Omega

Rebeldía o capricho, da igual

Resulta que decidí no tener cáncer y elegí que así fuera.

De repente vino un día la vida, me despeinó sin permiso las ganas, trajo diagnóstico en mano y me espabiló con una sola palabra, la sonrisa.

_ Cáncer_ me dijo, y yo no entendía nada

_ No estoy de acuerdo_ le respondí, entre enojos y miedos.

Es que cuando ella se empecina en girarnos y poner patas arriba el universo que nos rodea, no existe ningún motivo o razón que le permita cambiar de parecer.

Obstinada ella, determinante y negada yo, entre gallos y medianoche emprendimos el desafío que nos esperaba en la puerta.

Casi como en las películas, cuando en la calle el mundo entero se mueve en cámara rápida, y una persona cualquiera está detenida, demorada en medio de la acera. Así, congelada, con la sangre hecha hiel y un frío con sabor a muerte negra que me rondaba en la piel. Así me sentí, así comencé lo que creía que era el final de mi existencia.

Cuando suponía estar en la instancia de mayor control y crecimiento, la vida me mostró el lado oscuro de la soberbia. Barajó y dio de nuevo las cartas, poniendo a los pies del mundo, la miseria humana, la pequeñez del hombre frente a los designios, la sencillez de las cosas simples que se hacen grandes ante un diagnóstico que por años fue sinónimo de muerte.

_ No voy a tener cáncer _ me repetí una y otra vez desde aquel 13 de junio de 2017. Era martes y no creo en la mala suerte.

_ Voy a darte riña vida_ y lo publiqué.

Entonces, y como una cascada que a borbotones ofrece su agua, así aparecieron las mil y una manos que me sostuvieron y me secundaron.

_A las batallas se las libra batallando _ dijeron mientras se alistaron, cada uno en su rol y sin permisos ni condolencias se arremangaron el miedo y salieron a la cancha, con la camiseta de los grandes.

Fueron muchos. Aún lo son.

Familia, amigos y hasta auténticos desconocidos.

Gente que cercana se alejó y personas que a la distancia arrimaron sus voluntades, con un gesto, una palabra, una oración, un mensaje.

Era tal el sinsabor y la decepción, que hasta a Dios le hice frente.

_ Mirá, no creas que es tu voluntad_ le comenté al pasar enfurecida, mientras con todas mis fuerzas revoleaba una silla del jardín y con los ojos miraba hacia arriba, como buscando una explicación a lo inexplicable.

Él enmudeció.

Yo sé que estaba ahí y cada tanto lo espiaba, pero decidí sin argumentos, o con excusas varias, retirarle la mirada.

Él siguió ahí. Paciente y silencioso.

Hoy aún nos miramos.

Él tiene abiertas sus manos. Yo, cerrado el corazón.

Y así, entre reniegos y pataletas, hubo que tomar decisiones y encarar sin tanto remilgo el tratamiento que durante un año y medio se convertiría en mi cotidiano, en mi nueva rutina.

Los informes médicos aseveraban un procedimiento intenso, invasivo y agresivo.

Los ciclos de quimioterapia serían fuertes y muchos.

Le seguirían los rayos como complemento y en paralelo la aplicación de un inhibidor de la proteína Her2, señorita encargada de reproducir las células cancerígenas.

En fin, un sin número de acciones médicas necesarias, combinadas con operaciones, que alentarían a un buen pronóstico de cura.

Hay que llamar las cosas por su nombre.

Cáncer es cáncer.

Si querés le ponemos sobrenombres o intentamos pasarlo al anonimato, con expresiones tales como: “el intruso”, “el innombrable”, “el enemigo”, etcétera.

Pero él tiene nombre propio. Y en mi caso, portaba doble apellido:

“Carcinoma Ductal Infiltrante, BIRAID 4”

_Sacala a bailar a la renguita _ me dije y pensé:

_ Nada de cosas simples, sencillas. No me vengan con gripes de morondanga en pleno invierno. O tengo cáncer, o no tengo nada_ mientras todos reían con el discurso hecho parodia.

Lo primero, es lo primero y tomar al toro por las astas era la cuestión a abordar.

Un hijo en India, dos hijas planificando un viaje al mejor estilo hippie por Latinoamérica y tres hijos extranjeros de intercambio, alternando en la casa.

El día trae esas cosas y la primera pregunta que solemos hacer es: ¿por qué?

Créeme si te digo que nunca más dormí de corrido. Noches enteras transité como autómata en el silencio y la oscuridad que me acunaban. No recuerdo siquiera pensar. Era sólo deambular.

También créeme si te digo que cuando lograba conciliar el sueño, el despertar era aún más absurdo. Ilusa me creía sana, pero cada día el diagnóstico era más latente.

No en cuerpo, sí en mente y alma.

Porque el cáncer no duele en el cuerpo, al menos no el de mama, pero sí duele en el alma. Es un dolor inquisidor, punzante, atrevido, menoscabador y temible.

Es un dolor para huir o para hacerse amigo.

Tiene un efecto anestésico y parece que todas las emociones se superponen, adueñándose de la propia conciencia.

Qué te lo voy a contar a vos, que también tuviste cáncer.

Pero sí se lo cuento al resto, por si acaso no lo sabe.

 

Veintiséis de junio, en la víspera de mi cumpleaños, ingresé por primera vez a quirófano.

_Cuadrantectomía en hora 6, sondas para drenar, colocación simultánea de expansor, extracción de la cadena ganglionar_ así me anunciaron el procedimiento y bajando los párpados asentí, mientras elevaba los pulgares en acción de aprobación y de buena onda.

Eran muchos en la sala de espera. Tantos que les llamaron la atención por la algarabía que producían. Un rejunte de afectos que “primeriaban posiciones”, para llenarme de mimos a granel.

La segunda operación sería apenas unos días después. Colocación de catéter para la aplicación de las quimios.

La anestesia casi no tomó posesión en la zona y sólo pedía a gritos: “sáquenme de acá”. Pero era necesario, tanto como respirar. El catéter era el salvoconducto para ingresar esos líquidos encargados de matar las células que estaban de más y que hacían mal.

Yo usaba flequillo. Siempre usé flequillo. Creo que el flequillo es mi marca registrada.

Y como también tenía pelo largo, cada tanto lo trenzaba, como lo hacía mi abuela.

Entonces di el primer paso. Cortarlo a la altura de los hombros era el cambio visible ante el espejo y la gente.

Primera quimio y la muerte.

Corte “rolinga” que ameritaba la situación, tratando de prolongar lo inevitable.

Ese olor tan particular que te envuelve en el sillón y la sensación de locura que te recorre cada fibra, de pies a cabeza.

“No se me mueve un pelo” alegué ante el universo mientras ponía en las redes una foto que lucía una calvicie a pleno.

No la padecí y cada tanto extraño la comodidad que ofrecía.

Segunda quimio y el mismo infierno.

Mis amigas dicen que Lucifer me poseyó en aquellos tiempos. Y yo les creo.

El efecto de los químicos en la cabeza se asemeja a tener a todos los demonios en el cuerpo. Yo no era la excepción.

Y por más que el entorno se esmeraba es hacerme sentir bien, vomitaba insultos y propinaba manotazos a todo aquel que se arrimara a mi cama.

A partir de ahí la nueva estrategia fue realizar las quimios internada.

Llegó la tercera y con ella una trombosis en el brazo izquierdo, asociada al catéter. Parecía mitad humano, mitad muñeca inflable.

Si hay algo a lo que le temo, es a los pinchazos. Y de eso se trataba el tratamiento para la trombosis.

Dos inyectables por día en la panza, que la luna, mi amiga, me forzó a afrontar y me invitó a colocármelas sola, con una sonrisa de por medio, como ella sabe hacerlo. Prueba superada que una vez más me enseñaría que estamos hechos de agallas.

Así se repitieron los quince ciclos de quimios, con diferentes reacciones orgánicas y con una suerte de mutación en mi apariencia.

Vinieron otras operaciones asociadas y nos subimos al ring. El “Spa” una y otra vez me recibía para sanar.

El espejo nos devuelve lo que queremos ver. O bien, hacemos trampa y reflejamos en él, ilusiones.

Reciclarse, reinventarse y hacer de cada instancia una experiencia y de cada temor una osadía. De eso se trata.

No estuve sola. Jamás. Pero sí me sentí sola.

Me perdí mil veces y tuve que buscarme una y otra vez.

Aún cada tanto lo hago.

Grité en silencio hasta el hartazgo y no dejé una sola lágrima para después.

Reí, bailé, me emborraché de tiempo compartido con amigos y viajé. Mucho viajé.

Es que el cáncer te da eso.

Es el impulso de los que ponen el cuerpo más allá de las ganas.

Son los proyectos truncos que acaban y los nuevos, que a propulsión arrancan.

_ Es posible que tome vuelo y no me detenga _ alegué en un escrito y a viva voz.

¿y sabés qué?, así fue y aún así es.

No es un vuelo elevado. Tampoco rasante.

Es un vuelo calmo que hace que la perspectiva de las pequeñas cosas se vea inmensa y te llene el alma.

Es saberse vivo, que no es poco y es todo.

Rebeldía o capricho, da igual

Yo tuve cáncer y fui feliz.