Vivir nuestra vida, no la de otros. Seguir nuestros modelos internos, hacer lo que queremos en lugar de hacer lo que no queremos. Decir “si” cuando debe ser dicho y utilizar el “no” cuando corresponde. No es ofensivo decir “no”. Buscar la armonía entre el ser y el tener, entre cuerpo y alma. Decir lo que se piensa y siente y hacer lo que se dice. Estar en un solo lugar por vez tanto en cuerpo como en mente.

Despertar cada día con la alegría de que se nos abrieron los ojos, desarrollar, a diario, el asombro en nosotros al descubrir el estar vivos, gozar de la luz del sol y de las estrellas, satisfacerse al escuchar el trinar de los pájaros, molestarse porque los ruidos externos e internos no nos permiten gozar de estas pequeñas-grandes cosas de la vida y buscar su reparación. Saber que amamos y somos amados. Entregarnos plenamente en cada momento de nuestra vida. Encontrarnos nosotros y así poder caminar al encuentro del otro, para que juntos podamos encontrar al Señor.

Encontrarnos con El, nos permitirá sentir el “estar bien” que cada ser humano busca denodádamente. Abrazarnos. Abrazar con fervor cada instante de este preciado regalo que Él nos ha hecho. Agradecer lo que hemos recibido. Aceptarnos, gozarnos, cuidarnos. Amar, como Él lo hace con nosotros y tal como nos lo enseña: “Amaras a tu prójimo como a ti mismo, Yo soy Tu Dios” (Levítico.19:18). Vivir con intensidad cada momento, dado que la suma de ellos, genera toda una vida. Una pared se construye ladrillo por ladrillo y a cualquier lugar podemos llegar paso a paso, disfrutando cada uno de ellos. Hablar, escuchar, hablar entre nosotros para poder hablar con Él. Dirijamos nuestros corazones hacia Él, nos responderá, prestemos oídos para escucharle, tal como otros han hecho y así lograr ser plenos en el encuentro con El.

Dice el profeta: “… Sáname Señor, y seré sanado. Sálvame, y seré salvo, porque Tu eres mi alabanza”. (Jeremías 17:14)


Rabino Arieh Sztokman
“Quien siembra amor cosecha paz”
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