muero por el cáncer, me decía una y mil veces. Me la tomo, si total. Todo me da igual. A medida que pasaban los días, los dolores de barriga comenzaron y aumentaron los retortijones. Me caigo y parece que la dueña de la casa escucha el estruendo, y los ladridos de la perrita también aumentaron. Toca la puerta. No quiero oírla ni verla. Se descorre el cerrojo. Dejo de apretarme la barriga para taparme los oídos pero la señora estaba más asustada que yo. Con el teléfono en la oreja, trataba de ayudarme a levantar. Emergencia. Ambulancias y bomberos. Otra vez sobre la camilla del hospital pidiendo algo para el dolor de barriga. Cuestionarios, interrogatorios, creí que estaba en Cuba. Me bajo del avión procedente de México, soy de los primeros en pasar por la aduana y al primero que el oficial indica hacia allá, un lugar apartado. Una militar. Prepárate que dentro de cinco minutos te devolvemos para México. En ese mismo tiempo me rodearon más pasajeros y aumentaban los minutos y disminuían los pasajeros devueltos para México y los minutos se convirtieron en horas hasta que volví a quedar solo. Cinco, horas, siete hora y al fin una capitana de migración. ¿Qué hace este aquí? Lo hemos tirado por donde quiera y no aparece nada en el sistema, se atreve a responder un esqueleto metido en un uniforme verde olivo. El salón esta vacío. La oficial dándose dos palmadas en el muslo, me pregunta. ¿Cuál es tu equipaje? Indico con el dedo. Aquel, el único que queda. Agárralo y vete. Agarré mi equipaje y llegué a la casa. Menos mal que dentro de siete días regreso a México. Una citación que me presente en una oficina de Miramar. ¿Cuántas veces visitaste la frontera norte? ¿Cuántas la sur? ¿Quién te invitó a México? ¿A cuántos narcotraficantes conoces…? ¿eh?, ¿eh?,… más de noventa exclamaciones a más de noventa preguntas. Firma estas planillas y firmaba sin leerlas. Diverticulitis. ¿Qué es eso?. Sermón. No entendía nada ni nada tenía que entender. Intestinos, residuos de cáscaras de frijoles, de vegetales… Firma aquí. Señor, señor. El clásico ¿Dónde estoy? En recuperación. ¿Muerto? ¿El cáncer? ¡Fueron más de ocho horas que duró la operación! Me dice una voz conocida. Al fin, alguien habla español, mi idioma. Pensé que era la doctora, pero me equivoqué. Era la señora de la casa. Tengo miedo, atino a decirle. Todo salió bien, me contesta. ¿Y la renta? ¿Qué renta? Olvídate de eso, muchacho, sí te estás muriendo. ¿Muriendo? Es un decir, si tienes más vidas que un gato. ¿Y la perrita? Ni te preocupes ni agua ni comida le faltará. La pobre, balbuceo. Pobrecito tú que no tienes ni donde caerte muerto. Mira eso y estás preocupado por una perra. ¿Qué tiempo lleva usted aquí? El mismo que tú, vine de acompañante, cuando preguntaron si tenías familia, dije que sí. Sonríe. Si te mueres quién me va a pagar la renta. ¿Eh? Esta vez ríe. Nunca la vi sonreír. ¿Y el Pastor? Aquí no ha venido nadie, total ni lo necesitas, Dios está contigo, saliste bien de la cirugía, dicen los médicos que fue todo un éxito. ¿Y ella? ¿Quién? Mi novia. Chico tú no entiendes cuando te digo nadie, es nadie. ¿Y esto? Una bolsa. ¿Y para qué otra bolsa? Bueno por ahí, tendrás que hacer tus necesidades. ¿Por la barriga? Afirma con la cabeza. Tengo más bolsas que un canguro. Sonreímos. Y también una manguera por la nariz. Vuelvo a quedar solo y duermo. Un video me despierta. ¿Y eso para qué? Colostomía, contesta una enfermera que me pareció haitiana. Sí, pero estudié en Cuba. ¿En Cuba? Luego me citaron para el final de la calle Refugio en la Habana, el lugar terminaba en un largo paredón con una puerta metálica y una pequeña ventana como la taquilla de un cine viejo. Me dijeron que esperara y me sentara acá afuera, en unos bancos de concreto formando la letra U. Obedecí. Había venido a la Habana por una semana y ya llevaba tres meses. Hasta un abogado internacional tuve que tener. Yo ni sabía que existían en Cuba, con Consultoría Jurídica y todo. Así se lo hice saber un día. Y él, el abogado me hizo saber que mi caso era grave. ¿De qué me acusan? Las autoridades de migración, se cuestionan ¿Por dónde entraste a Cuba? ¿Eeeeh? Por el aeropuerto por donde va a ser, ni que tuviera un cohete para hacerlo por otra parte. Esto no es broma. Ni lo que te digo tampoco lo es. ¡Mira! Y acompaña las palabras, empujando el pasaporte hacia mí, con las puntas de los dedos. Está en blanco, no tiene el cuño de entrada al país. Cómo los cortes de película en cámara rápida se fueron llenando los bancos de mujeres con bolsas y al cabo de una hora la fila parecía interminable. No pude aguantar la curiosidad y le pregunté a la que más cerca me quedaba. ¿Tú no sabes lo que es esto? Recibí como respuesta. Niego con la cabeza. Sólo sé que me citaron para aquí. Estas son las cárceles de migración. ¿Cárcel? Sí, los calabozos de migración. ¿Calabozos? Aquí está mi marido preso desde hace un año, después que se fue ilegal para los Estados Unidos, no le gustó aquello y quiso regresar, le echaron cinco años. Y el mío lleva ocho años preso por entrar ilegal a Cuba. ¿Y cuánto le echaron? Se encoge de hombros. Todavía no le han celebrado juicio. ¿Quéeee? Y la otra, y la otra, y la otra. ¿Y tú que haces aquí? Encojo los hombros. Ya te podemos dar de alta, con una enfermera para la casa hasta que aprendas a dominar la bolsa y se te cierre la herida. Me habla la doctora. ¿Y la herida está abierta? ¿No las ha visto? No, me da miedo. ¡Mira! ¿Y esa máquina? Eso te va succionando para drenar la herida y se vaya cerrando sola. ¿Sola? Por primera vez en la vida veo mi cuerpo por dentro, las capas de grasa como panceta ahumada, allá abajo engrapadas con metal. Casi un pie de largo. ¿Y la quimio? Hasta que no cierre la herida, por eso llevarás contigo un aparato igual que este pero menor, alístate que ya vienen a buscarte. ¿El transporte? Uno que juró ser tu amigo desde niño. ¿Conoces a la persona? Sí por supuesto, lo que no me acordaba. ¿Dónde está? Aquí estoy donde sino, quería darte una sorpresa. Vaya que me sorprendiste. ¿Y para que son los amigos? Hacía rato que no veía los paisajes de la ciudad. Me veo el rostro en el espejo lateral del auto y tengo la piel pegada al hueso, todo una calavera, he perdido como cien libras, le digo a mi amigo. ¡Ah! que importa, lo importante es estar vivo. Vivo con la incertidumbre hasta que un oficial me llama por mi nombre. Entro, pero antes de hacerlo retrocedo unos pasos y digo a adiós con la mano para nadie determinado, sino para aquella fila de mujeres que no volví a ver jamás. Como un delincuente me esposaron, un oficial a cada lado, dentro de una patrulla que voló hacia el aeropuerto. Este es tu asiento. Estos son tus documentos. Me los entregan después de quitarme las esposas. El avión despega, toma altura y entonces soy libre. Miro para afuera de la ventanilla del carro, hacía tiempo que no veía los paisajes de Miami, de reojo, veo los gestos de mi amigo. ¿Te noto nervioso? Le hago saber. No me digas nada desde que te vi tan jodido dejé de fumar y ya no tomo ni agua. Y tú no te preocupes, me dice, yo tengo un amigo en Chicago que tiene una bolsa como esa y trabaja y todo. Sí pero este amigo de Miami, tiene una varilla en la pierna, un riñón de menos, abierto como un cerdo… Guardamos silencio y continúa conduciendo. Tengo cáncer. Vienen a mi mente las caras de mis dos hijas, enseñándome los nietos a través del teléfono y la reacción como si le hubieran dicho a ellas que tenían la enfermedad. Bajo el cristal y el aire de la mañana me seca una lágrima.

¡Vamos no te pongas así!, me alienta mi amigo, no vayas a decir nada y menos que yo te lo dije, la señora de la casa te tiene una sorpresa. La renta, sería el infarto, es lo único que me faltaba. ¿Qué renta ni qué renta? Cuando el auto se detuvo, allí estaba la señora de la casa, esperándome con la perrita en sus brazos.