Babaloó Machí

El minuto cero. Ese preciso instante en el que una palabra cambia tu persona, todo tu ser. Ese momento en el que todo tiembla y se paraliza a la vez. Donde el corazón late tan rápido que duele. Donde tu mano busca su mano y aprieta fuerte intentando sostenerse. Y ese mundo en el que una vive cae sobre tus hombros… ¡y pesa!

Las piernas tiemblan, la boca se seca… y la sensación de irrealidad flota.

Los pensamientos vienen todos juntos haciendo mucho ruido en la cabeza. Todos los pensamientos yuxtapuestos, amontonados, uno sobre el otro, sin dirección, sin sentido.

Tantas preguntas y la boca que no logra emitir ningún sonido.

Y ese corazón que sigue galopando y doliendo.

Todo parece un sueño, una pesadilla.

Recordar ese instante se hace duro, difícil, molesto, doloroso.

Por suerte también existen recuerdos de los otros. Los que te hacen fuerte y te alientan a seguir, a luchar.

Entonces un día entendés que una va luchándola desde que nace.

Lucha por vivir.

Lucha por estudiar.

Lucha por tener un título.

Lucha por tener un trabajo.

Lucha por la comida del día.

Lucha por ayudar a sus hijos y verlos crecer.

Lucha por tener un amor, por tener un hogar feliz.

Lucha por pertenecer y ser parte de una sociedad.

Y hoy estoy aquí y siento que vuelvo a renacer.

Lucho por la vida, por seguir viviendo.

Lucho por mi, por la gente que amo, los de verdad, los incondicionales.

Y una se da cuenta de que ellos estaban allí, algunos mas cerca siempre y otros que se fueron acercando inesperadamente, para bien.

Entonces sentí que me daban fuerza, que me hacían reír. Me abrazaron con toda el alma, que instantáneamente se pego a la miá… y me llenaron… me reforzaron… me deleitaron. “La fuerza del abrazo” que no se explica, se siente.

Y fue más que eso, fue mucho más.

Pasar por todo esto me ayudo a reencontrarme, a pensarme, a sentirme, a amarme, a reconocer mi fortaleza y mi fragilidad.

Hoy estoy aquí y tengo una historia que contar.

Mi historia.

Una parte de mi vida que se fue destruyendo y construyendo.

A veces de golpe, otras de a poquito.

Soy un conjunto, una maraña de sentimientos y acciones que fueron madurando, creciendo y convirtiéndome en lo que soy.

Soy mamá, soy esposa, soy hija, hermana, amiga… soy mujer y tengo cáncer de mama.

Si hablamos de mi gente al enterarse, las reacciones fueron todas muy distintas. Algunos no lo podían creer, otros lloraron junto a mi. Unos pocos me decían “tranquila, es el cáncer menos nocivo”, “Cuando te
quieras acordar todo va a estar en el pasado”

¡Ingenuos estos últimos!

En el cuerpo y en el alma queda impregnada la marca de lo vivido y lo sufrido recordándome siempre lo arduo de la lucha.

No fue fácil; no es fácil.

Creo que aún queda camino por andar con piedras que serán mis maestras.

Cuando sentí en el pecho un pequeño bulto me hice a la idea de que no era nada, ¡que no podía ser nada! Si yo me hacia los controles; yo seguía las reglas.

Imaginaba que si una hacia las cosas como debía iba a estar exenta de todo mal. Además solo habían pasado ocho meses de mi último control y todo había salido bien.

Pero la vida es así, no hay reglas establecidas. Nada es tan seguro como una se lo imagina.

Y llegaron los estudios, ecografías, mamografías, punción. El diagnóstico estaba confirmado.

La contención que recibí de mis médicos me dieron mucha fuerza. A ellos les estoy muy agradecida.

El tiempo, los sucesos y las noticias avanzaron. Y con ellos el descubrir de un nuevo tumor en otro sector de la mama. Paso una primera cirugía. Pasó también una segunda cirugía. Finalmente los resultados de
las biopsias. Micrometástasis en los ganglios.

Lo que en principio serían radioterapia y pastillas por cinco años, ahora se le sumaría la temida quimioterapia.

Miren que hay palabras feas, malas, desubicadas, contradictorias, poderosas, alocadas, desgarradoras. La quimioterapia las reúne a todas.

Llegó la quimio con todos sus efectos secundarios sobre mi cuerpo.

Mi cuerpo no respondía. No me dejaba ser yo misma. Mi malestar era tal que había días enteros que solo me quedaba acostada, con la luz apagada mirando el techo. Solo eso… “Abrir los ojos y mirar el techo”,
tan poco y mucho más.

Un día me quede sin cabello.

Ni por dentro ni por fuera “Yo ya no era yo”.

Y en medio de todo esto, un poco por el estado físico propio de su edad y otro poco por la tristeza de ver a su propia hija en ese estado, mamá comenzó a enfermarse. Así que cuando mi cuerpo me lo permitía repartía mi tiempo en recuperarme y visitar a mamá. Pobre pensar que ya no volvería a verme como antes.

Si hubiera sabido…

El tiempo pasó, la quimio terminó. Una batalla ganada.

Comenzaba con la radioterapia.

Ese primer día podría decir que pasó sin pena ni gloria. Pero una llamada de la clínica destrozaba nuevamente mi mundo. Mamá había fallecido.

Ya no solo dolía el cuerpo, ya no solo tenía miedo. Era mi alma afligida la que se quebraba.

Tiempos duros y tormentosos sobre mi.

Todo parece tan eterno en esos momentos. Los días, las horas, los minutos duran mas que lo habitual.

Una duda de que todo pueda mejorar. Pero finalmente todo pasa, porque el tiempo transcurre mas allá de uno.

Esta lucha me acercó a muchísima gente bella. Y llegaron los grupos de apoyo con gente que estaba en la misma, apoyándonos unos a otros. Nadie se asombra, nadie te juzga, nadie siente lástima por vos.

Tanto para contar, tanto para decir.

Todo ha sido y es una gran experiencia; con su lado positivo y obviamente con el otro lado, ese que es penoso, desafortunado, que te hunde en un pozo donde una lucha por salir. Pero a veces la tormenta convierte la tierra en lodo y se hace difícil emerger. Otras veces sale el sol y alguien te pone una escalera y te tiende la mano.

Así vamos. Así voy.

Voy por este camino, cayendo y saliendo, dejando atrás los pozos y los agujeros, deseando no caer nuevamente.

Y escribo y re-escribo palabras.

Y camino rearmando mi propio camino.

Un nuevo sendero jamás andado, jamás pisado.

Con la paz de amar y saberme amada.

No sé cuan largo será este camino, pero ¿Quién puede saberlo?

Aquí me encuentro hoy, luchándola como siempre, peleándola, sabiéndome viva, prometiéndome seguir amando para que nada sea en vano.

De toda esta historia me quedo con mi gente, mi familia, mis amigos, con la experiencia recogida, con la música, con la alegría y con el amanecer de cada día que me sigue regalando la vida.

B. M.