Mia Cruz

En mayo del 2016 me enteré que tenía cáncer de mama. Hacia 6 años que por priorizar otros temas de mi vida no me preocupaba por mí misma ni por mi salud.

En esos años estaba muy inmersa en las obligaciones laborales, hasta que en el 2012 me echaron del trabajo. Yo tenía 50 años y sabía que me iba a costar conseguir otro. De hecho, todavía estoy sin trabajo. Para poder cobrar la indemnización por despido tuve que iniciar un juicio laboral que duró cinco años. Las dificultades que implicó dicho proceso me hicieron sentir muy agobiada  y preocupada.

Durante esos años mi salud estuvo en segundo plano. Dejé para después los controles ginecológicos que sabía debía realizar una vez al año. Muchas veces me lo recordaban mis amigas Carolina, Liliana y Kuki con la pregunta “¿Fuiste a la ginecóloga?”. Aunque yo pensaba que estaba exenta de que me pasara algo, la pregunta quedaba resonando en mi mente. Hasta el día que una amiga, a la que quiero mucho y le estoy muy agradecida, me dijo decidida “Tenes que ir al control. Hoy voy a llevar unos resultados a mi ginecóloga y te saco un turno.”

Así fue, en marzo de 2016 asistí a la consulta. La ginecóloga me indicó que debería realizar los estudios de rutina, entre ellos la mamografía. Ya realizada, me parecía raro que tardaran más de lo normal en darme el resultado.En mi mente comenzaban a acecharme preguntas cómo “¿Habrán encontrado algo? ¿Será malo?” La ansiedad era tremenda. Los nervios se habían apoderado de mí.

Me examinaron dos o tres veces, cosa que en estudios anteriores no había ocurrido. Hasta que finalmente los médicos se acercaron para decirme que habían encontrado un tumor en la mama derecha. Fue la peor noticia que escuché en mi vida.Sentí como un balde de agua helada me recorría. “¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?” pensé. Me colmó la angustia, el miedo y la incertidumbre por lo que vendría.A partir de ese momento, empezó un largo camino para confirmar de qué se trataba el tumor.

Vale la pena aclarar que siempre fui una mujer muy sana (gracias al universo por eso), por lo cual encontrarme en esta situación fue como mínimo aterrador. Sólo imaginar el momento de la punción me ponía los pelos de punta.

El siguiente paso a dar era elegir quién iba a acompañarme profesionalmente en este proceso.

En esa búsqueda conocí a D.V., excelente profesional y persona, amable y contenedor; de hablar suave y pausado, atento a sus pacientes y dispuesto a brindarme todas las explicaciones que necesitara. Al ver la mamografía en seguida se dio cuenta, gracias a tanta experiencia en el campo, que no era nada bueno. Me ordenó realizar una ecografía mamaria con extensión en ganglios axilares. Con este resultado sumado al de la mamografía íbamos a tener más claridad en cuanto al panorama: saber el tamaño del tumor y si afectaba ganglios o no. Luego, había que realizar una biopsia, procedimiento mediante el cual se extraen tejidos del tumor para saber a qué nos estamos enfrentando y cómo tratarlo.

Para todo había que esperar, justamente lo que yo no quería era esperar más. Pensaba que nunca había tenido mejor oportunidad de aplicar el refrán “el que espera desespera”. El resultado de la biopsia tardaba quince días, es decir, una eternidad para una persona tan ansiosa como yo. Ese tiempo fue vivido como una tortura. Me envolvían oleadas de miedo muy intensas. Una  vez trascurridas las dos semanas, con resultado en mano, me reúno nuevamente con D.V. para discutir el mismo y dilucidar cómo proseguir.

El doctor me dijo que se trataba de un Carcinoma ductal invasor (tipo Cerb-B2. Grado 3). Medía 5.6mm (bastante grande) y  había afectado un par de ganglios. Aclarado esto, me afirma que por el tamaño y los daños lo más prudente sería extraer toda la mama. Rompí en llanto. Me sentía fatal. Me imaginaba sin una parte de mi cuerpo, sin una porción que me había acompañado toda la vida.

D.V. plantea que para él lo mejor en estos casos era empezar con quimioterapia y ver si era posible reducir el tamaño del tumor antes de pasar al quirófano.

Soy de esas personas que no se queda con la primera explicación que escucha, así que a la hora de emprender la búsqueda de un oncólogo u oncóloga quería asegurarme varios puntos de vista. Como me dijo un médico amigo neumonólogo “Busca con quien vos te sientas cómoda y segura. Alguien que te guste como profesional y como persona”. Entonces, después de tres interconsultas, elegí a M.V., decisión que todavía me llena de felicidad. Desde el primer momento me habló muy claro y me explicó las veces que necesité cómo iba a ser el tratamiento.Acordamos que sería una vez por semana en el lugar que yo eligiera. Había tres o cuatro opciones y decidí hacer el tratamiento en una clínica no tan recurrida como los hospitales, en los cuales me daba miedo pescarme alguna otra enfermedad ya que con la quimio te bajan mucho las defensas y encima estábamos en pleno invierno.

El tratamiento duró seis meses. Conocí gente en las sesiones de quimio y escuché muchas historias, todas diferentes pero en el fondo relacionadas por la esperanza de la sanación, cosa que yo no sentía por el momento a pesar de que todos los especialistas y familiares me decían que iba a poder superarlo y me curaría. Fue muy difícil este proceso, sentí mucho miedo, angustia, desgano. Recuerdo que muchas veces después de la sesión de quimio llegaba a mi casa y me daban ataques de llanto incontrolables. Pero ahí estaba mi hija, mi sol, para contenerme, darme un abrazo y calmarme.

Una de las cosas que me preocupaba era la tan conocida caída del cabello. Varias personas y profesionales me dejaron en claro que a partir de la segunda sesión de quimio me quedaría sin pelo. ¡Qué horror para mí! Pero por suerte, mientras M.V. me contaba cómo iba a ser el tratamiento, me miro, me tocó la cabeza y me dijo “Tenes mucha cantidad de pelo. No creo que llegues a quedarte pelada”. Y tenía razón. Aunque les parezca una tontería, para mí no lo era. Porque considero que el pelo forma parte de la imagen e identidad de cada persona y no quería verme así ni llamar la atención de los demás. No me gustaba la idea de entrar a un lugar y que todos me miraran y dedujeran que tenía cáncer, porque cuando yo veía a una persona pelada pensaba instantáneamente  “Uy, tiene cáncer”.

Estábamos con mi hija Stephy en la sala de espera de D.V. para hablar del resultado de la biopsia donde también esperaban más personas. Una mujer nos escuchó mientras con Stephy hablábamos sobre empezar a buscar una peluca para adelantarnos a la futura caída del pelo. Bibiana, como luego me dijo que se llamaba, se acercó al escucharnos y me dijo “No te preocupes, yo ya pase por todo esto. Tengo una peluca, si queres te la doy. Te dejo mi teléfono, llamame y nos juntamos así la ves.”. Un gesto que me quedó grabado en el alma. Días después nos juntamos en su depto, tomamos un té y conversamos sobre la enfermedad. Recuerdo que pensé “Que lindo es encontrarse con gente tan solidaria.”. Esa tarde, Bibiana también me compartió algunos datos sobre terapias alternativas que le habían ayudado.  Algunas de las terapias que me mencionó fueron psico-oncología, terapia gestalt, reiki y yoga. En algún momento, años atrás, había practicado yoga y me había gustado, si bien no lograba relajarme tanto como mis demás compañeras que a veces se quedaban dormidas después de la práctica. Pisco-oncología no había realizado nunca. Pero todos me parecieron buenos datos a tener en cuenta para, llegado el momento de necesitarlos, acceder a ellos.

Mientras pasaba todo esto, ocupaba mi tiempo leyendo y descubriendo muchas cosas como, por ejemplo, que la alimentación es fundamental.  Mientras más indagaba en el tema, más me convencía de que a partir de este momento tenía que cambiar mi alimentación. Llevar una dieta más rica en frutas y verduras, tomar té y decirle chau al mate, al café y al alcohol. Olvidarme de los azucares, de las harinas blancas y los alimentos procesados. Primeramente esto me puso muy mal, no me era fácil cambiar la forma de alimentarme de un día para otro. Pero poco a poco fui mejorando y comprendiendo, a medida que realizaba el cambio, que la alimentación tiene una relación directa con la salud.

La información la fui obteniendo de diferentes fuentes: nutricionistas, médicos, personas que pasaron por lo mismo y amistades.  También de libros como “Usted puede sanar su vida” de Louise L. Hay y “Así me cuido yo” de Marina Borensztein (ambas autoras padecieron cáncer). Alguien me hizo llegar una lista de alimentos alcalinos y ácidos. Sentí curiosidad y busqué más información en internet. Llegué a la conclusión de que mi alimentación era un desastre. Vivía a mate y bizcochitos. Muchos productos a base de harina y azucares. Todo muy rico pero nocivo para el cuerpo, como me enteré después. No desayunaba ni almorzaba ni cenaba. Si en algún momento sentía hambre comía mayormente alimentos que no aportaban nada bueno al cuerpo.

Así fue como un día empecé a comer más frutas, verduras y semillas. Cambie la harina blanca refinada por harina integral, y todavía trato de no consumir azúcar blanca.

Con el terremoto que estaba pasando por mi vida, lo que seguía era ocuparme del plano emocional. Fui a ver a Ceci, una terapeuta que me había referenciado Bibiana (la de la peluca). Con ella hice terapia Gestalt, la cual consistía en hablar sobre lo que me pasaba adentro mientras transitaba la enfermedad. Cómo la vivía, qué sentimientos me generaba. También recibía de las manos de ella sesiones de Reiki, una terapia que me ayudaba a armonizar mis energías y a bajar los niveles de ansiedad. Lograba relajarme aunque sea por el rato que duraba la sesión.  Quiero aprovechar estas líneas para enviar mi agradecimiento a todas las personas que de una u otra forma me ayudaron.

Fueron pasando los meses y terminé la quimio el 2 de enero de 2017. Aún tenía que reponerme inmunológicamente para el siguiente desafío. Ya estaba todo programado con D.V. El quirófano estaba reservado para practicarme la mastectomía derecha.  Sabía que era para mi bien, pero eso no me dejaba exenta de sentir pánico por los riesgos que implica una operación. Sentía miedo al sufrimiento del pos operatorio.
Entre al quirófano aproximadamente a las 8.30am. La operación duro tres horas y al despertar todos mis miedos se disiparon. Me había ido genial. Mientras me llevaban a la habitación no podía creer que no sentía dolor. Como el panorama estaba muy bien, según el doctor D.V., podría irme a mi casa al final del día. Me pusieron un drenaje por 7 días  y tuve que ir varias veces al consultorio para que sacaran el líquido acumulado en la mama.

El pos operatorio fue muy bueno, podía hacer una vida normal. Después de varios días ya andaba por donde quisiera. A los quince o veinte días D.V. me extrajo los puntos. Todo venía bárbaro, yo estaba asombrada de lo bien que me sentía. Lo que me costó fue verme y aceptarme con esa cicatriz y sin la mama. Llevaba tiempo, hay que asimilarlo y acostumbrarse. Aceptar que no queda otra opción. D.V. y también Bibiana me hablaron de una prótesis mamaria que podía usar para verme mejor, sobre todo por la ropa y la maya ya que era verano. La prótesis es de silicona, tiene la forma de la mama y un pezoncito dibujado. Toma la temperatura del cuerpo de quien la usa. Averigüe por internet dónde las vendían y fui a probarme según mi talle. Me compré una que aun estoy usando. Seguí haciendo terapia Gestalt y reiki con Ceci que me ayudó mucho con la parte emocional.

Por suerte ya estaba en la recta final. El cirujano en el último control de la cirugía me dijo que tendría que hacer treinta y tres sesiones de radioterapia por si quedaba alguna célula cancerígena y que lo hablara con el oncólogo. Los dos coincidieron que sería lo mejor. Una vez totalmente recuperada de la operación, me dispuse a hacer rayos. Que a mi particularmente no me produjo ninguna consecuencia, como cansancio o angustia, como a otras personas les pasa. En la primera sesión de rayos, con orden explicativa de la cirugía, me marcaron en la zona a tratar con unos puntos que quedan para siempre porque son como tatuajes. Y quedan para siempre porque en esos lugares no podes volver a recibir rayos. Una vez hecho esto, luego me recostaban sobre un aparato con el torso desnudo. La sesión no duraba más de dos o tres minutos. El personal del lugar era súper amable y el lugar era muy lindo, bien preparado para gente con la misma problemática. En algunos casos las personas pueden llegar a sentir que le queman la piel, se le pone roja y llegan a lastimarles. En mi caso no fue así, use una crema que me recomendaron que me dio resultados espectaculares. Se me enrojecía un poco la piel, pero nada más que eso.

A dos años de haber transitado por esto, hoy puedo reflexionar que toda experiencia de vida nos enseña y nos hace pensar. A mi particularmente me sirvió para replantearme cosas. ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Qué aspectos de mi vida debo modificar? La enfermedad me enseño a valorar mi salud. Lo importante que es estar sano por dentro y por fuera. Para eso hay que trabajar en lo personal, en lo que me cuesta, en lo que me hace sufrir. En mi caso no tomarme nada de forma personal, ser paciente, adaptarme a lo inesperado, aceptarme y aprobarme tal cual soy, tener voluntad para cuidarme con la comida, dejar el cigarrillo, hacerme cargo de mí, elegir con quién y dónde quiero estar. Todo esto forma parte hoy en día de mi trabajo personal para mejorar, crecer y estar cada día mejor.

Agradezco a todos los profesionales, a las personas que conocí a lo largo de este proceso y la ayuda que ellos me brindaron.