Lana

 “Cuando  aparezca un fantasma en tu vida míralo de frente y desparecerá”

Mi querida:

La verdad es que, completamente afónica hoy, con angina, metida en la cama tomando tecitos, y encima de todo (por si me volviera la voz) sin línea fija y con apenas unos pocos pesos que me deben quedar de crédito en el celular,  no tengo otra mejor idea que escribirte.

Para que sientas que no estás sola, nada más. Que sientas que no estás sola, que sientas que no estás sola, que sientas que no estás sola.

Mirá: antes de que me dieran a mí, hace varios años ya, el mismo diagnóstico que hace unos pocos días nomás te han comunicado, solía preguntarme,-dejame decirte-. qué sería lo que se sentiría si tuviera que vivir una situación así.

Me lo preguntaba naturalmente cada vez que me enteraba acerca de personas que pasaban por el momento de recibir la noticia, y eso, (en lo que a mí concierne)  incluyó a algunos familiares y también a conocidas y a compañeras de colegio.

Era fácil enterarse porque, como sabrás…ambas, (vos y yo) somos parte (por suerte) de este tiempo en el que hace rato que el cáncer no se esconde y se pronuncia en voz bien alta. De este tiempo prodigioso, lleno de posibilidades y sin tabúes ni frases entredichas, este tiempo de  estipulaciones claras y de palabras francas.

Entonces, yo era de las que contemplaba la realidad ajena como desde una especie de tribuna curiosa y, claro, apenada por la mala suerte que no era mía.  Pero no podía imaginar siquiera eso que viví después, cuando me tocó. Cuando después de una mamografía….a “eso” mismo, justamente a eso mismo me lo dijeron a mí.

Cómo prever esa sensación demoledora, angustiosa, limitante, de precipicio abierto, me digo ahora.  Esa sorpresa horrenda que es como un sueño, pero un sueño que no es sueño porque estás despierta, un sueño en el que creés que te caés en una calle angosta llena de piedras sin poder atajarte con las manos, y sentís que no te podés levantar porque hay un  monstruo horroroso que te está mirando, agazapado y al acecho esperando algo, preparado para aplastarte y para devorarte en un tiempo que no pasa sino que te atraviesa inexplicablemente. Tiene la cara de tu médico y el aliento del olor de todos los medicamentos juntos, y de repente, mientras escuchás la voz de quien te está explicando que estás enferma…deja de ser un monstruo para volverse algo más etéreo, como un fantasma sombrío, amenazador, enorme y pegajoso.  El tiempo está arriba, con el fantasma suspendido,  y vos estás abajo.

Y cuando salís del sueño sobreviene la certeza de lo que te parece que se termina y se termina y se termina, asoma la desesperación que precede a la tristeza incontinente. La sensación de haber dejado de ser quien eras y de ser ahora algo “infectado” y vacío a la vez, una idea como de abismo, de frío intenso adentro. De condena. De sentir que vas a seguir entre la gente pero con una soledad profunda, árida, áspera  y doliente.

No voy a negarte que me costó un esfuerzo indecible el poder recuperarme de ese instante, de ese golpe a la cara misma, no, no  voy a negártelo. Pero cuando entendí que la decisión de que me tenía que defender del fantasma era solamente mía, cuando esa convicción se abrió paso en mi cabeza…pude escuchar mis propias voces. ¡No sabía que las tenía, y que gritaban tan fuerte, te lo juro! Tan animosas, tan rotundas. Tan rebeldes. Tan orgullosas de salir de mí.

Comprendí, y creo que fue de un momento al otro, que el cuerpo también obedece a las razones que solamente uno puede darle cuando está en peligro, y que no somos solamente carne y sangre.

Que tenía que usar todo lo que la ciencia me daba en una bandeja cuidadosa, estudiada, eficiente, todo eso que le había salvado la vida a tanta gente y que me incluía a mí también si yo quería que así fuera, en un intento que ya por intento nomás era glorioso. ¡Qué privilegio, el mío! ¡Cuánto se había hecho, y estaba allí, para mí!  ¡Tantos talentos aportando en estudio e investigación su entusiasmo y sus logros, para que yo pudiera hacerlos valer en mí misma!

Y mientras encaraba el tratamiento como quien sabe que tiene que caminar debajo de una lluvia torrencial pero acompañada por los que saben, con los pies lentos,  pero seguros y precisos….claro que busqué y pregunté siempre con la orientación debida y me aprendí de memoria historias de otros, como seguramente estás queriendo hacer. Ah, esa voracidad por saber, ese instinto que nos construye cuando sentimos que nos estamos desarmando.

A mí también me gustó hacerlo, y después supe que eso mismo, esas búsquedas…si yo las sabía entender, podían cerrar cualquier grifo que pretendiera matar mis ilusiones y mis ganas de estar viva.

Porque para la voluntad de seguir y dar un paso tras otro, yo te aseguro que no hay psicólogo ni psiquiatra ni psi nada, ni pastillas, ni brebajes, ni terapias, ni disciplinas, ni nada…que se compare al alivio que brinda el conocimiento, cuando está orientado por los que saben, cuando es consultado a la luz de la  seriedad  de los que realmente han estudiado lo que nos pasa.

Eso, que se vuelve algo que se comparte en el ir y venir de las charlas con los afectos que (¡vas a ver!) de pronto se multiplicarán para acariciarte, para protegerte. Esos que pueblan tu vida. Que tal vez estaban silenciosos, inmersos en sus rutinas, pero que ante esto…de repente van a aparecer como lucecitas saliendo de sus cuevas. Yo misma quiero ser hoy para vos una de ellas, yo misma quisiera regalarte una nueva manera de respirar confianza, y te aseguro, amiga mía… que es muy frustrante tener esta conciencia de las limitaciones propias a la hora de querer que otro transite este camino común contagiando la utilidad de la propia experiencia. Brava, astuta, tranquilizadora.

Que quiere ampararte con lo ya vivido, con los cuidados que aprendí. Que quiere ser un faro brillando en tu tormenta.

Sabés, a mí siempre me ha fascinado leer, y en un tiempo, en mi adolescencia mi morbo había girado hacia el ahondar en los relatos de las profundidades de los sufrimientos humanos más injustos y lacerantes, sólo para enterarme. Entonces leía cosas sobre el Holocausto nazi, sobre los campos de concentración vietnamita, sobre las situaciones de pobreza extrema que sin que uno vaya más lejos, encontramos acá nomás.

Sobre la gente desesperada. Sobre el fin de la propia fuerza, sobre la cúlmine de la desesperación.

Encontré el peor de los escalofríos. Ver cómo un bebé se le muere de hambre a la madre o sobre cómo ella deja a sus dos niñitos de tres años nada más, solitos sin nadie que los cuide, para ir a trabajar y se le prende fuego al rancho y cuando llega se encuentra con los dos bebés calcinados. Y ella al rato nomás, se tira al río cercano y se mata, sin dudarlo.

Una vida horrible, corta. Y una muerte horrible, no tan corta.
A pesar de lo poco saludable que pueda parecer, el meterse en todo eso construye otra mirada hacia el alrededor cercano, te lo aseguro.

Porque el regodeo en la auto desgracia nos hace perder de vista al mundo.

El suicidio después de una tragedia como ésa es una elección, y uno no entiende cómo alguien puede elegir “ya no estar”.

Se elige “ya no estar” y se elige un momento, un minuto angustioso, un día.
¿Cómo uno elige un momento, un segundo, un día para algo así?
Ya sé, me dirás que no tiene nada que ver con lo que te pasa, y te entiendo. Me dirás que sólo quisiste desaparecer un segundo nomás  y porque  te enteraste de que tenés cáncer, igual que me pasó a mí años atrás.

Me dirás que tu  problema es otro,  y  por supuesto…también merece todo el peso que tiene en tu vida.

Que tuvo y aún tiene en la mía, porque sigo adelante, tratándome, controlándome, confiando en la medicina y en los que me cuidan, apartando yuyos, latas olvidadas y piedras de todos colores.

Pero es que recuerdo eso que tanto me impresionó y te veo a vos, que tenés que  ponerte de pié ante  tu enfermedad como yo lo hice y lo hago…desde la realidad de que estás viva y de que sos esta mujer tan linda, con esa madurez armoniosa, en una edad aún plena y agradable.

Productiva, amada, con una familia que la refiere, con animalitos que se levantan atentos cuando ella camina (lo ví una vez con uno de tus perros, en tu casa), con ese don de gentes tan natural y tan cálido con que la naturaleza te ha dotado, que hace que todo el mundo quiera charlar con vos.
Y me digo que tal vez te falta simplemente HACERLO.  Mirar el fantasma de frente, para que se esfume  con el miedo que es su tren de carga, porque mirarlo así es lo mismo que “desconectarse del sufrimiento” en este tránsito  que te toca. Yo ni siquiera digo conectarte con “la alegría”, como dicen por ahí.  No hay demasiada alegría en ninguna parte y la gente vive en esa hostilidad que vos con tanta gentileza  siempre tuviste la cualidad de saber evitar.

Digo desconectarte del sufrimiento, porque este cáncer no es culposo, ni encierra ningún mensaje: es solamente algo que llamó a tu puerta como hubiera podido llamar a la puerta de cualquiera.

Y porque esa renuente ligazón con el sufrimiento que siempre parece tentarnos… pasa a ser como dijo alguien…una forma de erotismo, viste…horrible forma de erotismo. Y la variable optimizada sería conectarte con el Futuro, que yo estoy segura de que te está mirando.

En fin, voy a seguir acá  para lo que necesites y quieras. Eso sí, cuando me cure de esta angina porque hoy… ¡qué ironía, algo tan infantil, tan común!… por culpa solamente de ella y no de otra cosa, no sirvo para darte el abrazo de mi conexión al futuro, de mi fuerza, de mi día ganado a todos los días que nos esperan a ambas, acompañándonos así de enteras.

Así de VIVAS.

Te quiero mucho, siempre.