Monita Martinez

Promediaba el mes de junio y como contadora trataba de terminar las declaraciones juradas de personas físicas y el dolor de la espalda seguía estando. Pensaba que ese dolor era por estar tanto tiempo sentada, de lunes a lunes, trabajando 12 horas diarias sin parar por muchos meses. Bueno me apuro a terminar y voy al médico. No sé por qué extraña razón, en mi interior algo me decía que no andaba bien, lo intuía. No terminé todo mi trabajo, pero si el 95% y entonces decidí hacer la consulta. Fuimos con mi marido a la guardia, radiografías de por medio, me daban diagnósticos equivocados y así pasaron dos semanas. Luego de éstas me hicieron una tomografía y al ver el informe y buscar en internet pensé: esto es grave. Si bien no decía la palabra cáncer, había otras que significaban lo mismo y en distintos lugares de mi cuerpo. Estaba aterrada. Nos derivaron al neumonólogo quien enseguida nos hizo hacer un PET. Con el resultado volvimos al médico con mi hijo mayor, mi marido y mi hermana, la segunda de cuatro, quien se quedó afuera esperando. Yo ya sabía que me esperaba una mala noticia, pero ellos no. A pesar de intuirlo y haberlo leído, tenía la esperanza que no fuera así y que yo estuviera equivocada.  El médico no fue muy diplomático, repetía “lo siento no es una buena noticia para darles”. No sabíamos qué preguntar.

Fue tan impactante que parecía un tsunami (así lo graficó mi psicóloga un par de meses después cuando la conocí) arrasando con nuestras vidas. Nos sentíamos en el medio de olas gigantes sin poder salir. Nos quedamos sin palabras, angustiados, abrazados llorando. Mi hermana y mi cuñada, la menor, tomaron la posta, alguien con lucidez tenía que hacerlo, mi familia no la tenía. Nos contuvieron mucho, muchísimo y se ocuparon de todo. Al día siguiente de tener el diagnóstico, yo estaba con mucha pila todavía y por mi forma de ser hasta ese momento necesitaba organizar todo, como siempre, prever todo, cuidar a mis hijos.  Entonces reuní en mi dormitorio a mis hijos y mi marido, les pedí una computadora y empezaron a escribir todo lo que yo dictaba: apenas pase todo, tienen que sacar mi ropa de casa enseguida, regalen todo a la gente que lo necesita, a mis hijos les daba todo y a mi marido le dije que esté con otra mujer pero que no se case para no complicar a nuestros chicos, que siempre se hagan estudios médicos, y así sucesivamente, indiqué todas mis necesidades que quería dejarles prolijamente escrito, incluso que continúen con sus actividades que venían haciendo y sus proyectos. Nos vino a ver un amigo religioso de mi cuñada, quien nos dio mucha fuerza, nos habló con mucha paz, dándonos confianza y explicándonos que la enfermedad era algo biológico que no había que poner culpas. Esto es lo que me repito todo el tiempo “es biológico” y nos contactó con mi clínico. Fue un fin de semana horrible.

El lunes conocimos a mi clínico, quien nos atendió con mucho cariño y paciencia. Nos dijo: no es curable, pero hay tratamientos, mis tres hijos y mi marido ya me miraban con felicidad, no podían creerlo y no dejaban de preguntar y de repreguntar si había algún tratamiento, y su constante, cariñosa y contundente respuesta fue “sí existe”. Sí lo hay. Inmediatamente el clínico se puso en campaña para que me hagan las biopsias, no se sabía dónde se había originado, podía ser de mama o de pulmón con metástasis en varias partes del cuerpo incluido el cerebro. El doctor y las enfermeras que me hicieron la punción de mama fueron excelentes, afectuosos, todo lo que se necesita en un momento así. La de pulmón fue en el quirófano, no se podía de otra manera porque era muy peligroso. Y ahí venía la espera, larga y angustiante espera. Yo estaba como ida, hacía todo lo que me decían, pero estaba mal. Llegó el momento de la respuesta y entonces íbamos a conocer a la oncóloga. Fuimos nuevamente los cinco al consultorio, estaba la oncóloga joven y mi clínico. La verdad fue dura ya que el diagnóstico fue cáncer de pulmón con metástasis. ¿Por qué? Nunca fumé, y tuve una vida sana. ¿No se sabe, no se sabe aún? ¿Es genético? No. Con lo cual me sentí, aunque parezca absurdo aliviada por mis hijos.

Así empiezan los tratamientos, primero tenemos que hacer rayos en el cerebro por la metástasis de allí. “Te vas a quedar pelada”. También me dijeron un montón de otros efectos que por suerte no tuve, pero tampoco quería escuchar cuando el médico de rayos me los iba diciendo, sentía que eso no era para mí, que era para otra persona. Odié estar ahí. Qué puedo decir, no se siente nada, de nada en la aplicación, sin embargo, la primera noche después de los rayos, la cabeza se me partía de dolor, estaba con mis hijos que no sabían cómo calmarme, después de tomar analgésicos me dormí toda la noche, creo que fue el miedo a lo desconocido mezclado con todos mis sentimientos de no entender que a mí me estaba pasando todo esto.

Nos fuimos a comprar la peluca con mi marido, ya que mi psicóloga dijo que me vaya cortando el cabello, para que no sea demasiado de golpe. Era una peluquería y me atendieron muy bien, después de probarme 2 pelucas y darnos el precio, nos dijeron que si me la hacía con cabello mío era la mitad de precio, ok, aceptamos. En el momento me raparon, ¿fuerte? Super fuerte. Mi marido lloraba, yo en cambio miraba todo lo que iban haciendo, no podía llorar, aceptaba lo que me tocaba vivir. Solo me dejaron el flequillo. Comencé poniéndome un turbante, que sumado a que aún tenía mi flequillo, me quedaba bastante bien. Un día el flequillo se cayó y creo que lo acepté lo mejor que pude.

En la siguiente visita a mi oncóloga, donde ya estaban todos los resultados de las biopsias, nos dijo que tenía una muy buena noticia para nosotros y era que yo era compatible para tomar una pastilla, estaba en el 15% de las personas que tienen este cáncer que podían tomarla, era una suerte. Reconozco que no podía en ese momento verlo con felicidad, estaba cada vez más ida. Como todos los tratamientos oncológicos tiene efectos secundarios como la diarrea, la piel se llena de granos que hay que cuidar que no se infecten, se lastiman las uñas de las manos y pies, se siente cansancio y otros. No se sabe cuánto tiempo debía tomarla, dependo del efecto que me haga la pastilla.

Fueron 14 días hábiles de rayos. Comía poco, me levantaba poco de la cama, estaba muy cansada.

Un día mientras me bañaba empecé a ver mis piernas violáceas y dije acá hay algo mal, lo presentía, obvio cuando vimos a mi oncóloga me hizo un ecodoppler, el cual dio como resultado una trombosis de miembros inferiores. Me internaron y así empecé con las inyecciones para estar coagulada.  Estuve internada 5 días y llegué a mi casa un poco más animada. Empecé a pensar qué cosas me harían bien entre las que elegí yoga y por supuesto mi marido que siempre estaba atento a todo, enseguida la llamó a mi profesora y quedamos en tomar clases dos veces por semana. Los efectos de los rayos siguieron y no podía sentir los olores de la comida, me daba vómitos, me hacía muy mal, por eso mi marido selló la entrada a la cocina. Yo iba de la cama al living y vomitaba, odiaba que cocinaran, odiaba los rayos, la enfermedad. Ya tomaba la pastilla, pero cada vez estaba más en la cama que levantada, todos se desesperaban, no sabían como hacerme reaccionar. ¿Qué hago? ¿Cómo? Mi cuerpo no podía sostenerme, bajé de peso, me dolía el alma, pensaba, no voy a poder ver a mis hijos tener sus propios hijos, no envejeceré con mi marido, mis padres, mi suegra. Soñaba con el cementerio y el velatorio. Todos querían que comiera, que me reponga. Fuimos a la psiquiatra quien me dio un medicamento para evitar todo eso. Y empecé a mejorar el apetito.

Mi hija se recibía en pocas semanas y yo me senté con ella, previo a hablar con mis psicólogas, una era de la clínica y otra de cuidados paliativos, por la internación domiciliaria, y le dije que no podía ir a su recibimiento, lloró, lloré, la primera vez que no la acompañaba en algo tan importante y después de un rato me dijo: está bien mami, como te sientas, se me partió el corazón y creo que me ayudó. Necesitaba estar a su lado, quería reaccionar. Yoga, me hacía bien, estaba mejor después de cada clase. Sentía que me daba energía. Mi profesora genia total, despacito me iba alejando de la cama. Hacemos visualizaciones, elongaciones, escribimos en un cuaderno los agradecimientos, cosas lindas que hice, que disfruto, que me gustaría y también las afirmaciones como “Me amo, me acepto y me apruebo tal como soy, o como Hoy conecto con el estado de salud y armonía”. También empezó a venir un kinesiólogo, me hablaba, me conectaba con cosas buenas, además de los ejercicios que hacíamos. Empecé a caminar de la puerta de mi casa a la esquina y subir la escalera, primero un escalón y después otro. A pesar de que los primeros estudios salieron de maravilla no me salía ni sonreír, les pedía a todos, que me ayudaran que necesitaba estar mejor, que quería reírme. Me sentía más fuerte gracias a yoga y los ejercicios, y al esfuerzo que todos mis seres queridos hacían, comencé a engordar, ya que los médicos necesitaban que engorde, que suba de peso por la medicación y eso creo fue algo de lo que hizo que yo vaya necesitando sentirme mejor. Entonces dije, voy a tratar de ir al recibimiento, primer desafío y LO LOGRÉ. Obvio todos lloraban de emoción. Me sentía por primera vez en meses feliz, alegre, fue un esfuerzo muy muy grande y valió la pena. Y así vinieron todos los desafíos, el casamiento civil y religioso de mi sobrino ahijado, caminar más, subir escaleras cada vez más. También venían todos los fines de semana mis sobrinos nietos que me daban mucha felicidad y me hacían reír con sus ocurrencias. El karaoke en casa con mis sobrinos, mi hermana y mi cuñado, empezar a cantar nuevamente. Luis Miguel estaba presente en mis días, mi cuñada puso un espacio en su programa de radio dedicado a mí donde ponía las canciones. Ni hablar de la perra que es un sol y que me ayuda muchísimo. Se fueron dando las cosas de a poco y me hicieron muy feliz. Disfruté y disfruto cada uno de los momentos.

Aprendí a agradecer cosas que antes ni pensaba: por tener una cama donde dormir y estar abrigada, por tener la hermosa familia, mi marido y mis tres hijos, que tengo que no deja de mimarme constantemente y ayudarme a ver las cosas de mejor manera, a mis padres que me ayudan un montón y están firmes todo el tiempo, a mi suegra que acompaña bien a su hijo, a mi hermana y mi cuñada, a mis médicos: el clínico, los dos oncólogos, dulces, cariñosos, atentos a mis necesidades, la dermatóloga que me atiende en todo momento y ayudó a mi marido a sacarse una verruga maligna de la cara, la hematóloga, a la clínica donde al principio me parecía un lugar terrible y ahora lo encuentro como lugar de cura, a las enfermeras que día tras día vienen con una sonrisa a darme la inyección, la psiquiatra, las dos psicólogas, que me ayudan en forma constante con todo, mis compañeras de escuela que me sostienen y me cuidan para que esté cada vez mejor, la que vive en España que ayudó mucho a mi hijo, mis amigas de la vida que me escribían todo el tiempo cosas que les pasaba sin preguntar cómo estás?,  a la persona que cuida mi casa, a mis compañeras de trabajo, mi hermana, la tercera que se vino de Canadá apenas se enteró para ayudar, a mi otra hermana, la primera que quiere ayudarme, a mi otra cuñada, a la novia de mi hijo, a todas las personas que me demostraron su afecto rezando por mí. Es increíble la importancia de sentirse contenido, querido que se necesita en estos momentos. Los mimos, abrazos, caricias, la energía positiva. Todo eso tuve y estoy feliz por eso. Gracias, gracias, gracias.

Esta es mi segunda oportunidad o segunda vida y estoy transitándola. Cada día es un día más que tengo. Hay que sumar. Aprendí también que tengo una enfermedad pero que todavía no está dicha la última palabra, entonces si no lucho por mí, sobre todo, me voy a morir de todas formas, mejor es luchar y mientras tanto pasarla lo mejor posible y ser feliz con las pequeñas cosas y enseñarles a mis hijos que no importa la dificultad que tengas delante que siempre hay que levantarse y luchar por estar mejor.