Si tienen ganas de leer esta historia que transcurrió con una paciente mía, entiendo que llegará al ❤.

Ingresaste al Instituto, sola, sin compañía, a tus 74 años de edad y teniendo un tumor de ovario que habitualmente tiene buena respuesta con diversos tipos de tratamiento pero sin embargo no fue éste el caso. Te empezaste a atender con otro colega durante 15 meses y por una licencia que éste se pidió, nos conocimos en pleno invierno, un día muy frio; entraste por esa puerta muy abrigada, con la piel casi helada, lagrimeando del viento que recorría las gélidas calles, con las orejas coloradas y con un gorro verde musgo que me causó mucha ternura; al verte tuve sentimientos encontrados, por un lado me alegraste la mañana porque me enternecías y sentí que podría serte útil, pero por el otro me llamó la atención que hicieras un tratamiento importante e intenso y venías sola, sin nadie que te hiciera de bastón, sin nadie que te charle, sin nadie que te escuche, sin nadie que te mime.

Durante ese primer encuentro entendí que ya habías hecho un tratamiento que no te fue beneficioso, te habías quedado sin cabello, pero poco te importó. Estabas apta para realizar otro esquema de quimioterapia porque siempre tus laboratorios eran normales. Ahí mismo fue cuando te pregunté: Martha a que te dedicas si vivis sola y no tenes familia? La respuesta me provocó un asombro casi indescriptible; con esa voz pausada, sumisa, longeva me dijiste: “Doctor, yo tejo y coso para ganarme unos pesos para poder vivir”. Sin lugar a dudas me provocaste una sensación de escozor en las fibras más íntimas que sentí la necesidad de ayudarte más aún.

En la segunda consulta entraste casi o más abrigada que la primera pero ya se notaba que el cabello volvía a crecer ya que este tratamiento no te provocaba alopecía. Entraste por la puerta del consultorio con un obsequio para mi. “Esto es para usted doctor”. Te agarré la mano con ganas de transmitirte toda la energía positiva posible y te respondí: “Usted a mi no me tiene que traer nada Martha, solo tiene que estar fuerte para poder continuar con el tratamiento y así sentirse mejor”. Era una caja de bombones de fruta riquísimos que me pediste que los compartiera con mi familia. Por supuesto que te agradecí y eso fue lo que hice. Los llevé a mi casa para compartirlos con mi mujer y mis hijos y a quienes los introduje en parte de esta historia.

Asi fueron transcurriendo los días y las consultas y en cada una de ellas me hacías distintos tipos de regalos desde chocolates, caramelos, bombones…

En octubre volvió mi colega que te atendió anteriormente por lo que tuve, sin muchas ganas, que derivarte con él. La primera despedida fue medida, me agradeciste por el cariño, el buen trato que te dí y yo te agradecí por las enseñanzas que me dabas consulta tras consulta.

Un 30 de diciembre tenías turno y llegaste casi 40 minutos tarde, salí a hacer unas fotocopias de un paciente que estaba atendiendo y te vi… Casi se me paralizó el corazón al verte, estabas muy delgada, muy cansada, muy deteriorada, muy débil, sudorosa.

Despedí a mi paciente anterior y te ayudé a pararte, te fui de bastón hasta mi consultorio, te ayudé a sentarte y a dejar tus pertenencias en la otra silla, que habitualmente usan los “acompañantes”, seguías sola, dejabas tu bolsa. Tenías la cabeza gacha, estabas muy encorbada, sin fuerzas, sin álito de esperanza en continuar. Ya no te habías hecho ningún laboratorio, te habían medicado con tamoxifeno que por lo general se tolera bien, a vos no, según me dijiste, te deterioró mucho. Te ayudé a levantarte para revisarte, casi no podías caminar. En el examen físico te encontré con la presión muy baja, con el abdomen globoso, duro, levemente doloroso, estabas triste, te sentías más sola, sentí que por eso viniste a mi. Al pesarte habías bajado 10 kg con respecto al examen previo mio de hacía dos meses atrás. Te pregunté si desayunaste y me respondiste que no porque estabas llegando tarde a la consulta y no querías faltarme el respeto. Pese a concurrir tarde me viniste a ver igual, llegaste desde Claypole, 26 km de la Ciudad de Buenos Aires, bajo 35° de temperatura para verme, para traerme algo, para recibir un mimo, para ser escuchada, para despedirte, eso me hacía temblar, me hería, sin duda me sensibilizabas mucho.

No dudé en preguntarte que quería tomar y me dijiste: un mate cocido o un yogur de frutilla. Sacaste de la única bolsa que traías una caja, un nuevo obsequio para mi? Me dijiste que lo habías comprado hacía 2 meses y lo guardaste especialmente para mi. Era un vino patero dentro de un adorno de madera que decía: VILLA CARLOS PAZ. Pesaba mucho para que lo cargues, solo para traermelo a mi? Habias bajado mucho de peso y ese regalo para mi, esa caricia que me hacías era muy pesada para vos, aun asi me lo trajiste. Sabiendo que llegabas tarde venías igual a nuestro encuentro, desde lejos.

Te pregunté si querías y podías recibir una hidratación por vena y asentiste con la cabeza. Fui hasta planta baja del Instituto, agarré una silla de ruedas, les dije a los enfermeros que ibas a bajar. Te estaban esperando. Te ayude a sentarte para alivianarte. Te llevé hasta la sala de tratamento por el ascensor. Estabas muy sensible, con lágrimas en los ojos. Te ayude, junto a los enfermeros a sentarte en un sillon para que te hidraten. Sin dejar de pensar en vos, fui hasta un supermercado y te compre, el yogur, agua, caramelos y un marroc para que puedas mejorar aunque sea un poco.

Me quedé dandote el yogur como a un niño, como a mis hijos mirandote con mis ojos vidriosos, seguías con la cabeza gacha, disfrutabas de lo fresco que estaba, disfrutabas que te lo diera con mis propias manos, disfrutabas del mimo que te estaba haciendo. Te pregunté si te sentias mejor y me respondiste: mucho!!!. Te dije que volvería ya que tenía a dos pacientes en espera.

Luego de atenderlos, una hora más tarde te fui a ver de nuevo y te vi mejor. Antes de despedirme te di un turno conmigo en 10 dias, generé un traslado en ambulancia para que vuelvas. Te di un beso y me dijiste gracias por todo lo que hiciste y hacés por mi, no cambies, Te pregunté: Martha con quien vas a pasar fin de año? Sola, me respondiste. Me puse a llorar como un niño. Descargué toda la emoción que llevaba dentro.

Falleciste a los 10 días de haberme ido a ver, en un nosocomio junto a dos o tres vecinos tuyos. Días antes al ocaso pedí a alguno de ellos que necesitaba decirte algo. Casi no te oía, apenas se escuchaba tu voz, te dije: gracias por permitirme conocerte, gracias por dejarme tratarte, gracias por haberme dejado nutrirme de vos. Fui feliz ayudandote. Sin duda fue una despedida.

A veces los médicos, especialmente los oncólogos, nos rodeamos de una coraza que trata de fortalecerte para poder seguir adelante en esta dura profesión, si uno piensa en cada paciente, en cada historia, en cada gesto, no podría llevar a cabo esta ardua tarea por lo dificil que es imaginarse lo que sufren los sufrientes. Pero paralelamente llena de satisfacción poder ayudar a gente que la está pasando muy mal en este duro camino que se llama Cáncer.