Lu Vida

¡Oh Dios mio! ¿Tener que pasar por todo eso de nuevo? ¿Porque yo?

En el año 2018, en el mes de enero, el día 10 cumplí 80 años de vida. Casada hacen 60 años con el mismo hombre y con 5 hijos, siendo 2 niñas y 3 niños, nunca pensé que tendría que superar un cáncer de nuevo. Un carcinoma en el riñón, que descubrí por casualidade al hacerme una tomografía de la columna, pues tengo estenosis vertebral, que es la pérdida de los cartílagos entre las vertebras. Allí detectaron ese cáncer en el riñón.

Vivo en una pequeña ciudad en el interior del Estado de Paraná, en Brasil y la ciudad más cercana, donde existe un centro médico de buena calidad es la ciudad de Maringá, en el noroeste de Paraná.

Mi hija menor, que tiene hoy 47 años vive en la misma ciudad que yo. Es ella quien me lleva al médico. Nos quedamos desolados, tristes, cuando descubrimos.

Muchas veces me pregunté la razón de generar esa enfermedad y mi teoría es que puede ser que nuestro histórico familiar emocional nos lleve a eso.

Nací en una hacienda en el interior de Paraná. Perdí a mis padres cuando tenía 4 años de edad. Un tutor que no conozco fue responsable de la hacienda y los bienes de mis padres. Nunca tomé posesión de nada que me pertenecía. Recuerdo que me entregaron a una familia en adopción y en esa familia había un muchacho mayor que yo, hijo de la pareja. El hombre de la casa me gustaba mucho y me protegía. La mujer me soportaba. Me hacía levantar las 6 de la mañana, para ir a la panadería a buscar pan fresco. Me sentía despreciada y explotada en aquella casa, donde estaba obligada a hacer trabajos domésticos que no concaten con mi edad. Me quedé viviendo en esa casa por algunos años. Y dos veces aquel muchacho entró en mi pieza de madrugada tratando de abusar de la niña que yo era. Me salvaron las dos veces por el padre del muchacho que lo expulsó valiente de mi dormitorio. En aquel tiempo yo debía tener unos 8 años de edad. Con mucho miedo, mi voluntad era de irme de aquella casa. Pero, ¿A dónde? Alguien en la panadería donde yo iba todos los días comentó que el Juez de Derecho venía de otra ciudad uma vez por mes para atender las ocurrencias y quedaba hospedado en una pensión cerca de la Panadería. No puedo explicar, pero salí inmediatamente y fui a la Pensión a preguntar si el Juez estaba hospedado. Allá estaba el Juez tomando su desayuno cuando me acerqué y con mirada firme pregunté si podía hablar con él. Mi corazón parecía querer saltar del pecho. Miedo y desesperación sin saber si me llevaría de vuelta a casa y con miedo de ser castigada.

Aquel hombre de cabellos grises y gran bigote me miró con ternura y preguntó cómo podía ayudar tan linda señorita. Al sentirle confianza, relaté al Juez como era tratada en aquella casa y el miedo que tenía del hijo de la pareja. Sin demora el Juez llamó a la dueña de la Pensión y le preguntó si podría refugiarme hasta que él resolviera mi caso. Ella me acogió junto a los aposentos de las empleadas de la pensión que vivían en los fondos del establecimiento. La dueña de la pensión me puso en la escuela por las tardes, pero por la mañana yo misma pequeña, ayudaba a arreglar las camas, teniendo que subir en un taburete para alcanzar las sábanas y para lavar las grandes ollas de la cocina. Pero, fui feliz y bien tratada en el tiempo que me quedé allí, por algunos años.

Fui entonces adoptada por una familia alemana. La matriarca era severa, pero las tres hijas me adoptaron como hermanas y somos presentes en la vida una de las otras hasta el día de hoy.

Conocí a mi marido a los 19 años, a los 20 años ya estaba casada y tuve mi primer hijo. Al casarme, tuve que ir a vivir con mis suegros. Cuando mi hijo tenía tres meses, quedé embarazada de nuevo. Quedamos desesperados y decidimos ir al médico para hacer un aborto. Marcamos al día siguiente. Estábamos saliendo para ir al médico cuando mi suegro nos encontró en la puerta y preguntó dónde íbamos. No queríamos decirle, pero él se dió cuenta de que había algo mal y fue firme en sus palabras. Resolvimos contarle y él dijo que no lo haríamos, pues donde come un niño, comen dos. El tiempo pasó y nacieron una pareja de gemelos. Pensamos que podría ser castigo, pero con el tiempo y con la lucidez nos dimos cuenta que fue una bendición.

Mi vida no fue fácil, pues cuidé de tres niños de pañales y de biberones, además de la casa, de la alimentación y de tanta ropa para lavar y planchar. No puedo explicar como fui capaz de hacerlo todo.

Siete años se pasaron y me embarazé de mi cuarto hijo. Los tiempos habían cambiado. Nosotros ya habíamos construido nuestra casa y las dificultades financieras eran menores. Siete años más tarde, me embarazé de nuevo. Lloré mucho, pues no quería empezar todo de nuevo, crear un niño. Fui convencida por la familia y amigos que todo quedaría bien. Y pasé con el tiempo a creer que todo en esa vida tiene un propósito. Nació mi quinto hijo, una niña hermosa. Morocha de pelo negro lacio, con ojos castaños almendrados. Esta niña sería mi puerto seguro al llegar a su adolescencia, pues mis otros cuatro hijos se casaron. Además, ella fue mi soporte cuando tuve mi primer cáncer en la mama derecha. Debido al sobrepeso, el tumor era del tamaño de una naranja y tuve que hacer quimioterapia y radioterapia. Me sentí muy mal y agradezco a Dios de tener a mi lado a mi hija menor que todos los días compraba en un vecino verdurero, coliflor fresca a la mantequilla para triturar en la licuadora con jugos variados, pues supimos que la coliflor tiene propiedades cicatrizantes y hierro para combatir la anemia.

Mi hija mayor que vive en San Pablo, vino para atenderme durante mi recuperación, pero la responsable de mi completa recuperación fue mi hija menor.

Veinte años recuperada y de repente la vida me dá outra vuelta. Un carcinoma en el riñón a los 80 años. Hijos reunidos con el médico para decidir si operan o no operan. Un médico humanista, cristiano, atento como pocos, aclaró que los riesgos de una gran cirugía como ésta podría tener serios agravantes. El mayor riesgo era mi edad.

Mis hijos y mi marido me apoyaron totalmente y dejaron que yo decidiera si me operaba  o no. Opté por operarme y extirpar ese cuerpo extraño que no me pertenecía.

Mi hija mayor, estaba con un viaje a Texas, pasaje comprado y el hotel reservado, pero canceló y vino a quedarme todo el tiempo conmigo. Me sentía fuerte y positiva. Fui operada al final del mes de abril de 2018. Me operaron el jueves por la mañana y la cirugía tardó como 7 horas. Al anochecer del viernes, tuve un infarto de miocardio adentro del CTI. Allí me quedé entre la vida y la muerte. Toda la recepción del hospital estaba tomada por mis hijos, mi marido, mis nueras y yerno y nietos. Fue una madrugada de vigilia constante.

Lo que relato ahora no son mis memorias, sino lo que mi hija mayor me contó, pues quedé durante 13 días en la UTI completamente ajena a todo y a todos. Tomé remedios fuertes. Hubo un comprometimiento del sistema respiratorio, por lo que me querian entubar. Mi hija se opuso, así que me pusieron un respirador automático, lo que me obligaba a hacer ejercicios pulmonares tres veces al día durante 1 hora. El riñón que me quedaba estaba casi dejando funcionar. Los médicos querían hacer diálisis y nuevamente mi hija se opuso y optó por esperar um día más. Mi hija quedó conmigo en el CTI todo el tempo, y además de todo el cariño, conversaba conmigo de manera positiva para que reaccionara y tratara de hacer con que mi mente enviara comandos para que el riñón volviera a funcionar. Era casi un mantra la positividad com la cual ella me incentivaba a repetir frases de comando a mi organismo. Tengo algunos flashs de esos momentos. Y así fué que al día siguiente el riñón volvió a funcionar. La anemia agrabándose. Querían infundirme sangre, y nuevamente mi hija ciente de mi creencia religiosa, que no permite aceptar sangre, pidió que el médico intentase otra medicación. Así lo hicieron y mi cuerpo reaccionó positivamente.

Se trataron de 13 días de lucha constante y puedo afirmar que vivir o morir es una línea muy tenue donde la diferencia está totalmente relacionada al cariño, amor, afecto y dedicación de la familia.

Cuando mi hija mayor iba a dormir un poco, era sustituida por su hermano gemelo, o por mi nuera, o mi hija menor. No me dejaron sola nunca. Esta presencia de amor fué lo que me salvó.

Al salir del CTI me quedé dos días más en la habitación antes de ir a casa.

Mi recuperación fue lenta y difícil. Fueron 15 a 20 días de lucha en casa. Me quedé hinchada y con dificultades de locomoción. Pero me recuperé totalmente.

Cuando la vida empezó a entrar en su rutina, vino otro susto. En octubre descubrí un carozo en la mama derecha: otro carcinoma. No quería más operarme. El médico que me operó del riñon dijo que mi organismo estaba fuerte y que la cirugía fué compleja. Ahora se presentaba otro cuadro. A pesar de ser uma cirugía mas simples, después del infarto mi  organismo estaba más debilitado.

Mi hija mayor se vino a mi ciudad, y junto com la mas chica me acompañaron  al médico para ayudarme a tomar la decisión de operar o no.

Recuerdo como si fuera hoy cunado mi hija mayor dijo:

– “Madre, vamos a pasar por eso juntas y solamente me iré cuando te quiten el dreno”.

Dios es bueno y misericordioso. Me recuerdo de cómo mi hija luchó para quedarse dentro de la CTI todos los días y me sentía confiante. Tan confiante que marcamos la cirugía y no pensé más en el asunto. No parecía que era yo la que se iba a operar. Dentro de mi corazón, sabía que todo iba a salir bien.

Me operé el viernes y todo salió bien. El domingo me dieron alta e todavia usando el dreno salimos a almorzar afuera para conmemorar tanta bendición. La familia reunida, mis nietos, mis nietas, mis hijos. ¿Qué alegría en el corazón tener la bendición de poseer una familia armoniosa y unida donde el amor desborda.

Hoy puedo decir que la cura hace mucha diferencia cuando no nos entregamos. Cuando nos obligamos a creer que todo va bien. Cuando nos llenamos de energía positiva. Cuando hablamos con nuestro organismo para que obedezca a nuestros comandos de recuperación. Cuando creemos en la fuerza mayor que es Dios que ilumina nuestro camino, nuestra caminata transformando y orquestrando con sabiduría nuestra manera de reaccionar a los acontecimientos.

Todo podemos superar cuando tenemos positividad, optimismo, gratitud y amor en el corazón.