Vronyk

Había pasado todo un año.  Estaba en el mismo lugar recordando cuando cerro aquel libro el verano pasado…. con una leve sensación de ansiedad por ese final tan incierto.

No era un final feliz con amores conquistados ni conquistas de futuro prometedores.

Recordaba cómo se había quedado abrazada al libro como si poner la historia sobre su pecho le otorgara las respuestas que no había encontrado en sus páginas.

El título prometía la llave para el cambio, pero no le había dado las respuestas que esperaba.

Su vida era una linda vida.

Aquel gurú del coaching le había preguntado: ¿Cómo sería una vida que valga la pena ser vivida?  Y ella sin dudarlo había respondido: – Como la mía! Mi vida es una vida que vale la pena ser vivida.

Sin embargo, en el fondo, siempre estaba esa lista de pendientes, llena de “quisiera” y “debería”.

Recordaba como en ese mismo lugar un año atrás se había quedado con la mirada perdida en ese punto en el que las preguntas se vuelcan hacia afuera y generan un vacío de respuestas que nunca llegan.

Ese mar inquietante que caracteriza los primeros días de un nuevo año.

Hacia un año exactamente.  Se hallaba de cara a un año entero para proyectar planes que se apilaban con nuevas promesas sobre los esqueletos de lo no logrado en los balances de esa época de agendas nuevas.

Vacaciones…. visitar amigos…. hacer el chequeo de rutina…. adelgazar…. cambiar hábitos…. hacer ejercicio…. ir a visitar a la amiga que vive lejos… llamar a la amiga que vive cerca pero no tuvimos tiempo de ver…. todos los libros por leer… los cursos para hacer y recomenzar una vez más con la energía suficiente para el cambio total que va a acontecer por fin en el nuevo año.

Y aquel libro que prometía la llave de todas las buenaventuras… se había terminado sin acercarle ninguna receta mágica.  Destejió sus pensamientos y guardo el libro en el estante junto a esa trilogía que tanto le había gustado.

Apuntó mentalmente la lista de tareas que debía cumplir a la mañana siguiente.

Terminaba esta primera semana del nuevo año sin demasiadas emociones…

Viajar en colectivo en enero con calor agobiante, aunque la ciudad esté más despejada por todos los que están de vacaciones… es suficiente para que el malhumor tiña cualquier situación que se deba atravesar.

Sin embargo, cuando la técnica que le hacía la ecografía la alertó acerca de “algo para controlar y no dejarse estar” ella lo supo.

No hacía falta que las visitas médicas, los estudios que se sucedieron y los análisis lo confirmaran.

Cáncer….

Las palabras y los sentimientos se agolpaban en su cabeza de manera más bien mecánica. Como hacia todo. Compulsiva. (Atolondrada le diría su madre…)

El cáncer comenzó a ocupar cada vez más pensamientos.  Comenzó a ocupar un lugar en su biblioteca, en las alacenas, en cambios de hábito, en conversaciones y en su agenda.

El miedo…. que tantas veces manejo sus pensamientos… ahora tenía otro cuerpo. Otro peso. Ocupaba otro lugar en su espacio…. y en su cabeza.

Y la nueva agenda que esperaba ser llenada con los proyectos para el año, se llenó de una incertidumbre diferente…. de planes que no dependían de su fuerza de voluntad sino de metas impuestas por visitas médicas y tratamientos.

Aprender nuevas palabras, comprender nuevas situaciones, plantearse nuevos escenarios para desentrañar situaciones nuevas y nunca fantaseadas.

Ya no había que planear vacaciones sino amoldarlas a la biopsia, a los análisis a esperar resultados y a la temida cirugía .. visitar amigos se transformó en un espacio donde edificar fortalezas y anclar la incertidumbre … hacer el chequeo de rutina dejó de ser de rutina para ser un devenir de nuevas situaciones que enfrentar.

El cáncer invadía todo… las conversaciones, las visitas médicas, los planes, los hábitos, todo parecía estar invadido por esa palabra que intempestivamente había irrumpido en su vida aquella mañana de enero.

Y de pronto se dio cuenta…. su agenda parecía por fin estar enfocándose hacia ese tan ansiado cambio total. Una agenda abierta para llenar con los ‘quiero” en lugar de los “debo”. Porque parece que por fin había llegado el momento de escucharse, de dejar de buscar la llave en los libros que dejaban sinsabores.

Era el momento de vencer todos los miedos y los demonios. De enfrentar cada sueño postergado para traerlo al presente.

Luego de la cirugía y el tratamiento el cáncer se fue de su vida. Pero ese año de lucha intensa y de tantas batallas ganadas fue mucho más que un diagnóstico, una enfermedad, un desafío. Fue un camino lleno de oportunidades, de concretar deseos, de bucear en aguas profundas buscando la llave.

Ahora lo sabía. Los libros que prometen la llave a la felicidad, no te avisan. No te dicen que de pronto una mañana de enero, la vida te arrasa, que puede arrojarte desde un abismo, llenarte de heridas, plasmar en un millón de cicatrices las decisiones mal tomadas, levantarte por los aires con una coalición sin aviso que te atraviesa de lado a lado.

Ahora lo sabía; los finales felices son para los libros que ocupan estantes de la biblioteca.

Pero al cerrar el libro es cuestión de elegir y hacer….  aunque sea tomando decisiones agitadas, rápidas, compulsivas, atolondrada como le diría su madre… pero decisiones con corazón, con ganas, con convicción y es entonces que sabes que cuando la vida te arrasa, te golpea y te arrastra al borde del abismo,  uno puede dejarse caer porque no tiene la llave, y caer en picada  o puede elegir pararse al borde del dolor y la incertidumbre,  abrir el pecho, los brazos, estirarse hasta sentir que crecen alas y   comenzar a volar sobre los miedos y los fantasmas.

Y un año después, uno puede mirar atrás y volver a buscar el libro en el estante, y releerlo, y seguir soñando con finales felices, de una manera distinta, porque ahora sabe que la llave está ahí, para cuando se sienta que está cayendo y necesite abrir las alas para volar.