El viernes toqué la campana. Terminé el tratamiento. Y no sabía qué decir. Todavía no sé. La doctora me dijo: “hasta fin de mes, vas a tomar la pastilla y no más”. Me quedan un par de pastillas, ahora las dejaré para otra persona porque aún hay alguien que lo necesita y me dieron tanto que es una manera de también ayudar como me ayudaron a mí.

Mi historia empezó muy lejos, hace mucho tiempo.

Llegué a Argentina, a Comodoro Rivadavia, hace 46 años. Soy griega, mi marido es griego. Él ya estaba trabajando acá, pudo hacer su casa y volvió a Grecia, donde nos conocimos y nos casamos. Vine embarazada desde allá.

No sabía ni una palabra en español: en el parto de mi hija mayor me decían “fuerza” y yo no entendía nada. No sabía qué era “fuerza”, no sabía qué tenía que hacer, pero después entendí. Muchas otras veces me volvieron a decir esa palabra. Ahora, hablo y me entienden, y entiendo lo que me dicen siempre pero nunca quise perder mis raíces, mi idioma. Hablo y escribo griego. Todavía no sé escribir en español.

Aquí tengo muy buenos recuerdos, tengo dos hijos, una mujer y un varón. Pero en Grecia había quedado mi otra parte de la familia. Mi corazón latía por ese lugar que había dejado, lo recuerdo y todavía me brillan los ojos.

Volví varias veces para que los chicos conozcan, pero poco a poco, fui perdiendo a quienes quedaron. Perdí primero a mi papá y después a mi mamá, que también murió de esta enfermedad. Me duele muchísimo no haber podido despedirme de ella, no haber podido hacer nada, y me duele también que se fue sin saber que yo también tenía cáncer de mama.

Todo empezó allá, en Grecia, hace siete años, cuando viajé con mi marido. Fue como un viaje de despedida, porque después falleció mi cuñado, falleció mi mamá. Ella estaba muy mal, no me decía nada pero una vez pude ver que no tenía una mama, se la habían sacado.

Cuando volví, me estaba por hacer una cirugía y, en los controles, me encontraron algo. Tenía un problemita en una mama. Ahí me dijeron que vaya a una doctora, que me mandó a

Buenos Aires donde me sacaron una muestra. Tenía cáncer. Gracias a Dios, lo agarraron a tiempo y me dijeron que venga a Comodoro que aquí hay buenos profesionales. Y así fue.

Al principio, la palabra “cáncer” me cayó muy mal. Cuando fui a hacer la mamografía, y terminaron los estudios, pregunté qué tenía porque quería saber y me dijeron: “si cortamos la mama, ni los gatos lo comen”. Esa persona quiso hacer un chiste, por el mal rato que estaba pasando, pero no puede decir así, yo salí muy triste. Después de eso, siempre me encontré con gente muy buena que me ayudó mucho.

Ahí empecé los tratamientos en Comodoro Rivadavia. La verdad es que cuando me estaba por hacer rayos estaba muy, muy triste pero todos -los médicos, los enfermeros, los técnicos y los chicos-, todos me hicieron sentir mejor. Me daban ánimo, venían y me hablaban y yo les hablaba, compartíamos lo que pasaba.

Cada vez que me hacía un estudio me ponía triste porque por ahí haces todo, tomas la pastilla y capaz que la enfermedad aparece por otro lado. Pero en estos cinco años de tratamiento, no falté ni un día. Me decían que venga hacer estudios y yo venía y me hacía los estudios; me decían que tenía que hacer tratamiento y yo hacía tratamiento. Siempre.

Como soy muy creyente de Dios y la Virgen, no me caí, porque decía que mi familia, mi marido, mis dos hijos y mis nietos me necesitan. Yo antes iba a rezar para que Él salve a mi mamá y después me tocó pedir por mí, pero lo superé, no puedo decir nada.

Hubo momentos tristes, claro. Pero ahora estoy muy bien. Nunca me quedé con las manos cruzadas, nunca. Creo que no por estar enferma, me voy a quedar deprimida sin hacer nada. No sentía la pena como para decir: “ay, tengo cáncer” y quedarme quieta. Todos me decían que ni se notaba que tenía problemas. Seguí haciendo tzaziki[1] y masitas para los tés y para la Feria, seguí con mis cosas, vengo caminando y vuelvo caminando. Estoy bien.

Hay que seguir adelante siempre. No aflojar porque si te tirás abajo, no ganás nada. Hay tristeza, claro, pero si te quedas ahí, todo es más difícil.

Cuando toqué la campana, no sabía qué decir, solo que estoy muy agradecida. Yo les quería decir algo a las personas que estaban ahí, en la sala de espera donde está la campana. Todo lo que me salía era “gracias, gracias, gracias”. Yo todavía no puedo creer que no tengo que tomar más la pastilla. Le preguntaba a la doctora: “¿y no la voy a tomar más?”. Y ella me decía: “No”. Entonces, le volvía a preguntar, y ella otra vez me decía que no iba a tomar solamente hasta fin de mes.

Y sigo sin poder creer.

Ekaterini

[1] El tzatziki es una salsa característica de la cocina griega. Ekaterina pertenece a la Asociación Helénica “San Nicolás” de Comodoro Rivadavia. La Feria de Comunidades Extranjeras es un encuentro de las distintas colectividades que se celebra, en septiembre, desde hace más de veinte años.