Pichiruchi

(…) Can´t we give ourselves one more chance?
Why can´t we give love that one more chance?
Why can´t we give love, give love, give love, give love,
Give love, give love, give love, give love, give love? (…)
Under Pressure, Queen and Davied Bowie

 Poner en palabras. Re-cordar (según Eduardo Galeano volver a pasar por el corazón). Hace un poco más de diez años me diagnosticaron cáncer de mama. Diez años han pasado para poner en palabras y, por escrito, todo lo vivido. No me está resultando nada fácil la tarea. ¿Qué cuento? ¿Por dónde empiezo? Me doy cuenta, después de varios intentos fallidos, que al escribir no sólo estoy hablando de la enfermedad propiamente dicha sino de todo lo que era y de lo que soy. ¡Complicado!

La enfermedad y el tratamiento posterior significaron de muchas maneras un nuevo comienzo. Fue un quiebre, un cambio profundo. Hablo habitualmente de ello “como antes y después” ya que mientras algunas conductas se fueron apagando, otras se resignificaron, y continúan hasta hoy. De a poco me reconocí de otra manera.

Al momento que me diagnosticaron cáncer de mama en el verano de 2008, era una de las tantas mujeres que repetía a diario “no tengo tiempo para ir al médico”, “ahora no, más adelante”. Y el famoso “más adelante” nunca llegaba porque tenía siempre otras urgencias que atender. Era una especie de auto-mentira para calmar mi conciencia. Sabía lo tenía que hacer, pero nunca encontraba el tiempo  conveniente. “Hoy no, mañana, si”.  Viéndolo a la distancia me doy cuenta que en ese aspecto yo no era una prioridad para mí misma. ¡Cómo si tuviera otro cuerpo para reemplazarlo!

A ello también hay que sumarle que en los  meses previos, en un plano muy personal, abrí una especie de caja de Pandora y salieron en tropel recuerdos tristes y dolorosos de lo más variados, situaciones que me habían hecho sentir muy mal, desencuentro entre seres queridos, mis propias inseguridades y una autoestima también debilitada…. Todo estaba ahí y todo dentro mío. Decir que había sido imprudente con los controles anuales era nada más que una parte de la historia. Había otra, mucho más profunda, que no venía bien desde hacía mucho tiempo pero que no era del todo consiente o, era lo suficiente para decidir mirar a otro lado y seguir como sí nada. Toda yo estaba enferma. Tal vez el cáncer era nada más que la punta de un iceberg.

En las vacaciones de invierno, comencé con algunos estudios que claramente no los terminé sino hasta las fiestas de fin de año. Mi ginecóloga los revisó y con mucha calma me pidió que volviese al día siguiente trayendo las mamografías de años anteriores. En este caso hice lo deberes como corresponde y volví con todo lo solicitado y el presentimiento de que algo no andaba bien. Revisó nuevamente con detenimiento todo lo que me había solicitado y, recién me dijo que en la mama derecha había una lesión y que sería conveniente consultar con el mastólogo.  Ella misma lo llamó y 15 minutos después estaba en la sala de espera de otro consultorio del centro tucumano.

La primera vez que escuché la palabra “cáncer” no podía creerlo. Estaba aturdida es como si mil agujitas finas me pincharan simultáneamente. Flotaba. No entendía que me decía. Me parecía que hablaban de otra persona. Que se habían equivocado con los estudios. Pero no, eran los míos y debía volver la semana siguiente con mi marido. Me explicó que era conveniente que los dos escucháramos. Muy rápidamente comenzamos a familiarizarnos con un conjunto de términos y tratamientos médicos ausentes en una familia de humanistas. En pocos días entré en el programa oncológico de mi obra social. Comenzamos el año con una cita con la biopsia que confirmó todo lo anterior y brindó mayores precisiones sobre el tamaño de la lesión. En función de toda la información ya acumulada, decidimos que lo mejor era realizar la mastectomía de la mama y dejar para más adelante su reconstrucción.

Muchas cosas cambiaron rápidamente. Tenía y teníamos con mi familia que pararnos en un nuevo escenario desconocido y no deseado.

Hacerme amiga de la enfermedad, fue un muy buen consejo. Lo único que quería era curarme. Lo único que quería era seguir al lado de mis tres hijas. Me parecía absurdo preguntarme ¿por qué a mí? No conducía a ningún lado positivo y no tenía tiempo para perder sintiendo lástima o estando enojada. Había que mirar hacia  adelante, como un día en la playa cuando era chica. Me había metido tanto que no hacia pie. Tenía que nadar y seguir nadando hacia la orilla. Debía ser práctica. Fue un recuerdo muy recurrente.

Fueron semanas de mucha ansiedad pero también de mucha contención por parte de toda mi familia, de los amigos y de los amigos de los amigos que me hacían llegar sus oraciones, sus buenas intenciones y sus palabras de aliento. Era la sumatoria de mucha energía positiva al alcance de la mano. Algunos lo llamamos Dios; otros, esencia; otros, fuerza pero lo cierto es que cuando llegó el día D anímicamente estaba muy tranquila.

Semanas posteriores a la operación comencé con las consultas al oncólogo preparándome para la siguiente estación que eran las sesiones de quimioterapia cada veinte días durante un cuatrimestre.  Salvo la primera,  con el resto de las quimios tomé la decisión de continuar trabajando porque era una manera de mantener la cabeza activa evitando caer en pensamientos pesimistas que pudieran resquebrajar mi ánimo. La Madre Teresa de Calcuta decía que el trabajo es la mejor distracción. Y no puedo estar más de acuerdo con ella. Al mismo tiempo, durante las quimio también comencé, por primera vez en vida, con terapia. Me recomendaron una psicóloga que trabajaba principalmente con pacientes con patologías similares a la mía.

A los veinte días, tal cual indicó el oncólogo comenzó a caerme el cabello. Ya tenía preparada la peluca que me habían hecho con mi propio pelo respetando el corte que tenía hasta entonces, pero descubrí que con los pañuelos no sólo me sentía más cómoda sino que me gustaban más. En casa me cargaban porque  me parecía al D.T. de Boca de ese momento.

Esta es la historia pública. Pero hay otra mucho más personal que tenía y tiene que ver con todo lo que cargaba en mi “mochila” diaria y que me lastimaron: ansiedad, stress, incomprensión, simulaciones y silencios tóxicos… No quería eso más para mí. Curarme no solo significaba seguir con el tratamiento médico con rigurosidad y compromiso, sino esforzarme por pararme de otra manera frente a la vida. Poder darme una nueva oportunidad reconstruyéndome pasito a pasito. Diez años de un lento empoderamiento que también significaba aliviar la marcha, dejar que las cosas fluyan sabiendo que son como son y no como queremos que sean. Muy adentro mío, por momento me asaltaba la desesperanza, estaba enojada o desilusionada conmigo misma. ¡Qué gran error! Aprendí, o eso me gusta creer, que poner las cosas en su justa perspectiva es un esfuerzo diario que me ayuda a mantener el equilibrio en un mundo siempre convulsionado y caótico.  Las  “mochilas” siempre van a estar pero puedo elegir como pararme frente a ellas sin disimulos. Leyendo el libro de Edith Eger, La bailarina de Auschwitz, entendí que la búsqueda del sentido tiene que ver con alcanzar la libertad interior al elegir de qué manera nos paramos frente al pasado y al presente para ser feliz, que es lo que en definitiva cuenta.

La vida está marcada por rupturas, algunas imprevistas que nos desorientan. Sé que en algunos casos son muy dolorosas e injustas pero que inevitablemente también significan nuevos comienzos y, por lo tanto nuevas oportunidades. Can´t we give ourselves one more chance? Seguro que sí. Basta con ponernos en movimiento.

Esta es mi historia.