En un día gélido de julio en 2011 entraste al consultorio junto a tu mujer. Tu diagnóstico fue cáncer de testículo recientemente operado con metástasis pulmonares. Estaban muy asustados, muy confundidos, sin saber en donde estaban parados, tanto, que no dejaban de mirarse con los ojos vidriosos tratando de conseguir explicaciones de algo que a veces no tiene.

Te hice un minucioso interrogatorio y pude ver todos los estudios que traías. Una vez que terminé de evaluarlos, ya con el panorama que se nos acercaba empecé a escribir en la historia clínica detalladamente como se iba a implementar el tratamiento.

Tu señora pidió permiso para ir al baño mientras vos me mirabas a los ojos con cara de asustado y me dijiste: “Doctor, quiero que me digas, siempre, toda la verdad, por favor no me ocultes absolutamente nada”. Inmediatamente después de esta frase me preguntaste: ¿Es curable lo que tengo?. Te agarré las manos, tratando de, al menos, tranquilizarte un rato, y te aseguré que te ibas a curar de la enfermedad. Te tranquilizaste, me apretaste las manos y al rato entró tu mujer. Programamos el tratamiento de quimioterapia, que por cierto fue intenso, sabiendo que íbamos a tener mucho rédito al hacerlo.

Se fueron suscitando los ciclos de tratamiento de quimioterapia entre agosto y diciembre de 2011 y puedo decir que pusiste mucho de vos, mejor dicho, todo de vos en recuperarte uno tras otro. En la tomografía posterior al tratamiento no se vieron los nodulillos pulmonares antes vistos, y los laboratorios desde el primer ciclo ya vinieron bien por lo que estaba considerando que no tuvieras más la enfermedad.

Fueron pasando los meses y veíamos como mejorabas clínicamente, los estudios por imágenes y los laboratorios seguían negativos. Recuperaste el cabello. Cada vez que nos veíamos en el consultorio llegabas emocionado, podías disfrutar de tu familia.

Al día de hoy, y habiendo pasado 8 años de la enfermedad, no solo me llamas por mi cumpleaños, para el día del padre y por otros días importantes, sino que cada fin de año venís, me miras a los ojos y me decís: gracias a vos estoy acá hoy con vida disfrutando de mi familia por lo que te voy a estar eternamente agradecido por siempre.

En el Instituto aprendí siempre a tratar de contener a los pacientes para que tengan un por qué, para qué y para quién vivir manteniendo una buena calidad de vida y luchando por sus objetivos principales de sus vidas.