Alma Beleb

“Cada uno en su universo siente el dolor como algo inmenso…mi piel en silencio grita, sácame de aquí.”  Bebe- Carlos Jean.

“No estés solo en este lluvia. No te    entregues por favor. Si debes ser fuerte en estos tiempos, para resistir la decepción y quedar abierto  mente y alma, yo estoy con vos.” Serú Giran

“Puedes creer, puedes soñar.  Abre tus alas, aquí está tu libertad.” Patricia Sosa.

Había dejado a sus hijos en la escuela como todas las mañanas. Se sentó en el bar de la esquina del colegio a tomarse un cafecito antes de comenzar la larga jornada. Sabía que le esperaba un día duro. Hacía calor, las clases estaban por terminar.

Estaba casada. Con Daniel tenían cuatro hijos. Manuel de 15, Iván de 12, Juana de 10 y Santiago de 6. Le era muy importante ser una mamá presente. Procuraba estar atenta a sus necesidades, tal como dictaba el ideal de educación con apego de la época. Era madre, cocinera a medias, remisera, mujer, hermana, hija, amiga, psicóloga.

Sentía que lo que mejor le salía era criar niños… ellos funcionaban y eran felices. Ese era su orgullo. En cuanto a lo demás, se sentía que dejaba bastante que desear…no se consideraba linda ni atractiva, era bajita, rubia, sin formas, algo insulsa, y sin ningún sentido de la estética o elegancia.

Era una hija algo distante, y con sus hermanos mantenían cierta cordialidad. Como psicóloga, trabajaba, atendía en un consultorio que compartía con Daniel (era médico), pero no se sentía satisfecha con su profesión. Ganaba poco, estudiaba mucho y los pacientes no abundaban….había perdido la motivación y el entusiasmo que había sentido tiempo atrás. Además se consideraba una terapeuta más del montón, ni muy conectada, ni muy intuitiva, ni brillante intelectualmente, ni muy locuaz. Victoria se quería poco.

En cuanto a la esfera afectiva, con Daniel tenían importantes altibajos. Era cirujano, pero de corazón científico, antisociable, apasionado, iracundo, inteligente. Buen padre. Se querían pero no era suficiente. Ninguno de los dos estaba satisfecho con la relación. Sus incompatibilidades se hacían notar y ambos “se” padecían, ella lo despreciaba bastante, y el la criticaba sin quedarse atrás. Pese a esto, la remaban, habían construido una familia, y el lanzarse a un mundo de separados no los seducía, no estaban dispuestos a perder la idea de familia. El tiempo pasaba, y ellos seguían juntos. Con todas las dificultades y sinsabores, se seguían eligiendo.

Terminó su cafecito, pagó, dejo una buena propina como era de corresponder y se subió al auto. Su destino, la clínica en la que se encontraría con Daniel para que su médico le dé el diagnóstico definitivo. Hacía un mes, en la mitad de la noche, casualmente,  y como si alguien guiara su mano, la llevó hacia el duro bultito que encontró en  su mama derecha.

Presa de la conmoción,  esa misma mañana fue directo a ver a su ginecólogo para que le indique pasos a seguir; mamografías, mamografías magnificadas, ecografías.  Inesperada y  lamentablemente, encontraron un tumor oculto en la otra mama con ganglios enooormes que tenían toda la pinta de sospechosos.

Seguirían de rigor, punción de ambos tumores y de los ganglios también. Victoria se sentía que estaba en una película que no era la de ella.  Estaba angustiada, triste, con miedo, terror, y muchísima preocupación.  Hacía especulaciones en su mente…”puede ser o todo benigno, sería el mejor escenario. O uno maligno y otro benigno. O todo maligno más ganglios…”. Tanta incertidumbre, ansiedad y los pensamientos que se agolpaban en su mente. Trataba de distraerse mirando series, saliendo con su familia, amigos, pero siempre terminaba en el mismo callejón sin salida. Qué dirían los resultados? Hacia dónde iría su vida?

Victoria se conformaba, esperaba que sólo uno fuera maligno. Imaginaba el peor escenario y el mejor en tan solo cuestión de segundos…y tooodo su mundo aquel diciembre estaba en su cabeza y sus pensamientos, nada más existía. Cuanto dolor y  miedo ante la posibilidad de la muerte. No quería morir. Se aferraba fuertemente a los abrazos de Daniel, y allí se quedaba largo rato expresándole su deseo de seguir viva. Quería vivir, no podía ser su hora. Sus hijos eran aún muy niños para quedarse sin mamá, y ella deseaba poder ser testigo de su crecimiento y desarrollo.

Victoria entró a la clínica, saludó al tan simpático vigilante de guardia que ya muy bien la conocía y allí lo vio a Daniel, que amorosa e incondicionalmente la estaba esperando. Pasaron al consultorio una vez que su médico los llamó. Y ese día cambiaría sus vidas para siempre.

La palabra carcinoma y ganglio metastásico resonó como una bomba en su cabeza y en su cuerpo. Rápidamente y con profunda empatía salieron de la boca de su mastólogo. Tenía cáncer en ambas mamas con ganglio positivo. El peor de los diagnósticos jamás imaginado por ella;  “CANCER DE MAMA BILATERAL”. Victoria rompió en llanto, Daniel también a su lado. Su médico, un profesional prestigioso y súper experimentado en la materia fue expeditivo y amoroso al mismo tiempo. Una combinación necesaria para hacerle frente a esta enfermedad que puede ser curable, pero amenaza la vida si no es detectada a tiempo.

Inmediatamente comenzó a dictar a su secretaria todos los estudios necesarios para comenzar cuanto antes el tratamiento oncológico.  Victoria era joven, no había tiempo que perder.

Daniel se ocupó de pedir todos los turnos, estaba al mando del tratamiento y Victoria obedecía, estaba entregada a las mejores manos de sus médicos y de su marido.  Mientras se hacía los estudios para indagar si había metástasis en el resto del cuerpo, iba recibiendo los resultados inmuno-histoquímicos. El primer tumor de la derecha, el más pequeño era hormono-dependiente, y los del lado izquierdo Her2 Positivo. Dos tumores de naturaleza diferente y enfrentados casi simétricamente del lado interno de las mamas ambos, como en espejo. Una amiga le había hecho una interpretación que ella tomó; eran dos, distintos, él cáncer la invitaba a sanar algo ligado a las relaciones, y podía ser, por qué no? Le hizo sentido.

Ese verano se hizo largo, fue horrible, tedioso. Uno de los peores momentos fue el intervalo entre el diagnóstico y el inicio del tratamiento. Ese lapso en el que solo hay que esperar los últimos resultados para definir la hoja de ruta. Y Su mente buscaba razones y las encontraba, y estaba segura de todas ellas. Y sufría y se sentía culpable. Iba con sus teorías y estratagemas a ver a su terapeuta que con tanto amor y sabiduría lograba sacarla de esos atolladeros mentales. Con tiempo fue entendiendo que el cáncer no era su responsabilidad, ella no se lo había provocado,  ni tampoco un castigo divino; la enfermedad es parte de la vida y el cáncer podía ser más bien la posibilidad de una oportunidad. Esto dependía de ella.

Y tanto Daniel, como sus padres, hermanos, familiares y amigos fueron un bastión a lo largo de todo el tratamiento. Se sintió bien acompañada, sostenida. Victoria había sabido rodearse de buena gente que supo contenerla y ayudarla. Por otro lado, ella eligió no guardar el diagnóstico bajo llave, sentía la necesidad de contar qué le estaba pasando a sus allegados y esto tuvo un impacto positivo. Su apertura permitió que vuelva del otro lado palabras de amor, de aliento, de apoyo…imprescindibles para ella en tan duro trance, claramente el más difícil que le había tocado vivir  en sus 44 años de edad.

Victoria recibió 8 sesiones fuertes de quimioterapia neoadyuvante con excelentes resultados; lo que permitió que le realicen una cirugía conservadora en ambas mamas.

Luego de la cirugía, Daniel seguía al pie del cañón como el primer día.

  • Gracias por estar, por tu generosidad.- le diría Victoria una y otra vez.
  • Gracias de qué? Si sos mi amor. De viejitos vamos a acordarnos de todo esto.-le respondía él emocionado.

Fue un baluarte imprescindible e inquebrantable en su tratamiento. El estaba sufriendo también, ella lo sabía, lo leía en su mirada, lo conocía mucho, pero él no se lo demostraba. Siempre le regalaba palabras de optimismo, de aliento, de esperanza. Y la ayudaba con las curaciones post cirugía generando un nivel de intimidad que la emocionaba hasta las lágrimas.

  • No sabía que me amabas tanto.- Ella le dijo conmovida mientras desayunaban una mañana.
  • Yo tampoco.- respondió él llorando al unísono. Y ambos estiraron sus brazos y unieron sus manos como tantas veces lo harían a partir de ese día.

Y lo que se venía ya era más llevadero, menos cruento. Faltaba poco para terminar con el tratamiento y veía que iba ganando las batallas. Lo peor había pasado.

No era la misma. Estar en el barro, en las catacumbas profundas del dolor la habían transformado. Se resistía a ponerse en el lugar de heroína por haber tenido cáncer, eso se lo repetía una y otra vez a su terapeuta.   El cáncer la había despertado, y Victoria había atravesado el proceso con el profundo deseo de encontrarle un sentido, de enriquecerse y capitalizarlo. Y lo había logrado, a pesar de que le daba vergüenza reconocerlo.

Era claro que no volvería a elegir tener cáncer, no, no está bueno enfermar, pero ella pudo hacer de su dolor, de su horror algo mejor. Empezó a ver  a Daniel con otros ojos; vio que era un hombre leal y bondadoso, y que cuando más lo necesitó estuvo a su lado  permitiendo que florezca un amor más grande entre ellos, con todos los vericuetos que ello implica.

Además con su familia de origen los lazos también se habían estrechado. Victoria había sido siempre la hija mayor, la que no necesitaba nada, la que no daba trabajo porque se las arreglaba siempre sola. Y el cáncer sanó ese vínculo también. Hizo que aprenda a pedir, y que sobre todo aprenda a conectar con sus necesidades, a quedarse “cerquita de su corazón” como le estaba “enseñando” su terapeuta.

Y fueron cambios que la reubicaron en la vida. Era otra hija, otra sobrina, otra hermana, otra madre, otra esposa. Y sentía profunda gratitud por el proceso. El cáncer la había zarandeado y ella había tomado la decisión de escuchar lo que tenía para decirle. Y no es que el cáncer sea el protagonista de esta historia…ella lo sabía…no quería darle el poder a la enfermedad; ésta había sido un facilitador para que ella se ponga en marcha y sane su alma y sus relaciones como su amiga a los inicios del viaje le habría augurado.

Porque estaba aprendiendo a reconocer su potencia, su valor, pero sabiéndose al mismo tiempo vulnerable. Eran dos caras de la misma moneda, la moneda de su mismísima humanidad.

Y un día se animó a desplegar alas abriéndose a la confianza en el amor, en ella misma, en lo que la vida tenía para regalarle.